Clarín

Para entender a Ai Weiwei: el artista chino que la rompe Uno de los nombres de la escena internacio­nal, el disidente hizo de la crítica a gran escala el corazón de su obra.

- Mercedes Pérez Bergliaffa seccioncul­tura@clarin.com

El polémico artista chino Ai Weiwei – quien vivió en los Estados Unidos entre 1981 y 1993- llegará a fines de este año a Proa, en La Boca, para realizar una retrospect­iva de sus trabajos, según informó su directora, Adriana Rosenberg. A fines de julio, Ai realizará un viaje explorator­io para conocer Buenos Aires y proyectar algunos trabajos site-specific (obras de arte contemporá­neo que se piensan, diseñan y crean especialme­nte para un espacio y contexto determinad­os).

Sin querer adelantar demasiado lo que se viene, explica Rosenberg que ella, aunque quisiera, “no podría co- mentar nada más, porque el mismo Ai Weiwei (Beijing, 1957) no dice demasiado: hasta que el artista no vea el espacio “no puede pensar con exactitud qué va a mostrar en la Argentina”. Sí comentó la directora de Proa que Ai piensa exponer su instalació­n

Sunflower seeds (“Semillas de girasol”), 100 millones de pequeñas semillas de girasol realizadas en porcelana, a mano, por artesanos chinos. Miles de personas fueron contratada­s para hacerlas. ¿Qué quiere decir? Una obra de arte nunca tiene un significad­o cerrado pero Mao Tse Tung, líder de la revolución china, se comparaba con el Sol y a los ciudadanos, con los girasoles. En las calles de Beijing se venden “semillitas”. Ai supo decir que esta obra le recordaba sus vagabundeo­s por la ciudad, en la juventud. ¿Por qué el artista chino tiene tanta fama de controvert­ido? ¿Qué pasa con sus obras, qué es lo que producen que generan tanto eco internacio­nal? En una escala siempre enor- me, Ai denuncia las violacione­s a los derechos humanos. Es profundame­nte crítico respecto de las condicione­s políticas chinas y del gobierno comunista de su país.

Por eso, hace ya más de 20 años, el artista realizó una curiosa obra: tomó un valioso jarrón de cerámica de la dinastía Han (que reinó del 202 antes de Cristo al 220 después de Cristo) y lo dejó caer al piso, haciéndolo trizas. Luego les sacó fotos a los fragmentos. Tituló esa obra Dejar caer una urna de la dinastía Han. La dinastía Han está considerad­a un momento alto en la civilizaci­ón china. Ai quiso, con esto, protestar contra el Gobierno, que en la década de los 90 ordenó la institució­n de una historiogr­afía ideologiza­da y direcciona­da. Provocador explicó: “Mao nos decía que para construir una nueva civilizaci­ón había que destruir la vieja”.

Pero claro, con la obra del jarrón se levantó la polémica: mientras que en Occidente aman al artista rebelde, en China su nombre provoca disgustos. Es que cuando Ai dejó caer el jarrón

a propósito, destruyó, en realidad, un símbolo de la identidad y tradición

chinas. Imaginemos un artista haciendo lo mismo en Occidente: por ejemplo, tirando una pintura de Miguel Angel, sacando fotos y exponiendo­esas fotos como una nueva obra conceptual. ¿Qué pensaríamo­s? ¿Lo tomaríamos como una provocació­n?

En 1995 creó también Estudios sobre la perspectiv­a –Plaza Tiananmen. Retrata la famosa plaza donde estudiante­s e intelectua­les se reunieron a pedir más libertades y fueron reprimidos: hubo dos mil muertos. La obra, en principio, parece una foto turística, una vista de la plaza. Pero delante de la cámara el artista levanta un dedo medio. Luego hizo algo parecido con la Torre Eiffel y la Casa Blanca, en Washington.

Cuando se hicieron las Olimpíadas en China en 2008, el gobierno acudió a Ai para que colaborara como creativo. El lo hizo pero luego comenzó a realizar declaracio­nes contra el even- to y contra el régimen político.

Ese mismo año hubo un terremoto en Sichuan, en el que cinco colegios -pobremente construido­s- fueron aplastados por los derrumbes con los niños dentro (se estima que fueron unos 69.000 muertos y 18.300 personas desapareci­das). El gobierno no dijo nada y Ai trabajó a partir de la censura: la obra fue la lista de nombres de los desapareci­dos.

En 2010 la policía puso cámaras en su estudio y Ai creó una obra que es una cámara de mármol. Bella. Y en un material tradiciona­l.

Lo detuvieron en 2011, cuando ya hacía rato que “arremetía”, aseguró Ai, “contra las mentiras del gobierno chino”. Lo acusaron de “delitos fiscales”. Tras 81 días de arresto y de que el gobierno chino exigiera el pago de 1,7 millones de euros (que reunieron los amigos y fans de todo el mundo), el artista fue liberado, aunque su pasaporte estuvo retenido hasta 2015.

En 2014 expuso la lista con los nombres en la prestigios­a Tate, de Londres. Poco antes había montado

Straight (“Derecho”) una pieza de 150 toneladas de metal rescatado de las ruinas de Sichuan. La pieza fue expuesta en la Bienal de Venecia de 2013. Desafiante, durante una conferenci­a que dio en la Academia de Ciencias Sociales de Shanghai, dijo: “Cada vez que vengo a Shanghai recuerdo por qué la odio tanto. Shanghai se cree una ciudad abierta e internacio­nal pero sigue funcionand­o con una mentalidad muy feudal”.

En 2016 creó una obra con 14.000 chalecos salvavidas. Ya no vivía en China -se fue en 2015- y su crítica ahora apuntaba a quienes mueren en el Mediterrán­eo, tratando de alcanzar la costa europea. También se sacó una foto controvers­ial, en la que posaba en la misma posición que Aylan Kurdi, el chico cuya imagen, muerto en la orilla, conmovió al mundo.

Crítico, satírico, controvers­ial, sin pelos en la lengua, saltan las preguntas: ¿Ai es más importante como activista que como artista? ¿Existe alguna diferencia entre una cosa y la otra? ¿El arte contemporá­neo permite hacer visible lo que de otra manera sería acallado? ¿Son, en definitiva, importante­s estas preguntas?

De una u otra manera, hay algo sobre lo que no existen dudas: Ai adora impactar. Y promete no pasar desapercib­ido en Proa.

 ?? EFE ?? Adiós a la tradición. Ai Weiwei con una de sus obras más famosas: rompió un antiguo jarrón, en un país que venera a los antepasado­s.
EFE Adiós a la tradición. Ai Weiwei con una de sus obras más famosas: rompió un antiguo jarrón, en un país que venera a los antepasado­s.
 ?? EFE ?? Chalecos de la muerte. Por las víctimas del Mediterrán­eo, en el Konzerthau­s de Berlín.
EFE Chalecos de la muerte. Por las víctimas del Mediterrán­eo, en el Konzerthau­s de Berlín.
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Lo que quedó. Varillas de los derrumbes de Sichuan donde murió mucha gente.

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