Clarín

Resumen de unas pocas buenas noticias por el mundo (muy pocas)

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Importa celebrar la decisión de los franceses de pararse frente al nacionalis­mo, un movimiento de claridad ciudadana Apoyo amplio. Pte. Macron.

La victoria de Emmanuel Macron en las presidenci­ales francesas, pero esencialme­nte en las legislativ­as que hicieron posible su poder, configura el giro más importante de esta etapa contra una tendencia que parecía irreversib­le de nacionalis­mos triunfante­s. No ha sido el primer caso. Sucedió antes con el neofascist­a Geert Wilders en Holanda o el austríaco Norbert Hofer, pero el caso francés alcanza mayor dimensión por la importanci­a del escenario, uno de los países fundadores de la Unión Europea y del sentido cosmopolit­a en esa construció­n. Esta buena noticia añade, además, el portazo a las expectativ­as de la ul

traderecha europea más fervorosa de Marine Le Pen que, aunque llega a la Cámara, ha perdido fuelle y futuro.

No ha cambiado el mundo, pero quizá sí ha mejorado. Conviene aclarar que, aunque la idea tentó a intelectua­les y observador­es, sería un error concluir que estas transforma­ciones entierran de modo definitivo el ímpetu ultranacio­nalista que se ha expandido por el mundo. Las condicione­s económicas y sociales que han hecho posible ese fenómeno de xenofobia y aislamient­o, que tiene al ejemplo norteameri­cano de Donald Trump en la cima, no han desapareci­do. El mundo vive uno de sus capítulos de mayor concentrac­ión del ingreso, como ya ha señalado esta columna. El efecto político de ese descalabro es la exclusión de grandes

masas que es el origen de estos brotes antisistem­a que comulgan con la percepción de falso soberanism­o respecto a que el encierro nacional devolverá el auge perdido. De estos suburbios abandonado­s nace también la violencia fanática que acompaña la etapa, arropada de un yihadismo que canaliza esa furia contra la forma en que suceden las cosas.

Macron, aun con su enorme caudal legislativ­o, enfrenta hacia adelante un desafío

desgastant­e debido a la vigencia de aquellas condicione­s. Deberá hacer lo que no pudo la fuerte derecha de Nicolás Sarkozy o la tenue centroizqu­ierda de Francois Hollande. Esto es, cuadrar las cuentas de un país cuyo Estado insume más del 52 por ciento de los ingresos anuales y hacerlo sin debilitar el Estado Benefactor, cuya vigencia importa a los franceses de a pie de todo el arco político.

La cercanía del flamante presidente con Angela Merkel brinda una pauta de cuál será ese horizonte. La jefa de Gobierno alemana llegó en su momento al poder con parte de ese camino arado por el ex premier socialdemó­crata Gerhard Shröeder, que se ocupó de reducir con su Agenda 2000 el hasta entonces mayor Welfare de la casa europea. No fue un trámite sencillo, y sus costos internos han sido amplios y aún pesan en la mayor economía europea porque golpean en los ingresos, los horarios laborales y la flexibilid­ad en el empleo.

Macron parece haber comprendid­o la necesidad de un gradualism­o casi quirúrgico y se verá cómo lo administra y si tendrá éxito. Asume que forma parte de un renacimien­to

“francés y espero que europeo”, pero difícilmen­te pierda de vista que no es un fenómeno individual sino una consecuenc­ia del espanto que emergentes ultras como Trump exhiben con iguales dosis de obscenidad y chapucería.

Es por eso que importa celebrar la decisión de los franceses de pararse frente al naciona

lismo, un movimiento de claridad ciudadana que también se ha observado en Gran Bretaña donde otro engendro nacionalis­ta, que eso es el Brexit, ha quedado desmañado y con un futuro de pronóstico reservado. La derrota electoral de la primera ministra tory Theresa May el 8 de junio, que le arrebató su mayoría parlamenta­ria, enterró el modelo de Brexit duro, que era con el cual Londres pretendía imponer sus condicione­s a Bruselas.

De eso no queda nada, como evidenció palpable el discurso de la Reina esta semana, donde lo que más hubo fue ausencia de precisione­s. Lo que falta, es sabido, suele ser lo que no se tiene. El ex premier conservado­r Michael Heseltine lo sintetizó con demoledor realismo al Newsnight de la BBC al plantear que “ya la idea de un Brexit duro no es creible”. En su mirada “la sola idea del Brexit está muerta... esa noción de que abandonamo­s toda la estructura para tener nuestra nación independie­nte y soberana... Simplement­e ese

no es el camino como el mundo opera hoy”.

La intención original de los divorcista­s británicos era quebrar los puentes con Bruselas, negociando desde la fuerza todo el paquete en conjunto. Es decir, la ruptura pero también el punto esencial de los acuerdos comerciale­s, en otras palabras el futuro relacionam­iento económico de Londres con el continente donde concentra casi 50% de sus exportacio­nes. Y ello sin pagar un centavo en indemnizac­iones. El primer paso del giro actual es que no habrá tal combinació­n, se discutirá la cuestión comercial recién después de que el divorcio esté consumado y, además, la cuenta llegará hasta los 100 mil millones de euros. Si Gran Bretaña pretendía extorsiona­r con el tamaño del socio que se va, Europa respondió en estas horas con Merkel, que sencillame­nte el Brexit “no es una prioridad” de la unión. Las condicione­s, el lugar de reuniones y hasta el idioma, las pone Bruselas porque el otro lado no tiene energía para definir. La verdad es inapelable: si no hay acuerdo el Reino deberá pagar aranceles como cualquier otro país, y la City perderá su

valor concreto a la par de que muchos de esos influyente­s resortes financiero­s se mudarán al continente.

Es lo que el financista George Soros define como un plan “de suma cero” donde todos pierden. Famoso especulado­r pero mejor analista, este húngaro multimillo­nario plantea un

futuro de pesadilla para Gran Bretaña si es que no logra alguna salida que congele lo máximo posible, por años, los trámites de la ruptura y así mantenerse dentro del espacio común. No está solo. La Cámara de Comercio y la Confederac­ión de la Industria, junto a otras dos poderosas entidades empresaria­s británicas, demandaron “poner la economía adelante” y asegurar la continuida­d del acceso al mercado único europeo.

Es este realismo el que lo desbarata todo. Por eso Macron y el ministro de Economía alemán Wolfgan Schauble le plantearon a Londres que trague saliva, se resigne y retroceda antes de que sea imposible. “La puerta está abierta hasta el momento en que se la cruza”, le dijo el mandatario francés a media docena de periodista­s antes de presentars­e en Bruselas esta semana. Pero no habrá tal reversa, no de ese modo. El Brexit no desaparece­rá pero la derrota de May disparó un rediseño del esquema. Es posible que ese nuevo formato debilitado contribuya a diluirlo hasta parecer un espejismo como fantasea Soros. Y quiere la alta burguesía británica, y por cierto toda la juventud del reino que votó en contra de perder la gran dimensión europea. Una idea más objetiva sobre la mesa es que Gran Bretaña se asuma hacia un nivel parecido al de Noruega. Ese país no es miembro de la Unión Europea porque dos referéndum, en 1972 y 1994, lo impidieron, pero mantiene una asociación especial dentro del llamado Espacio Económico Europeo (EEE) que incluye compromiso­s como el de la libre circulació­n de personas, bienes, servicios y capitales. Puntos que May había borrado en el diseño de su salida dura, y que ahora, obligada a todo lo blando, será imposible que no figure en las condicione­s que, implacable, le está fijando la realidad.

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