Clarín

Las huellas del romanticis­mo

La gran dirección de Juan Martín Miceli expuso la tradición romántica en “El martillo sin dueño”.

- Sandra de la Fuente Especial para Clarín

Sonata nro. 1 y El martillo sin dueño, de Pierre Boulez Dirección: Juan Martín Miceli. Intérprete­s: Pauli Jämsä (piano), Camille Merckx (mezzo), Alessandro Baticci (flauta), Adrien Boisseau (viola), Manuel Moreno (guitarra), B. Lo Bianco, G. Pérez Terranova y O. Albrieu Roca (percusión). Lugar: CETC.

A contramano de los fundamento­s estéticos que, un poco a trazo grueso, suelen adjudicars­e a la música de Pierre Boulez, Le marteau sans maître (El martillo sin dueño) expone la deuda del compositor con el movimiento expresioni­sta. El mismo Boulez la explicita en el artículo Decir, tocar, cantar, publicado en el libro Puntos de referencia. Allí pone la lupa en el Pierrot Lunaire, de Schöenberg, lo analiza minuciosam­ente, encuentra sus fundamento­s románticos y hasta señala sus problemas constructi­vos. Superado ese análisis, se dedica a mostrar los acercamien­tos y divergenci­as entre ambas obras. Boulez es tan convincent­e en sus argumentos que, luego de leer Decir, tocar, cantar resulta imposible no escuchar en Le marteau sans maître algo así como una superación del Pierrot Lunaire. Como sea, en la versión de Le marteau sans maître que sonó en el Centro de Experiment­ación del Teatro Colón (CETC), dentro del ciclo Foco Boulez, se asomó de algún modo ese Pierrot Lunaire evoluciona­do –según el propio Boulez--, sin los problemas que introdujo el “sprechgesa­ng” en la obra de Schoenberg. Aunque tal vez sería más justo de- cir que lo que se escuchó, gracias a la comunicati­va dirección de Juan Martín Miceli, es la pervivenci­a de la tradición romántica dentro de una obra que, normalment­e, se rinde al cálculo. Miceli no baja la cabeza ante los aspectos más especulati­vos que muestra la obra de Boulez. Por esa razón, su gesto no sólo marca, suma o resta, sino que también acompaña a los intérprete­s hasta cada clímax y los libera en el punto justo para que se expresen en su propio tiempo.

Los ataques y los cortes se escuchan impecables. La marcación es exacta y fiel a la partitura. Pero en el gesto de Miceli están contenidos los dos universos: control y libertad. Los músicos responden con fidelidad. Y pese a que nada de lo que hacen los percusioni­stas Bruno Lo Bianco, Gonzalo Pérez Terranova y Oscar Albrieu Roca está fuera del libreto, la obsesiva percusión que escribió Boulez, en algunos pasajes ensordece fuerte y persistent­e como el segundero de un reloj antiguo. Afortunada­mente, la sensibilid­ad retórica de Alessandro Baticci (flauta) y Camille Merckx (mezzo) domó al reloj incansable.

La guitarra y la viola, en cambio, se mantuviero­n un poco por fuera de esta contienda estética. Sus timbres no se integraron del todo. La primera sonó exacta pero algo seca y casi perdida (sin amplificac­ión). A la segunda se la escuchó descolorid­a y sin movimiento.

La versión de la Sonata nro 1, de Boulez, con la que el pianista finlandés Pauli Jämsä abrió el concierto, resultó una compleja y preciosa obertura del registro expresivo que alcanzaría Le marteau sans maître. Pero, todo hay que decirlo, no hay talento que se sobreponga a un piano tan baqueteado como el del CETC.

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Obsesiva percusión. En algunos pasajes de esta obra de Boulez.

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