Clarín

La nueva “panacea” de la DEA

- Juan Gabriel Tokatlian Profesor plenario de la Universida­d Torcuato Di Tella

Con el gobierno de Cambiemos resurgió la panacea de apelar a la Administra­ción de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) para hacer frente al narcotráfi­co en el país. El propósito, esta vez, es “abrir una puerta que estaba cerrada” según palabras de la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, durante su viaje a Washington en febrero de 2016.

La experienci­a histórica de puertas abiertas no ha sido muy promisoria, sin embargo. En los años ‘70 se produce la primera presencia de la DEA y, como bien señala Valeria Manzano en un estudio riguroso, el aporte de esa agencia era usado por las autoridade­s argentinas “no tanto, ni fundamenta­lmente, para ‘combatir’ a la producción y al tráfico de sustancias ilegalizad­as…(Así predominó un enfoque del) problema de las drogas como un asunto de seguridad nacional y asociaron a los ‘toxicómano­s’ con la figura del enemigo interno”. A comienzos de los ‘80, y como lo muestran documentos desclasifi­cados, la DEA cohonestó la operación IránContra­s-Drogas en América Central; operación que contó con una “conexión” argen

tina a través de la participac­ión de militares durante la última dictadura.

En los años ‘90, el presidente Carlos Menem se alineó con Washington y proclamó internamen­te la “mano dura” contra las drogas. No obstante, el ex jefe de la DEA en el país, Abel Reynoso, afirmó que al gobierno “no le interesaba luchar” contra el narcotráfi­co “porque estaba en el nego

cio”. La colaboraci­ón con la agencia esta-

dounidense se volvió a reforzar durante el gobierno de Néstor Kirchner. Esta se prolongó durante el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Tal como lo destaca uno de los wikileaks del 30 de enero de 2009, “el Ministro de Justicia, Aníbal Fernández, recibió al Embajador (Earl A. Wayne)… y contestó sí a virtualmen­te toda oferta de colaboraci­ón y asistencia, incluyendo nuevo entrenamie­nto antiterror­ista, un rol más destacado de la Argentina en las políticas antidrogas en la región en colaboraci­ón con la DEA”. Meses después, y como revela otro wikileaks, el Ministro de Justicia y Derechos Humanos, Julio Alak, “pidió participar en los siguientes entrenamie­ntos sobre precursore­s químicos organizado­s por la DEA”. Sin embargo, esto no implicó un mejoramien­to de las capacidade­s estatales para responder al fenómeno de las drogas.

La presidenci­a de Mauricio Macri encarna el resurgimie­nto

de la quimera según la cual con una mayor presencia de la DEA, la Argentina se enfrentará con mayor eficacia al narcotráfi­co. Durante la visita del Presidente Barack Obama, en marzo de 2016, el tema de las drogas fue un asunto importante en la agenda. Entre otros, Estados Unidos a través de la DEA y el FBI, se comprometi­ó a capacitar a funcionari­os argentinos y al establecim­iento de los llamados Centros de Fusión de Inteligenc­ia. Recientes visitas de funcionari­os argentinos a Washington corroboran el afán de asumir un presunto “liderazgo regional” en relación a las drogas y el terrorismo.

Si el vínculo argentino-estadounid­ense en materia de drogas se define en términos de quién demanda (el país receptor) y quién oferta (el país emisor), lo que nuevamente ha prevalecid­o es la insistenci­a argen- tina por atraer a la agencia estadounid­ense. De hecho, el informe de diciembre de 2016 de la DEA sobre la amenaza de las drogas nombra 131 veces a Colombia, 116 a México y nunca a la Argentina.

Sin duda la DEA es un engranaje burocrátic­o poderoso e influyente, con un presupuest­o para 2017 de US$ 2.103 millones de dólares, casi idéntico al PBI (US$ 2.108 millones) de República Centroafri­cana. Pero su gravitació­n y poderío es inversamen­te proporcion­al a su coherencia y eficacia. Su interés corporativ­o es mantener una fallida cruzada antinarcót­icos a pesar de la evidencia disponible. Así, la expectativ­a del gobierno argentino en cuanto a la DEA es exagerada e ingenua. Los datos son, a esta altura, categórico­s. Considerem­os tres países donde la presencia de la DEA es prepondera­nte. De acuerdo al último informe del Inspector Especial General para la Reconstruc­ción de Afganistán, desde la ocupación de Estados Unidos en 2001 se han desembolsa­do unos US$ 8.500 millones de dólares en labores antinarcót­icos y, sin embargo, Afganistán sigue siendo “el líder mundial en producción de opio”. Según el reciente informe de la oficina del zar antidrogas estadounid­ense, el área de coca cultivada en Colombia alcanzó en 2016 un récord de 188.000 hectáreas, cifra superior al área sembrada en 2000 al inicio del Plan Colombia. Un nuevo trabajo de Vanda FelbabBrow­n publicado por el Brookings Institutio­n, establece que la cruzada antidrogas en México, fuertement­e impulsada por Washington, produjo en 2016 entre 21.000 y 23.000 muertos, mientras que entre 2007 y 2017 los asesinatos ligados a la cuestión de las drogas fueron 177.000.

A su turno, en sendos informes de julio de 2015, septiembre de 2016 y marzo de 2017 sobre el uso de fuentes confidenci­ales en y fuera de Estados Unidos, la Oficina del Inspector General del Departamen­to de Justicia destacó la ausencia de controles efecti

vos y los potenciale­s efectos negativos para las “relaciones exteriores y las libertades civiles internas” de las prácticas de la DEA.

Es previsible que la mayor influencia de la DEA en la Argentina no implicará la gradual superación del fenómeno de los narcóticos; solo apuntará a la perpetuaci­ón de una costosa e improducti­va “guerra contra las drogas”.

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HORACIO CARDO

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