Clarín

Las caricias también tienen memoria

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Quiebra sueños románticos. Eso hace

La La Land, la película que superó récords hace pocos meses. La trama es sencilla pero inusual: dos personas que se enamoran después de sus dimes y diretes no siguen juntos: la fama y las ilusiones de cada uno parecen excluyente­s. Para ella, ser una actriz mundialmen­te reconocida. Para él, músico de aquellos, tener un club de jazz de culto, de los que no hacen concesione­s a las modas ni al dinero. Respetado por los puristas, fuera de la fama masiva. Si bien el argumento es algo débil acerca de por qué se separan (¿acaso hoy no pueden ser una pareja con cierta libertad y estar juntos unas semanas sí y otras no?) queda claro que ellos no aceptan ser felices sólo queriéndos­e. Necesitan más, el amor no alcanza. Algo así, en escala minimalist­a, nos cuenta Delfina. Dos jóvenes muy jóvenes que tienen una conexión única y que sin embargo no terminan de estar cómodos, de sentir que son tal para cual. El modelo de familia y de pareja de ella y de él parecían antagónico­s y si alguno de los dos cedía, daba por seguro que se iba a arrepentir. Amor para hoy pero convivenci­a imposible para mañana.

Es curioso, en esto no puedo hablar en primera persona. ¿Sentirse tan atraído por alguien y pensar que allí va a anidar la infelicida­d? Los problemas de pareja que he conoci- do en mi propia piel han estado menos cerca del abismo. No se me ocurriría un empezar y dar nuevo si hay deseo de estar juntos. ¿Soy yo? ¿Es la vida que no me ha enfrentado a esa situación? ¿O a veces también hay temor a probar, a poner los acentos en la íes y ver si uno no puede seguir siendo quien es pero a la vez distinto, más amplio? Las diferencia­s esenciales son -aquí sí- una grieta y cuesta remontarla. No lo niego. Pero la química tiene lo suyo: si encontramo­s a esa persona con la que nos podemos mirar sin hablar por horas, puede valer el intento. La magia es egoísta, se muestra muy de vez en cuando. Y las caricias lo saben, por eso tienen memoria y nos llevan a añorar las que provocaron felicidad.

No hay recetas, claro, pero puede haber intentos. Quién te dice.

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