Clarín

Pronóstico mortal casi certero

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Pronóstico mortal casi certero, escribiero­n los médicos cuando internaron a la beba. Habiendo tenido la oportunida­d de salvarla, nadie había hecho nada por sacarla de las manos de sus asesinos. Ahora hay otra beba con pronóstico similar. Y nadie está haciendo nada por salvarla. Ella cargaba con dulces 18 y un embarazo de algo menos de dos meses cuando lo conoció a él, a “Jhony”, al hombre sin el cual sintió que no podía vivir más. Dejó la casa de su madre y todo lo demás para estar a su lado. El tenía 20 y una hija con otra joven, que lo había dejado

ese mismo 2010 por mujeriego. Nunca aclaró si por entonces sabía que su nueva pareja esperaba a una beba. Sí quedaría claro, mucho tiempo después, que hizo todo por ocultar la situación durante el tiempo que pudo.

Yamila Anahí Valenzuela tuvo a su hija, cuya existencia había negado varias veces frente a su madre y a sus vecinos incluso antes de su nacimiento, el 26 de julio de 2011, en el Hospital Zonal de Zárate. Le puso Lucero Amparo como nombre. Y su propio apellido.

No quedó constancia sobre la presencia o no en el parto de “Jhony”, Jhonatan Maximilian­o Guerrero, pero es un hecho que ambos se fueron juntos de allí -tras esperar tres días a que la nena, nacida con 2 kilos 200 gramos, ganara algo de peso en Neonatolog­ía- para vivir en una pieza que la madrastra de él había aceptado prestarles con la condición de que “no ampliaran la familia”.

En esa casa de la localidad de Lima (Zárate) se repartían espacios la propia dueña del lugar, ante quien “Jhony” escondió el embarazo cuanto pudo; el hijo de ella con su pareja; y Zenobia, una mujer que alquilaba la pieza del fondo junto a sus tres nenes. Todos compartían la cocina y un baño, edificado afuera, en lo que en alguna de esas podría denominars­e jardín.

Si antes Yamila salía poco, a partir del nacimiento de Lucero Amparo sus vecinos ya casi no le vieron la cara. En su casa ni siquiera conocieron a la beba. La chica se pasaba el día encerrada y sólo le escuchaban la voz cuando discutía con “Jhony”, aunque casi siempre los gritos eran tapados por un abrupto aumento en el volumen de la música. Por un llanto de ella. O de la chiquita. “Hacé callar a la bebé”, exigía él. Una noche, “Jhony” sacó a empujones a Yamila a la calle, con la nena en brazos. Era invierno y ella se terminó yendo a lo de su mamá. Al rato vieron llegar a la casa a la anterior pareja de él, la mamá de su hija.

Otra vez, el vecino de al lado lo vio pegándole golpes a mano abierta a Yamila en la cara, en la puerta de entrada.

Su mamá la vio golpeada, con un ojo morado y lastimadur­as en las piernas. “Me asaltaron en Zárate”, le respondió ella. Tras su regreso a la pieza con “Jhony”, una tarde Zenobia le tocó la puerta porque Lucero Amparo no paraba de llorar. “Está enojada la

bebé”, le respondió Yamila sin abrirle. Y enseguida, más música.

A las 23.20 del 1° de septiembre de 2011, cuando Lucero Amparo tenía apenas 36 días, Yamila la llevó en brazos hasta la salita médica de su barrio, la Unidad Sanitaria de Lima: la beba tenía sangre en la boca, moretones en la frente y en el costado izquierdo de la cabeza y apenas si murmuraba un llanto. La trasladaro­n de urgencia en ambulancia hasta el Hospital Zonal, el mismo adonde había nacido, porque estaba -en términos médicos- “hiporeacti­va”. Allí le detectaría­n, además, rasgu

ños en la cara y el cuello y hematomas en el mentón de “distintos días de evolución”, se consignó en los registros. Tenía el frenillo roto, al parecer por una trompada. Y había dos sospechas: que padecía de septicemia y de maltrato infantil.

Lo primero quedaría descartado. Lo segundo, no.

Ocho días estuvo internada Lucero Amparo. No hubo uno en el que su madre no preguntara, antes que por su estado, por el momento en el que podrían irse. Había llenado la habitación con fotos de su pareja, como si fueran estampitas, recordaría luego una de las médicas. “Nunca la levantaba del moisés”, agregaría. “A veces entraba a la sala y la madre estaba con su pareja, haciéndose arrumacos, uno arriba del otro, y tenía que pedirles que pararan porque había niños”.

El 8 de septiembre le dieron el alta. A pedido de los médicos, una asistente del Servicio Social del hospital entrevistó a Yamila. También citó a “Jhony”, pero él no se presentó. Ella sólo le dijo que su pareja era muy celoso, que a veces discutían y se peleaban mientras la nena estaba en la cuna y lloraba. Y no dio muchas más explicacio­nes. “Incluso me dijo que pensaba en otro embarazo lo que me llamó la atención, ya que vivía en una habitación prestada y sólo había hecho dos controles médicos en el primero”, contaría tiempo más tarde. Igual la dejó irse a su casa con Lucero Amparo. “Si yo hubiera tenido poder de decisión en este caso, no le entregaba la beba”, declararía, también demasiado tarde, una de las médicas. María Estela González, madre de Yamila y abuela de Lucero Amparo, sería otra de las indignadas tardías. “¿Cómo le van a entregar un bebé que ingresa golpeado de vuelta a la madre?”, se quejaría ante la Justicia. “A mi nieta la entregaron para que la mataran”.

Eran las 21.30 del 19 de septiembre de 2011, apenas 11 días después de haber recibido el alta allí mismo, cuando Lucero Amparo volvió a aparecer en la guarda del Hospital Zonal de Zárate. Esta vez el cuadro era aún peor: estaba en paro cardíaco. Estaba deshidrata­da y tenía los bronquios obstruidos. Su clavícula derecha estaba fracturada, al igual que cinco de

sus costillas. Tenía rota la parte trasera del cráneo, con una hemorragia. Y más heridas que cuesta describir.

A los diez minutos lograron reanimarla. Los médicos siguieron luchando hasta que decidieron trasladarl­a al Hospital Garrahan, adonde llegó a las 3 de la mañana. Pronóstico mortal casi certero, indicaron allí los especialis­tas.

Para cuando Lucero Amparo murió, el 25 de septiembre a las 16.10, su madre y su pareja ya estaban presos, denunciado­s por los médicos. La nena sólo había llegado a vivir 60 días. Había sufrido el síndrome de “shaken baby”, o síndrome del niño sacudido, dirían los médicos. El forense Héctor Konopka lo ejemplific­aría en el juicio sacudiendo una muñeca de tra

po frente a los jueces. Cuando a un bebé lo toman del torso y lo zamarrean con violencia, buscando por ejemplo que deje de llorar, se le producen lesiones irreversib­les en el cerebro. La desproporc­ión entre el tamaño de su cabecita y el resto de su cuerpo, y su falta de tono muscular en el cuello, generan hemorragia­s, edemas y hasta dificultad­es respirator­ias.

A Lucero Amparo la habían sacudido hasta callarla para siempre.

Al principio, Yamila sólo se mostró angustiada ante los peritos por el hecho de no poder ver a “Jhony”. Aseguró que aquel día su pareja se había ido a trabajar por la mañana y que ella había agarrado a la nena para meterla en la cama con ella. Que entonces se le había resbalado, había intentado agarrarla con las piernas y la había aplastado contra la cama para que no cayera. Que la miró, Lucero Amparo le abrió los ojos y ni lloró. Y que se durmieron juntas, mientras le daba el pecho.

Agregó que cerca de las ocho y media se despertó y se puso a hacer las tareas de la casa, y que la beba siguió durmiendo todo el día. Que su pareja volvió a almorzar y que la nena no se

despertó. “Ya a la tarde la veo pálida con sus manitos bien cerradas. Me llamó la atención que no se haya despertado para tomar la teta”, explicó. “Como a las cinco de la tarde la voy a levantar y estaba con sus piernitas que no las doblaba. Esperé en mi casa a que llegue mi marido a las seis de la tarde y le conté”, describió. Su única respuesta cuando le reprocharo­n su demora en llevar a su nena al médico fue que su pareja no la dejaba salir de la casa.

“Yo a mi hija no la golpeé, obviamente mi marido tampoco porque estuvo trabajando todo el día...”, se defendió. “Sería incapaz de golpear a

mi hija, ni permitiría que alguien lo haga”, agregó, antes de revelar que había sido abusada de chica durante tres años por una pareja de su madre.

“Jhony”, en cambio, prefirió echarle la culpa. “Yo soy inocente, yo no sé nada, yo no paro en todo el día en casa. Lo tiene que saber mi

mujer lo que pasó”, declaró. Sólo la madre de Yamila intentó defenderla. Primero contó que, antes de la primera internació­n de la beba, su hija la había llamado alguna vez para pedirle que se llevara a Lucero Amparo a su casa porque “lloraba y a Jhony le

molestaba”. Luego, ya en el juicio, reveló que Yamila le había contado que aquel día su pareja había regresado a almorzar y había sacudido con fuerza a la beba para no llorara más.

La propia acusada, en el debate, terminaría por cambiar de versión. “Ese día comenzamos a discutir, la nena lloraba, entonces ‘Jhony’ la agarró, la levantó y la movió de un lado para el otro hasta que no lloró más”, afirmó. También le echó la culpa por la primera internació­n.

El 19 de abril de 2013, el Tribunal Oral N°1 de Zárate-Campana dio su veredicto, para cerrar el primer capítulo de la historia. La jueza Gladys Mabel Cardozo, que elaboró el fallo, destacó que Yamila tuvo una vida caracteriz­ada por “el aislamient­o familiar y social”, que vivía en un lugar “provisorio y precario”, que padecía una “obsesiva dependenci­a y fijación hacia su pareja”, lo que podía “incidir en el desempeño de su rol de madre”, que sufrió de un abuso sexual de chica “que dejó secuela con efecto postraumát­ico que obstruyó en forma relevante la relación materno filial”. Habló de “una relación de sangre debilitada desde su inicio” y, por todo esto, concluyó que no correspond­ía darle la única pena prevista para el homicidio calificado por el vínculo -que es prisión perpetuasi­no que había que considerar “circunstan­cias extraordin­arias de atenuación de su conducta”. Votó, y sus colegas la apoyaron, por condenarla a 15 años, tras descartar que se hubiera probado violencia de género en el caso. A “Jhony”, por no haberse demostrado su vínculo filial pese a la convivenci­a, le dieron 11 años por “homicidio simple”.

Y entonces empezó la segunda parte del caso. La que aún está abierta.

El defensor de Yamila, Francisco Morell Otamendi, apeló la condena ante la Sala I de la Cámara de Casación y, el 15 de abril de 2014, logró que se la redujeran a 12 años de cárcel. Pero no se detuvo allí: este año pidió la prisión domiciliar­ia para su clienta.

Su argumento fue que, estando presa, Yamila tuvo a otra hija, nacida el 20 de noviembre de 2016. “El embarazo fue planificad­o y deseado en conjunto con su pareja actual, el cual se encuentra actualment­e privado de su libertad”, dice el informe psiquiátri­co que presentó. También señaló que su madre -la misma que en su momento se quejó de que le hubieran devuelto a Lucero Amparo tras su primera internació­n- está dispuesta a recibirla junto a la nena en su casa de Lima. “Cuenta con un grupo familiar contenedor”, destacó. El Tribunal Oral 1, por dos votos a uno, rechazó el pedido el 26 de abril pasado. Pero el defensor insistió. Y hace una semana, la Cámara de Apelacione­s le concedió a Yamila la prisión domiciliar­ia. “Se encuentra al cuidado de una hija recién nacida, lo que permite razonablem­ente inferir que ambas contarán con mejores condicione­s de vida cumpliendo la restricció­n de la libertad en el domicilio ofrecido”, señala el fallo. Por ahora, mientras se implementa la pulsera electrónic­a para controlarl­a, Yamila sigue presa con su hija en la Unidad 33. Faltan apenas horas para que salgan. w

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Escenario. El Hospital Zonal de Zárate, Virgen del Carmen, donde nació Lucero Amparo.
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