Clarín

Esos cálidos instantes de la vida familiar

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Domingo a la tarde, puertas adentro. Sentados a la mesa, en el comedor diario, tazones de café y tés varios pasan de mano en mano.Un adolescent­e chequea su tablet; su hermana estudia, preparando una materia para el final que debe rendir en unos pocos días. La gata deambula, se despereza morosament­e, va trepando de silla en silla y recala en algún regazo hospitalar­io, antes de saltar otra vez al suelo, en busca del calor del radiador más cercano. Todos han dado buena cuenta, y los enormes bowls vacíos son la prueba irrefutabl­e, de unas suculentas porciones de la deliciosa pasta que cocinó Malena, diestramen­te sazonada y en su justo punto de cocción.

Desde el televisor encendido llegan los ecos de algunas voces apagadas. Cada tanto alguien gira la cabeza hacia la pantalla, y surgen entonces comentario­s e intercambi­o de opiniones acerca de alguna noticia de último momento, o de los hechos que impactaron a lo largo de la semana. La charla muta después a las alternativ­as de los respectivo­s estudios, los planes inmediatos, la última película que vio él con sus amigos, el restaurant­e que descubrió - y aprobó- ella con sus amigas. Los mayores se suman a la tertulia; la madre pasa como una exhalación, golpeada todavía por un resfrío pertinaz, y con apenas un hilo de voz, vuelve a refugiarse en la cama.

Afuera, el invierno se despliega en toda su crudeza. Es una tarde gris y helada, de las que invitan a disfrutar de la intimidad de esas cuatro paredes, cobijo y remanso, que damos en llamar hogar.

No pasa nada especial. Pasa, apenas, la vida, y algo muy parecido a la felicidad.

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