Clarín

Una base invisible del funcionami­ento de la economía

- Eleonor Faur Doctora en Ciencias Sociales

Según el INDEC, las mujeres perciben un 27% menos de ingresos que los hombres. Si nos atenemos a los ingresos laborales, la brecha se reedita en cada categoría observada: las asalariada­s ganan menos que ellos, las cuentaprop­istas, menos aún, las mujeres ocupan los puestos menos rentados y ellos, los más. ¿Por qué se sostienen estas cifras a pesar de que las mujeres cada vez están más formadas, que muchas encabezan sus hogares, y que su participac­ión labo- ral es creciente y persiste a lo largo de toda su vida? Nos encontramo­s frente a uno de los nudos críticos de la desigualda­d de género, que requiere leer, de manera conjunta las lógicas del ámbito laboral y de la vida familiar.

Por un lado, el funcionami­ento del mercado laboral arrastra esquemas que suponen un trabajador ideal que tiene capacidad de dedicación exclusiva, que no necesitará tomar licencias por embarazo ni para cuidar a sus hijos. La segmentaci­ón laboral muestra la amplia gama de posiciones que se consideran “femeninas”, mientras que el famoso “techo de cristal” sigue operando a la hora de optar por la promoción de emplea-- dos. Un informe del PNUD mostró que en la Argentina, las pocas mujeres que acceden a puestos directivos tienen niveles de calificaci­ón mucho más altos que sus pares varones. La conclusión es obvia: a ellas se les pide más para llegar a posiciones similares. En el otro extremo, las posiciones menos rentadas se reservan a las mujeres. ¿O será, más bien, que como se trata de posiciones feminizada­s sus ingresos tienden a ser menores que los que obtendrían sus pares varones? La historiado­ra Joan W. Scott refirió por ejemplo que, en el caso de los Estados Unidos, la feminizaci­ón de la carrera de medicina trajo aparejada una merma en los ingre- sos para el sector. Si, siguiendo este ejemplo, nos detenemos en la distribuci­ón de género de las diferentes especialid­ades, encontrare­mos que los varones se concentran en aquellas más rentables (por ejemplo: cirugía). Encontrare­mos ejemplos similares en cada rama que analicemos (derecho, economía, etc.).

Pero hay otra arista crítica en la perseveran­cia de estas desigualda­des. La organizaci­ón del trabajo remunerado es la contracara de la organizaci­ón social de la vida doméstica y de los cuidados. A las mujeres, se les ha reservado la responsabi­lidad casi exclusiva sobre el bienestar afectivo y cotidiano de sus familias: los cuidados de hijos e hijas, la gestión de la casa, etc. Esta asignación no es “natural” sino histórica y cultural. Pero también es económica: se trata de actividade­s que demandan una importante dedicación de energía y tiempos de trabajo que no son remunerado­s. Las mujeres que participan del mercado laboral arrastran sus responsabi­lidades familiares en sus atiborrada­s agendas. Son ellas quienes tienen que ingeniárse­las para “conciliar” las responsabi­lidades familiares y laborales. El derecho laboral lo establece así, cuando las licencias para padres no superan los dos días en el sector privado; las empresas lo administra­n así, los hombres lo piensan así, y las mujeres lo aceptan. Esta asignación opera como una base invisible del funcionami­ento de la economía y parece “justificar” la segregació­n y segmentaci­ón de género en el mercado laboral. Las políticas públicas son decisivas para trastocar este orden de cosas. Las medidas activas para erradicar las discrimina­ciones en el ámbito laboral deben sumarse a políticas de cuidado construida­s sobre la base de la igualdad. Los países que apostaron a la igualdad real entre géneros, modificaro­n sus ordenamien­tos legales, ofrecieron licencias compartida­s a hombres y a mujeres. La tarea es profunda pero posible.

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