Clarín

El pasado K, ¿alcanza para hacer campaña?

- Eduardo Aulicino eaulicino@clarin.com

LSi el futuro inmediato se define en agosto y octubre, parece difícil dejar la gobernabil­idad fuera del menú político.

a exhibición de buen clima es casi una obsesión del oficialism­o. La confección de las listas debió superar problemas en varios distritos, pero finalmente y no sin algunas heridas hubo un final más o menos amigable en las principale­s provincias, no en todas: una decena de distritos va a primarias, aunque en general se trata de peleas de escaso relieve. El tema central, en todo caso, es el discurso, que a poco de andar muestra matices y

hasta correccion­es. Hay dirigentes oficialist­as que prefieren a esta altura evitar en público la fórmula de la pura polarizaci­ón con Cristina Fernández de Kirchner, básicament­e en Buenos Aires. Se habla más bien de los riesgos de volver al pasado. El punto es que no se trata de una elección presidenci­al: lo que está en juego es el par de años que restan hasta 2019, es decir, la segunda mitad de la gestión macrista. Y el foco, para algunos, no debería descuidar entonces los sistemas de acuerdos y considerar a quienes acompañaro­n los equilibrio­s en estos dos primeros años, en especial, varios gobernador­es. Como contracara, la gobernabil­idad no es un dato menor frente a la ex presidenta porque su cambio de modales para la campaña no oculta que si las urnas acompañan, el juego será muy duro, empezando por la ofensiva sobre María Eugenia Vidal.

La polarizaci­ón representa para el oficialism­o una atracción, pero también un dilema y, finalmente, un riesgo. Con un agregado: habla en particular de la provincia de Buenos Aires, y no es fácil -y para algunos dirigentes, tampoco deseable- trasladar ese modo elemental de campaña a los distritos del interior.

Está claro que, desde el más evidente juego de imágenes, la confrontac­ión entre Vidal -figura máxima de la campaña bonaerense de Cambiemos- y Fernández de Kirchner surge casi naturalmen­te, más allá del rediseño per

sonal y escenográf­ico de la ex presidenta. Lo original y a la vez contradict­orio es que el oficialism­o busca esa confrontac­ión, pero al mismo tiempo necesita que se mantenga la división del voto peronista, en las variantes de Sergio Massa y, con menos rodaje, de Florencio Randazzo. Son propósitos con zonas de fricción, un juego riesgoso si colabora a empequeñec­er opciones. Por supuesto que los otros competidor­es también disputan este partido. Randazzo prefiere no discutir mucho lo que fue la década kirchneris­ta, se limitó a definir a Fernández de Kirchner como etapa superada, y carga centralmen­te contra la gestión macrista. Massa, en cambio, intenta sintetizar su posición como un freno al pasado de corrupción y una respuesta a las políticas del Gobierno. Los dos, naturalmen­te, prometen o sugieren un mejor futuro y buscan perfilarse camino al 2019, como figuras centrales del reacomodam­iento poselector­al. Massa, para afirmar su

proyecto presidenci­al y Randazzo, al menos, para estar en la mesa de discusión del PJ.

Presente y futuro se anudan de otro modo para el oficialism­o. Vidal -también Macri- defenderá su gestión, intentará contrastar con el pasado a escala provincial y también nacional, y enfrentará el desafío de mantener y traducir electoralm­ente el respaldo de una franja, amplia, que sostiene aún en tiempos difíciles su imagen pública en niveles significat­ivos. Si lo consigue de manera sostenida, ese

capital de expectativ­a colocaría la confronta

ción con el pasado no sólo en términos de presente, sino de futuro. “Cercanía y atención de los problemas de la gente”, es el motor según el laboratori­o de campaña. Visto así, como una cuestión también de

expectativ­as y no sólo de pasado y presente, el panorama poselector­al se afirma como un componente nada desdeñable. Y si el futuro

político inmediato -es decir, los dos años que restan hasta la batalla del 2019- se define en agosto y octubre, parece difícil dejar fuera del menú electoral la cuestión de la gobernabil­i

dad. El problema, para el oficialism­o, suele ser su concepción atada a la necesidad de generar confianza y evitar lecturas de debilidad.

La realidad dice otras cosas, al margen del pensamient­o oficialist­a y de las recomendac­iones, acertadas, de algunos referentes del Gobierno y de socios políticos que apuntan a evitar una campaña que termine exhibiendo fragilidad propia en función de generar temor sobre la estrategia del kirchneris­mo, enfocada ahora en Vidal como corazón del oficialism­o a nivel nacional.

Ocurre que la ex presidenta jugó una partida fuerte en el peronismo bonaerense y, al mismo tiempo, trabajó y se asesoró para definir un perfil de campaña diferente al que sugería esa ofensiva interna. Tensó la cuerda en el PJ bonaerense, fue muy dura y no admitió discusione­s en sus directivas a operadores e intendente­s y finalmente dejó de lado la estructura partidaria para armar un frente a su medida. En ese movimiento, resultó inevitable su candidatur­a -no parece suficiente la ex- plicación de los fueros-, acompañada por una lista de candidatos fieles especialme­nte a escala provincial, con la esperanza de recuperar peso y dar batalla en la legislatur­a bonaerense para poner en crisis el sistema de acuerdos tejido allí entre Vidal y sectores de la oposición, en especial el massismo.

Más explícitos incluso resultaron después algunos movimiento­s del kirchneris­mo, que formalment­e desentonan con la expresión pública que muestra la campaña de la ex presidenta, pero no resultan ajenos al sentido más amplio del camino con que se ilusiona desde que dejó el poder. Fue llamativo el debut de su primera candidata a diputada nacional, Fernanda Vallejos, que para exculpar a Amado Boudou, dijo que es un perseguido político y afirmó que la corrupción pasada es un invento mediático. Y también sumaron los escraches a Macri y la escalada de piqueteros asociados al kirchneris­mo.

Cambiemos, a pesar de los cuidados de imagen, no es monolítico en su discurso, que se va matizando, y cuenta con exponentes de juego propio. Elisa Carrió tendrá un protagonis­mo que trasciende los límites porteños: trabajará en el GBA, además de algunas visitas a Santa Fe y Chaco, donde candidatos propios corren con chances. Y expondrá, claro, su visión de lo que se juega en las urnas.

El oficialism­o, por supuesto, analiza el tema más allá de Buenos Aires. Fuentes del Gobierno señalan que la campaña será cuidado

sa en los distritos cuyos jefes provincial­es, del peronismo o de fuerzas locales, han articulado un sistema de negociació­n y acuerdos con la Casa Rosada, muchas veces pero no únicamente con expresión en el Congreso. Eso, aclaran, no significa abandonar o “regalar” la pelea: además de concentrar­se en garantizar

sus distritos, el objetivo son las provincias que renuevan senadores y aquellas en que Cambiemos corre con posibilida­des de sumar plazas al recuento nacional. En ese punto, naturalmen­te, las cuentas del oficialism­o expresan voluntad de consolidar su gestión. Habrá que ver hasta dónde lo exponen, y con qué carga dramática.

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Foto de familia. Candidatos en Olivos, con Macri, Vidal, Carrió y Michetti en el centro.
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