Roma no puede sola con todo y la Unión Europea debe movilizarse
¿La palabra “solidaridad” puede ser aún pronunciada y puesta en acto o, como lo temía el jurista Stefano Rodotà en su último libro, está destinada a ser proscripta y condenada? ¿Es aún posible hablar de inclusión, acogida e integración sin ser callados por el desagrado y el temor de los ciuda- danos o de quien está siendo afectado por estos sentimientos?
Un camino existe, pero es un pasaje estrecho, necesario, incluso indispensable para no traicionar nuestras tradiciones civiles y nuestra impronta democrática. En las costas italianas fueron recién recogidos 12.500 migrantes llegados de Libia. Es un punto límite, como subrayó el presidente Sergio Mattarella: “Si el fenómeno de los flujos continuara con estos números, la situación sería inma- nejable también para un país grande y abierto como el nuestro”.
Pero Italia sola no puede hacerlo. La Europa que se movilizó el año pasado para cerrar la ruta balcánica, que llevaba el flujo de refugiados y migrantes hacia Alemania y el Norte, poniendo a disposición de Turquía 3.000 millones de euros, hoy aparece vaga y ausente. Nuestro país -instituciones y ciudadanos en conjunto- se ha mostrado hasta hoy paciente, preparado y digno. No ha traicionado las leyes del mar y las reglas no escritas del salvataje y la acogida y no debe cambiar esa ruta. Lo que debe necesaria y urgentemente cambiar es el contexto en el cual nos movemos.
Antes de que la actual estación veraniega se transforme en un verano de emergencia, de choques entre comunas y regiones limítrofes, de riñas entre sindicatos y prefectos, de barricadas de ciudadanos enfurecidos y de pérdida de racionalidad, la Europa entera debe hacer su parte. Estableciendo reglas claras válidas para todos los países e invirtiendo económicamente en la asistencia (a partir de una real contribución financiera para dar respiro sobre todo a las comunas, sobre las cuales recae el peso principal de la gestión de los nuevos arribados) y en el intento indispensable de control de los flujos mi- gratorios. Deben ser combatidos además los grupos de traficantes de hombres y financiados los campos de acogida gestionados por la ONU en Libia y en otros países donde se inicia la crisis, desde el Chad y Niger.
Para que esto no se transforme en una operación represiva debe nacer un plan concreto de apoyo al desarrollo de los países de origen, que asegure una esperanza de mejoría en la calidad de vida. Pero no basta tampoco don dar dinero; es necesario impedir que los fondos engrasen la corrupcion. Solidaridad e integración son valores demasiado preciosos y vitales para perderlos o abandonarlos. Debemos salvarlos. Para que eso ocurra hay que alzar la voz -prerrogativa que no debe ser dejada sólo a los xenófobos y populistas. Y esto lo debemos hacer rápido.