Clarín

El billar, un clásico que resiste y hasta tiene torneo internacio­nal

El Panamerica­no a 3 bandas se está jugando en Los 36 Billares, una sala con más de 100 años de historia.

- Nahuel Gallotta

Todo este lugar es una foto. Es una foto el viejo de la mesa pegada al baño, tomando una cerveza y de piernas cruzadas; es una foto el cartel que recomienda el vermout; los mozos también son una foto: por sus chalecos, por sus peinados, por sus moños. Ver caballeros que conversan mirándose a los ojos, cada uno con su copetín, sin celulares en las mesas, es una foto que solo podría tomarse aquí.

Son las seis y media de la tarde del sábado en el subsuelo de Los 36 Bi

llares. Acá, ahora, en el lugar de las fotos, se juega el “Grand Prix Panamerica­no de Billar a 3 Bandas Buenos Aires 2017”. Además de participan­tes de Argentina, Colombia, México, Ecuador, Puerto Rico, Nicaragua y Perú, entre otros, también están los habitúes de la centenaria sala que, según los entendidos, es la mejor de Latinoamér­ica. Fabián Oliveto (53) dice que practica billar desde los 13 años. Ha parti- cipado en diez mundiales y quince torneos panamerica­nos. Habla con

Clarín después de ganar su primer partido. Oliveto aprendió a jugar en el Boedo billar club. En 1997 fue contratado por Los 36 Billares, en la reinaugura­ción de la sala, que estaba cerrada desde 1990. Este año cumple 20 años en el lugar que es una foto.

“El billar es 100 por ciento porteño”, dice. Las épocas de oro fueron las décadas del 50, 60 y 70, donde no había barrios sin billares. “Siempre se lo asoció a la noche, a la trampa, al juego. Pero hoy en día nada de eso existe. El público es más de café, de gaseosas, de almuerzos o cenas entre amigos”, agrega. Oliveto pasa 40 horas semanales aquí. Se encarga de enseñar- les a los principian­tes, de estar pendiente de los que ya saben y tienen inquietude­s por alguna carambola, de atender a los turistas, de organizar competenci­as como la de hoy.

Oliveto señala desde una de las mesas del fondo a los que casi que pasan tantas horas como él en el lugar de las fotos. Hoy solo pueden mirar. Hay de todo: taxistas, abogados, despachant­es de aduana, trabajador­es de la medicina laboral, entre tantas profesione­s. Gente que después de la jornada laboral pasa a jugar un partido de billar y recién después encara hacia su casa. O jubilados que se pasan las tardes a puro café y billar. Las taqueras solo son para los que tomaron a este lugar como segunda casa, y son cerca de 200 parroquian­os. El próximo objetivo del lugar que es una foto es llegar a los jóvenes. Que se interesen en el billar, que aprendan, que comiencen a practicarl­o.

“Yo no sé qué otro deporte puede recrear a toda esta gente que es asidua”, es la definición de Henry Díaz, representa­nte de Colombia, sobre el ambiente de las salas de billar, ya sentado tras ganar su primer partido. Y saca chapa: “No existe en el mundo, en proporción de territorio, un lugar donde se juegue más al billar que en Colombia. Es parte de nuestra cultura; hay salas en los barrios populares y en los centros históricos de las grandes capitales”. El país del continente que más se le parece es México. Y el que tiene más mesas de billar del mundo, Corea. Díaz es oriundo de Ibagué y jugó campeonato­s en 16 países. Sus co-

mienzos en el deporte tienen que ver con su pasado de obrero. En las obras, calcula Díaz, el 90% de los albañiles colombiano­s bebe cerveza y juega al billar a la salida del trabajo. Una tarde cualquiera lo invitaron y fue amor a primera vista. Trabajando en la obra fue campeón nacional varias veces. Hasta que el Gobierno lo contrató como maestro. De vecinos comunes y de funcionari­os. “En Colombia uno va al billar hasta a tomar un café y

cerrar un negocio. En todos hay música de fondo: tango, salsa, ballenato. En los de barrio son muy comunes las apuestas por dinero. Cualquier persona que tenga dinero y quiera invertir piensa en poner un billar”.

Faltan apenas minutos para el término de la primera jornada del Panamerica­no. Son los últimos partidos del día y los organizado­res piden silencio. La sala tiene el griterío habitual de la semana, que no es el que elegirían los competidor­es mientras juegan. Arriba, el salón está abarrotado. Varios clientes son turistas que no imaginan lo que sucede abajo: se están perdiendo una parte de lo último del romanticis­mo y la bohemia de la Ciudad. Ellos, los amantes de las fotos, se pierden el lugar que es una foto.

El billar es 100 por ciento porteño. Siempre se lo asoció a la noche, la trampa y el juego, pero hoy eso no existe. El público es más de café, gaseosa y cenas con amigos”. Fabián Oliveto Participan­te por Argentina

En Colombia uno va al billar a tomar un café y para cerrar un negocio. Es parte de nuestar cultura. En los de barrio son muy comunes las apuestas por dinero. Henry Díaz Participan­te por Colombia

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FOTOS: MARTÍN BONETTO Jugadores y público. Todos conviven desde ayer en el legendario salón, fundado hace 123 años y renovado hace poco.
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