Clarín

Cuando miles esperaban sus columnas de los sábados

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

La escena era típica de cada jueves en la redacción de Clarín, en aquellas horas de la tarde previas al cierre. Estamos hablando de tres y hasta de cuatro décadas atrás. De lejos se escuchaba el vozarrón de Don Miguel (“El Viejo”), su clásico “¿Qué hacés, pibe?” a cada uno que se cruzaba por estos pasillos y el llamado para ponerse a escribir. Y le reclamaba “espacio” a De Biase, Pagani o al editor de turno. Muchas veces llegaba acompañado por el “Negro” Juárez, su fiel lugartenie­nte, y en los últimos años lo esperaba Luisito Scalise. Pero el gran Najdorf estaba atento a cada

línea. No era un columnista formal ni rutinario, sino un apasionado. Del ajedrez y del periodismo, al que sentía como un segmento más de su increíble vida. Najdorf sabía que decenas de miles aguardaban el diario del sábado

para leer su columna de ajedrez: los fanáticos, por cuestiones técnicas, pero muchos más para conocer de primera mano sus exquisitas anécdotas. También sabía, y sabíamos, que sus columnas eran esperadas por los rincones más exclusivos del ajedrez en todo el mundo, en una época cuando Internet no era siquiera imaginable y debían procurarse otras vías para leerlas rápido. Y ni que hablar cuando Najdorf viajaba como comentaris­ta de lujo a las grandes series, donde más allá de cues-

tiones deportivas se daban encuentros de alta política y espionaje. El Karpov-Korchnoi de Filipinas, por ejemplo. Najdorf era un mito vivien

te en el ajedrez mundial y casi el único que accedía a esos sitios inexpugnab­les que formaban (y forman) los astros y su séquito.

Pero volvamos a la redacción. Cuando el cierre ya no apremiaba, alrededor de Najdorf se formaba el primer corrillo: los que querían meter algún bocadillo técnico o recibir algún consejo. Después comenzaban los recuerdos –aquel corrillo se convertía en un grupo numeroso- y El

Viejo se prodigaba con sus anécdotas de asombro.

Los más resistente­s podrían acompañarl­o durante aquellas noches que para Najdorf, pasados los 70 años, igualmente eran interminab­les. ¿Quién disfrutaba tanto como él la bohemia del Club Argentino o sus andanzas con los personajes que el mismo Najdorf trató durante su vida? Porque Najdorf jugó ajedrez con Perón y con el Che, con Fidel y con Kennedy, con Nikita Kruschev y con Tito. También contó que lo hizo con el mismísimo Churchill, quién sabe…

Fue rival de Alekhine y de Capablanca en los 30 y generacion­es más adelante se enfrentó con Fischer y con Tal, y llegó a aleccionar a Karpov y a Korchnoi. Se dio el lujo de ganarle a casi todos los que ostentaron la corona mundial: Botvinnik, Smyslov, Petrosian, los mismos Tal y Fischer. Era una personalid­ad arrollador­a, cautivante. No abandonó nunca su acento polaco/idisch y abrumaba con

su generación de simpatía. Fue un tipo cautivante y, a la vez, consciente de su grandeza. Y que dejó ordenado el epitafio que lo simboliza: “Aquí yace un hombre que supo vivir”.

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Historia pura. Una de las columnas típicas de Najdorf en Clarín.

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