Mientras la miramos de reojo, la cumbia no le hace asco a nada
“Todo tema que te suene/ va parar al cencerro”. Al principio resultará disonante, como cambiar el curso y la rima de un dicho popular, pero enseguida se hace familiar. La música popular argentina, desde hace más de medio siglo, es un corso a contramano de lo que se suponga, especule y escriba, pero jamás en dirección contraria a lo que suene en una fiesta familiar o desde las ventanillas de siete de cada diez autos del territorio que va de Ushuaia a La Quiaca.
Es evidencia: la cumbia no perdona. Fagocita lo divertido y lo solemne, lo sagrado y lo profano. Si en la industria de la golosina nacional, todo dulce termina siendo alfajor, lo mismo pasa con cualquier tonada pegadiza o exitosa: si hay una forma musical que pueda transformarse en cumbia, así será. Sin pudor. Si no, también, como ese Para Elisa de Beethoven de Damas Gratis, que le debe mucho más a Los Wawancó que a Richard Clayderman. Por cierto, el cover viene anexado a Los dueños del pabellón, porque si antes había cultura alta o cultura baja, ahora hay alta cultura, wachín.
En una escena de la película Gilda, Natalia Oreiro/Gilda responde: “Sui Generis, Charly García, Franco Simo- ne” a la pregunta ‘¿qué escuchás?’ de su futuro productor/compañero de grupo/amante, Toti Giménez. Puede ser un momento apócrifo, aunque las biografías no lo desmientan. Pero mientras los que fuimos alfabetizados con el rock lo podemos tomar como un momento de crossover en la vida del pop argentino, es un paso de lo más natural para los oídos menos desconfiados y prejuiciosos. Un paso de baile, bah.
Una frase del Indio Solari de fines del siglo XX (“el rock es una cultura
El género maneja una urgencia y voracidad que el pop local perdió por abandono.
caníbal”) podría hoy tener el sujeto en el tropical argentino . Los bordes y filos (sonido, modales, ámbitos) que Agapornis/Totora/Rombai/Marama/Bonnitos pulieron para un consumo de clase van en el carril contrario a la apropiación rockera que , despuntando el milenio, Pablo Lescano le insufló a la cumbia: actitud, independencia, estados alterados, sexo y convergencia con otros géneros y estilos. Mientras Agapornis buscó blanquear el género hasta blurear la vouptuosidad de las caderas, Damas Gratis expandió su imaginario hacia el pe- ligro y el orgullo de clase. Los Fabulosos Cadillacs y Andrés Calamaro, entre muchos, tomaron nota y le dieron visibilidad en videos y shows, un poco como tapizado de credibilidad callejera.
En Argentina, los procesos del pop nunca fueron espontáneos o inmediatos. El rock argentino tardó casi veinte años en llegar masivamente a hogares/colegios/boliches, desde el hit inicial y cincuentenario La Balsa (Los Gatos) hasta el momento que va entre Malvinas (y la prohibición de propalar música anglo que benefició a los nuestros) y la rotación permanente de Virus, Zas y Soda en AM y FM. La cumbia, tan omnipresente e innegable como pop argentino, también tuvo sus vaivenes estéticos e ideológicos. Incluso en Córdoba, donde el cuarteto es folclore, las internas son tan intensas y acaloradas como los recitales de La Mona.
Desde el atajo de hermosos freaks de su primera visibilización mediática en el ’90 (Riki Maravilla, Pocho La Pantera, Lía Crucet, Alcides), su etapa fachera con pelilargos y bandas de casting (Comanche, Peluche y Daniel Agostini al frente de Sombras), la reacción villera de Lescano, Yerba Brava, Pibes Chorros, el retro romántico de Gilda ( post- mortem), Leo Mattioli y La Nueva Luna, no hay una sola forma de ser argentino & tropical. Eso sí, parafraseando al General, cumbieros somos todos.