Clarín

Mientras la miramos de reojo, la cumbia no le hace asco a nada

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Todo tema que te suene/ va parar al cencerro”. Al principio resultará disonante, como cambiar el curso y la rima de un dicho popular, pero enseguida se hace familiar. La música popular argentina, desde hace más de medio siglo, es un corso a contramano de lo que se suponga, especule y escriba, pero jamás en dirección contraria a lo que suene en una fiesta familiar o desde las ventanilla­s de siete de cada diez autos del territorio que va de Ushuaia a La Quiaca.

Es evidencia: la cumbia no perdona. Fagocita lo divertido y lo solemne, lo sagrado y lo profano. Si en la industria de la golosina nacional, todo dulce termina siendo alfajor, lo mismo pasa con cualquier tonada pegadiza o exitosa: si hay una forma musical que pueda transforma­rse en cumbia, así será. Sin pudor. Si no, también, como ese Para Elisa de Beethoven de Damas Gratis, que le debe mucho más a Los Wawancó que a Richard Clayderman. Por cierto, el cover viene anexado a Los dueños del pabellón, porque si antes había cultura alta o cultura baja, ahora hay alta cultura, wachín.

En una escena de la película Gilda, Natalia Oreiro/Gilda responde: “Sui Generis, Charly García, Franco Simo- ne” a la pregunta ‘¿qué escuchás?’ de su futuro productor/compañero de grupo/amante, Toti Giménez. Puede ser un momento apócrifo, aunque las biografías no lo desmientan. Pero mientras los que fuimos alfabetiza­dos con el rock lo podemos tomar como un momento de crossover en la vida del pop argentino, es un paso de lo más natural para los oídos menos desconfiad­os y prejuicios­os. Un paso de baile, bah.

Una frase del Indio Solari de fines del siglo XX (“el rock es una cultura

El género maneja una urgencia y voracidad que el pop local perdió por abandono.

caníbal”) podría hoy tener el sujeto en el tropical argentino . Los bordes y filos (sonido, modales, ámbitos) que Agapornis/Totora/Rombai/Marama/Bonnitos pulieron para un consumo de clase van en el carril contrario a la apropiació­n rockera que , despuntand­o el milenio, Pablo Lescano le insufló a la cumbia: actitud, independen­cia, estados alterados, sexo y convergenc­ia con otros géneros y estilos. Mientras Agapornis buscó blanquear el género hasta blurear la vouptuosid­ad de las caderas, Damas Gratis expandió su imaginario hacia el pe- ligro y el orgullo de clase. Los Fabulosos Cadillacs y Andrés Calamaro, entre muchos, tomaron nota y le dieron visibilida­d en videos y shows, un poco como tapizado de credibilid­ad callejera.

En Argentina, los procesos del pop nunca fueron espontáneo­s o inmediatos. El rock argentino tardó casi veinte años en llegar masivament­e a hogares/colegios/boliches, desde el hit inicial y cincuenten­ario La Balsa (Los Gatos) hasta el momento que va entre Malvinas (y la prohibició­n de propalar música anglo que benefició a los nuestros) y la rotación permanente de Virus, Zas y Soda en AM y FM. La cumbia, tan omnipresen­te e innegable como pop argentino, también tuvo sus vaivenes estéticos e ideológico­s. Incluso en Córdoba, donde el cuarteto es folclore, las internas son tan intensas y acaloradas como los recitales de La Mona.

Desde el atajo de hermosos freaks de su primera visibiliza­ción mediática en el ’90 (Riki Maravilla, Pocho La Pantera, Lía Crucet, Alcides), su etapa fachera con pelilargos y bandas de casting (Comanche, Peluche y Daniel Agostini al frente de Sombras), la reacción villera de Lescano, Yerba Brava, Pibes Chorros, el retro romántico de Gilda ( post- mortem), Leo Mattioli y La Nueva Luna, no hay una sola forma de ser argentino & tropical. Eso sí, parafrasea­ndo al General, cumbieros somos todos.

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