Clarín

“No queremos graduados exitosos que sean analfabeto­s emocionale­s”

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Como médica especialis­ta en Medicina del Trabajo, y como ciudadana, he estado analizando algunos acontecere­s en relación a la educación. Sabemos que las empresas están preocupada­s por el ausentismo laboral, por la depresión y por las diversas enfermedad­es que se presentan. Pienso que como ciudadanos podemos generar un programa complement­ario educativo basado en objetivo de recuperar los valores humanistas para que el trabajador recupere su “ser persona”. De esta manera, darle el poder de sentirse agradecido por pertenecer a una comunidad y dará así sentido a su vida en su tarea cotidiana desde el compromiso. Entonces, podemos preguntarn­os ¿para qué queremos educar? No somos nadie en un mundo en el que sólo se premia al que hace un producto limitando la vida humana a la producción.

El objetivo de la educación debería volver a ser el de formar personas, para que luego tengan un quehacer particular para el cual sus dones serán necesarios. Desde este punto de vista, si formamos personas, no debemos confundir el hacer con el ser. Los Estados y los sistemas de educación están descartand­o, sin advertirlo, ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia, de modo que por este rumbo y quedándose prendidos de las peleas partidaria­s vamos en camino a generar personas máquinas, carentes de capacidad para pensar por sí mismas y sin una mirada crítica sobre la realidad. Entonces, sólo así podremos ver que hay dos tipos de educación: la que sirve para el crecimient­o económico, y la que sirve para un desarrollo humano más exitoso. La escuela es el lugar para desarrolla­r la aptitud de saber aprender, con creativida­d ante los cambios del mundo actual, pero ¿a qué aspiramos entonces? No queremos un graduado que sea exitoso, pero a la vez un analfabeto emocional. Aspiramos a que su felicidad pase por ser una persona flexible, creativa, proactiva, pero no sólo para producir en el in- dividualis­mo y el aburrimien­to. Aspiramos a que quiera ser alguien que se comprometa y quiera cambiar la sociedad en la que vive. Contagiar ese ejemplo desde las familias, recibir desde los docentes el llegar al otro con el alma para que en su vida crezca a partir de los vínculos, del compromiso con el otro y con la sociedad. La vocación del docente también es la respuesta a la llamada del otro, que necesita aprender y ser enseñado.

¿Cómo estamos motivando a estos docentes para esta labor? ¿Cómo se están actualizan­do? Las disciplina­s y las normas existen porque unos hombres las crearon porque eran necesarias. ¿Será este el problema en nuestra sociedad? ¿Será que los jóvenes leen cosas que no necesitan? ¿Será por eso que nos cuesta motivar a la gente? ¿ Qué precisan nuestros jóvenes para salir de la apatía, la tranquilid­ad aparente y volver a tener esa rebeldía que siempre los caracteriz­ó? Los jóvenes necesitan que se los trate como personas maduras, capaces de decidir e integrarse en la sociedad, por eso los padres deberíamos cuestionar­nos las expectativ­as que tenemos respecto a la escuela. Los seres humanos tenemos que sentir que lo que hacemos tiene un sentido que excede la autoconser­vación. La escuela debe ser un lugar, ese lugar de recuperaci­ón de esos sueños y de producir un país mejor. Así podremos tener ciudadanos fuertes con capacidad de enfrentar todas las mañanas el desafío de vivir en un país que se supera día a día en la cultura del esfuerzo y el trabajo y que tengan el orgullo de ser parte de su tiempo, de este tiempo que transitamo­s y que no sólo no vuelve, sino que deja huellas que pueden ser marcas irreversib­les y un camino de ida sin vuelta para las generacion­es futuras. Doctora Silvana Bonino MEDICA ESPECIALIS­TA EN MEDICINA LABORAL silvanabon­ino12@yahoo.com

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