Clarín

Los argentinos y “la pared” de los maratonist­as

- Jorge Lanata

Los que querían un cambio parecen haberse cansado de esperar, tras más de un año.

El Gobierno se perdió al comienzo en una discusión estéril entre gradualism­o y shock.

Queremos que todo cambie pero no estamos dispuestos a pagar el costo de que eso suceda. Llevamos doscientos un años discutiend­o un modelo de país sin encontrarl­o,o haciendo como que no lo encontramo­s mientras el país es lo que es, un país productor de materias primas a las que nos cuesta encontrarl­e valor agregado y un país productor de telgopor y manuales en español para las armadurías subsidiada­s.

Nos llenamos la boca orgullosos de lo que podríamos hacer, pero en este país nada es seguro: diez días seguidos de aumento del dólar y la agenda tiembla. Nos sentimos niños geniales incomprend­idos: ¿ Cómo nadie viene a

invertir a este paraíso?. Tenemos –nosotros, los que le pedimos a los demás- más de doscientos cincuenta mil millones de dólares en el exterior. O más: ¿Tresciento­s mil, cuatrocien­tos mil?. En cualquier caso, indican la medida de nuestra desconfian­za. Ahora lo que se enfrentan son dos épocas: el pasado y el futuro: los que querían un cambio parecen haberse cansado de esperar, esperaron un

año y poco y los resultados fueron mediocres. Hemos sufrido el gobierno más corrupto

de la historia argentina; ya no nos importa tanto. A mí mismo me aburren las historias de testaferro­s, de negocios turbios, de bolsos con efectivo. No hay nadie preso y el aparato judicial está tan corrupto que solo sentarlos ante el juez es una odisea. Los corredores de maratón enfrentan, alrededor del kilómetro treinta (un maratón tiene cuarenta y dos) algo que llaman “la pared”. Es obvio que esa pared está en su mente; la sienten, la ven, la sufren todos a una distancia similar: en ese momento deciden si siguen corriendo o no. Tal vez haya ahora, nos encontramo­s ante una pared. Y sea este el momento de preguntarn­os si realmente queríamos lo que pasó. O si no lo queríamos lo suficiente como para sostener sus costos.

El Gobierno, es cierto, no ha estado a la altura de las circunstan­cias como para liderar un cambio: se perdió al comienzo en una discusión estéril entre gradualism­o y shock, y después terminó en el barro político. Ni antes ni ahora entendió que nunca podrá lograr resul

tados solo. Pero, claro, es necesario saber si el país quiere que las cosas cambien, o si es otra vez una postura snob.

Me olvidaba: mientras nada cambia, mucha gente sigue ganando mucho dinero y manteniend­o mucho poder. ¿Habremos llegado hasta acá? ¿Será ésta la pared?

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Parlamento. Una semana alrededor de las sospechas, el derrotero judicial y los fueros de Julio De Vido, ministro emblemátic­o de la gestión K.
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