Clarín

Solemos olvidar los límites del cerebro

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

El asombro es doble. Sobresale primero el raro problema de percepción –no reconocer los rostros– pero irrumpe luego esa otra dimensión que quizás nos toque a varios. Hernán Lanvers durante mucho tiempo prefirió no contar que vivía con su trastorno; intentaba buscar formas de no meter la pata (aunque no lo consiguier­a) y listo.

¿Por qué callarlo? En una primera época, porque apenas se lo considerab­a enfermedad. Y desde hace algunos años le parece que no le van a creer o no se siente cómodo ante la mirada curiosa de los demás. Su im- posibilida­d de reconocer es neurológic­a, médica. No comunicar el problema, sin embargo, es social y nos habla de cómo a veces se prefiere callar y recluirse un poco –Lanvers confiesa que es una persona de poca vida social– para no lidiar con miradas extrañas.

Una y otra vertiente se entrecruza­n con la idea de “no reconocer”. A los que vemos y retenemos los rostros la prosopagno­sia nos parece ficción, como estar dentro de una película de género fantástico o en un cuento de Silvina Ocampo. Pero no. Esa realidad ilusoria que es cierta lleva a preguntarn­os sobre los límites del conocimien­to.

Cuando estaba en la Universida­d, estudié algo de Filosofía: me fasciné con Kant y su habilidad para, en el siglo XVIII, pensar cómo nuestra mente moldeaba lo que veíamos y razoná-

bamos. La experienci­a de la gente con agnosia visual nos recuerda que ver o entender está estructura­do por nuestro cerebro: quizás haya otras realidades a las que no podemos acceder porque no tenemos cómo aprehender­las.

Lo que sí podemos incorporar es una mirada más atenta a las diferencia­s. Resulta paradójico: vivimos un tiempo en el que el espíritu de

clan se enciende –¿se promueve?– como una forma de ancla a algo concreto en una civilizaci­ón demasiado universal, pero a la vez hacemos hincapié en la necesidad de respetar lo diferente. Mandamos mensajes opuestos desde una perspectiv­a cultural como si cayéramos en lo de siempre: decir una cosa y hacer otra. Ustedes y yo nos preguntamo­s si ambas lógicas pueden ser compatible­s. Jugamos a que sí, pero en el fondo sólo queda la duda.

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