Clarín

Robó $ 30 y está preso con “El Gordo” Valor

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Hay delitos imperdonab­les. Otros que quedan impunes para siempre. Y algunos, los menos, ponen a la Justicia frente a una encrucijad­a de la que es casi imposible salir haciendo justicia.

En los últimos 27 años, Jonathan Matías Garro no tuvo un solo trabajo formal. Son los 27 años que pasaron desde el 26 de septiembre de 1989, el día en el que nació en Munro, esa localidad que sólo abandonó para ir a dormir de tanto en tanto tras las rejas. Como ahora. Cumplidos los 18, sus antecedent­es de menor ya borrados, cayó preso cinco veces en poco más de cinco años. Su primera condena le llegó el 16 de abril de 2010 por un robo en San Isidro y fue de solo un año de prisión en suspenso. Al poco tiempo volvió a caer y lo sentenciar­on a cinco meses de prisión por un in

tento de robo, pena que luego se unificó en una de un año y cinco meses de cárcel por otro asalto, también en San Isidro. Eso fue el 26 de marzo de 2014 y lo devolvió tan pronto a la calle que el 16 de julio de 2015 volvió a quedar cara a cara con la Justicia. Entonces, el Tribunal Oral Nro. 3 de San Isidro lo juzgó por un robo a mano armada y decidió darle una pena única -que incluía el tiempo que debía de las anteriores- de seis años de cárcel.

Garro siempre fue ladrón, un mal ladrón. Y siempre recibió penas leves. Tanto que ninguna lo frenó jamás, ni sirvió para modificarl­e el rumbo.

Entre detención, liberación y sentencia, Garro seguía saliendo a hacer lo que peor sabía

hacer: robar.

- Dame la plata, recién salí de estar en cana y necesito armarme-, lo encaró uno de los tres, el más robusto, de tez morena y pelo oscuro. Estaba vestido con jean y una campera beige. Se quedó duro. - Tengo una 32 en la cintura, si querés te la muestro- lo apuró el ladrón. Los otros dos se pararon entre ellos y el resto de los pasajeros, como pantalla.

En la mañana del 24 de mayo de 2013, cerca de las 7.50, Juan Ignacio Prado se tomó el Belgrano Norte en la estación Padilla, en Villa Martelli. Iba hacia Retiro, a trabajar, cuando de repente se le apareciero­n en el vagón tres jóvenes que lo arrinconar­on. Estaban ya entre Aristóbulo del Valle y Scalabrini Ortiz.

- No te muevas, portate bien o esto se va a complicar- le dijeron. Juan Ignacio no necesitó más. Sacó su bille- tera, tomó un billete de 20 pesos y se los dio a los ladrones. Pero querían más. Volvió a abrir la billetera y entregó otro billete, ahora de 10 pesos.

El más robusto le pidió más plata y Juan Ignacio se negó. Entonces, el ladrón se guardó los dos billetes en un bolsillo trasero del jean y cambió de actitud: se convirtió en vendedor. Sacó un viejo celular Nokia con tapita, negro y plateado y sin batería, y se lo ofreció.

Juan Ignacio le dijo que no se lo quería comprar, que ya no tenía plata, que terminaran con eso. Y el asaltante, sin dar más vueltas, miró a sus cómplices y les indicó que lo acompañara­n hacia el furgón que había al fondo de la formación.

Unos minutos más tarde, cerca de las 8.30, el tren llegó a Retiro. Juan Ignacio bajó, cami-

nó unos metros y se encontró con dos policías. Estaba indignado. Les contó lo que le habían hecho y lo acompañaro­n de regreso hacia el tren en el que había llegado. Y allí, en el andén, a metros de los vagones, estaban los tres ladrones.

La Policía los detuvo de inmediato. Los llevó al hall de la estación, convocó a dos testigos y los revisó. No llevaban armas, pero uno de ellos, el más robusto, tenía los billetes de Juan Ignacio en un bolsillo trasero del jean. Treinta pesos. Era Garro. El y sus cómplices quedaron detenidos en el acto, a disposició­n de una fiscal que tiempo después se haría famosa: Viviana Fein, la misma del caso Nisman.

Los acusados fueron liberados y, para cuando llegó la hora del juicio, sólo Garro quedó cara a cara con la Justicia. Uno de sus compañeros de causa arregló una probation -suspensión de juicio a prueba- y el otro se mantuvo prófugo.

El caso fue calificado como robo en poblado y en banda, un delito grave que se castiga con una pena que va de 3 a 10 años de prisión. Dado lo simple del hecho, y a lo probado que se encontraba, a Garro le ofrecieron hacer un juicio abreviado: que aceptara su culpa a cambio de una condena leve.

Una de las cuestiones a discutir era si realmente se trataba de un robo en banda o no. El Tribunal Oral Nro 1 decidió que, ya que se trataba de tres personas juntas se las podía considerar así, aún cuando no tuvieran una asociación permanente y bien organizada para delinquir. Otro tema era si el asalto debía darse por consumado o no, ya que los ladrones habían sido arrestados casi enseguida y la

víctima había recuperado su dinero. Pero los jueces considerar­on que habían llegado a tener “poder de disposició­n” sobre los 30 pesos y que, por lo tanto, no era una tentativa sino un robo propiament­e dicho.

Establecid­o esto, restaba la pena. ¿Cuántos años de prisión correspond­en por un botín tan magro? Para el Tribunal, había que tener en cuenta tres atenuantes: que, cuando cometió el asalto, Garro sólo tenía 23 años; que “proviene de un sector socio económicam­ente deprimido, con las consecuent­es dificultad­es que ello conlleva para proveer a su sustento y el de los suyos, lo que exige un menor reproche”; y que tuvo que dejar el colegio cuando empezaba primer año para poder salir a hacer changas para ayudar a su familia, según su propio relato.

Pero eso no eximía a Garro de la pena mínima del delito, que es de 3 años. El Tribunal se la impuso y no se quedó ahí, sino que el último 27 de junio resolvió que la condena fuera de cumplimien­to efectivo. Tres años de cárcel por 30 pesos. O, lo que es lo mismo, un mes por cada peso robado.

Si a José López le aplicaran la misma vara, debería pasar casi 12 millones de años preso por los 9 millones de dólares que guardaba en los bolsos. Pero eso no sucederá. A Garro le terminaron unificando la nueva pena con las anteriores en siete años y cuatro meses de cárcel de cumplimien­to efectivo. Eso sí, le devolviero­n el celular Nokia modelo 6131 que había intentando venderle a Juan Ignacio. Le pidieron, simplement­e, que en el término de cinco días acreditara la titularida­d del aparato.

Preso en la Unidad Nro 21 de Campana, la misma cárcel donde está el jefe de la superbanda de asaltantes de bancos y blindados Luis “El Gordo” Valor, no pudo hacerlo.

Quizás así, haciéndolo convivir con uno de los ladrones más expertos de la historia argentina, la Justicia logre cambiar su rumbo.

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Detenido. Valor está en la Unidad 21 de Campana, donde quedó alojado Jonathan Garro.
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