Clarín

Verlo jugar era un espectácul­o, por su carisma y su estilo audaz

- Pablo Zarnicki Campeón mundial juvenil en 1992

Es lógico que se produzca un revuelo con la noticia del regreso de Garry Kasparov a jugar un torneo oficial de partidas rápidas y blitz porque él cambió al ajedrez. Todas las miradas estarán clavadas en él cuando juegue porque es un auténtico showman. Siempre fue como el típico boxeador

provocador en la previa, pero que des

pués les ganaba a todos. Nos encantaba verlo jugar porque se la pasaba haciendo gestos. Siempre dio espectácul­o y lo logró sin desconcent­rarse,

lo que es más meritorio. Sus fanáticos dirán que hasta podrá seguir ganando ahora, pero será difícil. Aunque seguro hará un muy buen papel.

Los duelos entre Karpov y Kasparov marcaron una época. Cuando jugaban, como los que primero recibían las jugadas eran los diarios, a través del télex, yo llamaba cada media hora a Clarín para saber qué movidas habían hecho. Viví esos enfrentami­entos muy de cerca y, a contramano de los de mi generación, que estaban con Kasparov, yo hinchaba por Karpov por su estilo posicional. Claro que Garry era demoledor por su carisma, su agresivida­d para jugar, su juventud y su práctica de un ajedrez más “lindo” para ver. Como hoy pasa con Magnus Carlsen, los cinco que seguían en el ranking a Kasparov jugaban peor contra él porque se sentían intimidado­s por su potencia y por su estilo. El peruano Julio Granda reconoció que no lo podía mirar a los ojos, porque le clavaba la mirada y él bajaba la vista.

La irrupción de Kasparov fue muy importante. En el primer match con Karpov, cuando perdía 5-0 dio a entender que ese sistema de partidas eternas no servía y tuvo la sangre fría de no jugar a ganar y sí a entablar. Se recuperó en algunas partidas y el duelo se suspendió. Las revanchas fueron inolvidabl­es y en Sevilla hizo historia al ganar la última partida bajo presión y retener el título porque el duelo finalizó igualado y él tenía ese derecho por ser el campeón.

Kasparov también cambió al ajedrez hacia afuera, porque abrió el juego a todos, no se encerró y comenzó a viajar por los países como ahora hace Carlsen. Por eso vino tantas veces a la Argentina.

En la mitad del Mundial Juvenil que gané en 1992 en Buenos Aires, en el Club Argentino se jugó un torneo “ping-pong” a 5 minutos y yo le gané, pero él se llevó el título con 10 puntos sobre 11. Recuerdo que el “Viejo” Najdorf se enojó conmigo porque jugué hasta las 7 en pleno Mundial. Y yo le expliqué que lo hice porque no pensaba que jugaría de nuevo contra él.

El ajedrez nos puso frente a frente en los dos duelos de simultánea­s que lo enfrentó con nuestros equipos olímpicos en 1992 y en 1997. En ambas ocasiones perdí una partida y entablé la restante. Recuerdo un ambiente lindo y a Kasparov caminando todo tiempo y comiendo bananas y chocolates. Un showman.

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