Verlo jugar era un espectáculo, por su carisma y su estilo audaz
Es lógico que se produzca un revuelo con la noticia del regreso de Garry Kasparov a jugar un torneo oficial de partidas rápidas y blitz porque él cambió al ajedrez. Todas las miradas estarán clavadas en él cuando juegue porque es un auténtico showman. Siempre fue como el típico boxeador
provocador en la previa, pero que des
pués les ganaba a todos. Nos encantaba verlo jugar porque se la pasaba haciendo gestos. Siempre dio espectáculo y lo logró sin desconcentrarse,
lo que es más meritorio. Sus fanáticos dirán que hasta podrá seguir ganando ahora, pero será difícil. Aunque seguro hará un muy buen papel.
Los duelos entre Karpov y Kasparov marcaron una época. Cuando jugaban, como los que primero recibían las jugadas eran los diarios, a través del télex, yo llamaba cada media hora a Clarín para saber qué movidas habían hecho. Viví esos enfrentamientos muy de cerca y, a contramano de los de mi generación, que estaban con Kasparov, yo hinchaba por Karpov por su estilo posicional. Claro que Garry era demoledor por su carisma, su agresividad para jugar, su juventud y su práctica de un ajedrez más “lindo” para ver. Como hoy pasa con Magnus Carlsen, los cinco que seguían en el ranking a Kasparov jugaban peor contra él porque se sentían intimidados por su potencia y por su estilo. El peruano Julio Granda reconoció que no lo podía mirar a los ojos, porque le clavaba la mirada y él bajaba la vista.
La irrupción de Kasparov fue muy importante. En el primer match con Karpov, cuando perdía 5-0 dio a entender que ese sistema de partidas eternas no servía y tuvo la sangre fría de no jugar a ganar y sí a entablar. Se recuperó en algunas partidas y el duelo se suspendió. Las revanchas fueron inolvidables y en Sevilla hizo historia al ganar la última partida bajo presión y retener el título porque el duelo finalizó igualado y él tenía ese derecho por ser el campeón.
Kasparov también cambió al ajedrez hacia afuera, porque abrió el juego a todos, no se encerró y comenzó a viajar por los países como ahora hace Carlsen. Por eso vino tantas veces a la Argentina.
En la mitad del Mundial Juvenil que gané en 1992 en Buenos Aires, en el Club Argentino se jugó un torneo “ping-pong” a 5 minutos y yo le gané, pero él se llevó el título con 10 puntos sobre 11. Recuerdo que el “Viejo” Najdorf se enojó conmigo porque jugué hasta las 7 en pleno Mundial. Y yo le expliqué que lo hice porque no pensaba que jugaría de nuevo contra él.
El ajedrez nos puso frente a frente en los dos duelos de simultáneas que lo enfrentó con nuestros equipos olímpicos en 1992 y en 1997. En ambas ocasiones perdí una partida y entablé la restante. Recuerdo un ambiente lindo y a Kasparov caminando todo tiempo y comiendo bananas y chocolates. Un showman.