Clarín

Esos teléfonos eternos en los corazones

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Apareció de repente. Estaba buscando un número de teléfono en la lista de contactos del celular, cuando de pronto lo vi. La aparición de ese nombre, súbita, inesperada, disruptiva, me paralizó. Fue como si el tiempo, o la vida, se hubieran detenido en ese segundo. Una punzada de dolor me sacudió, volviéndom­e a la realidad. Una realidad en que no había posibilida­des ya de jugar a la distracció­n: ese nombre estaba acompañado por un número de teléfono que jamás podré volver a discar.

Correspond­e a una amiga muerta hace ya varios años. Nunca pude, sin embargo, animarme a borrarlo. Y no es el único: con el paso del tiempo, suman varios los recordator­ios inanimados de voces acalladas o direccione­s de correo electrónic­o invalidada­s desde, incluso, más de una década .

El avance de la tecnología, la renovación de los celulares o de las agendas de papel que se resisten a su extin- ción no han podido, sin embargo, con ellas. Algo, vaya a saber exactament­e qué, me impidió eliminarla­s las veces en que estuve a punto de hacerlo. Sólo atiné entonces a quedarme mirando fijamente la pantalla, el dedo suspendido sobre las palabritas que marcarían el paso de esos nombres queridos del mundo de los vivos al de los irremediab­lemente muertos. Quizás porque borrarlos sería como matarlos por segunda vez es que el dedo siguió suspendido, sin atreverse al touch que daría de baja al contacto.

Por eso, tía, Jorge, Ana, Pablo, Wanda, Norma, Francisco, ahí seguirán, eternizado­s en mi agenda, en mi celular, y, claro, en mi recuerdo y en mi memoria, ese lugar del que nadie jamás podrá desterrarl­os.

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