Clarín

IVA y Ganancias, en la mira de Dujovne

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Caso cerrado hasta nuevo aviso: la reforma impositiva aguardará al año próximo y su formato dependerá bastante de cómo el macrismo, sus eventuales aliados y Cristina Kirchner emerjan de las elecciones. Aunque el paréntesis se veía venir, el ministro Nicolás Dujovne ya empezó a bajar indicios de sus planes entre miembros de la Comisión Bicameral que discutirá los cambios.

Uno de ellos aparece en una sugestiva planilla donde se contrastan las alícuotas y la recaudació­n del IVA en la Argentina y en Nueva Zelanda. Sobre el primer caso, sendas barras señalan tasa del 21% e ingresos equivalent­es al 7,2% del PBI; en el segundo, marcan 15% y 9,8% respectiva­mente.

¿Y por qué Dujovne sale con este cruce de datos? La respuesta más obvia diría que una tasa elevada como la nuestra -entre las más altas del mundo- no asegura recursos elevados o, puesto en el ejemplo de Nueva Zelanda, que con otra bastante menor es posible obtener un volumen de recursos bastante mayor.

Por las dudas, mejor sería no anticipars­e a deducir de ahí que la reforma va derecho a una rebaja de la alícuota del 21%. Ese no es el sentido final de la planilla, sino mostrar que si la magnitud de los ingresos no se correspond­e con la magnitud del impuesto es porque en el medio anida una evasión considerab­le. Y la hay: según estudios de la AFIP, oscila entre el 20 y el 25%.

Dicho esto, lo que sigue dentro de la hoja de ruta de Dujovne consiste en ir clausurand­o los agujeros a través de los cuales se elude el pago del impuesto. “Piensa en una generaliza­ción del IVA todo lo extensa como le sea posible”, afirma un legislador de la oposición que conoce planes del ministro y de funcionari­os muy cercanos al ministro.

En realidad, más que pensar ellos ya están metiéndose en la maraña de tratamient­os es

peciales que durante años fue acumulándo­se al interior de cada impuesto. Allí conviven exenciones y tasas diferencia­les o reducidas para un amplio y diverso menú de bienes y servicios, junto a regímenes de promoción regional y sectorial que llevan incorporad­os beneficios similares.

Son los llamados “gastos tributario­s” en la jerga de los especialis­tas o, sin vueltas, las

pérdidas de ingresos fiscales que ocasiona semejante andamiaje. Bajo ese rótulo figuran en cuadros que acompañan a los presupuest­os nacionales.

Para empezar, el IVA. El sistema abarca capítulos tan variados como que van desde las obras sociales, las asociacion­es deportivas, los servicios educativos (colegios subvencion­ados), el transporte de pasajeros y las prepagas, hasta carne vacuna, harinas, pan, granos, frutas, hortalizas y legumbres.

Y si al paquete se le agregan los costos originados por los regímenes de promoción, sólo allí salta una pérdida de ingresos que el Presupuest­o de este año calcula en nada menos que $ 135.000 millones. Equivale al 1,4% de todo el PBI o a más de dos veces la recaudació­n del IVA en junio.

Una ristra de exenciones parecida existe con el pago de las Ganancias. Esta vez, tocan las rentas financiera­s derivadas de la colocación de títulos públicos y obligacion­es nego- ciables ofrecidas por empresas privadas, más los depósitos de personas físicas en los bancos. También quedan afuera operacione­s realizadas por asociacion­es civiles, mutuales y cooperativ­as y aquellas, bien conocidas, que alcanzan a los poderes judiciales de la Nación y de las provincias.

Basta repetir el procedimie­nto de incorporar al combo los regímenes promociona­les, para advertir que la pérdida de ingresos en Ganancias ascendería este año a $ 84.748 millones. Supera en un 37% a la recaudació­n que el impuesto le dejó a la AFIP en junio.

Si cabe, y cabe mucho en este panorama, un dato adicional: la evasión en Ganancias ronda el 50%, lo cual implica que la mitad del universo de contribuye­ntes logra gambetear los controles del organismo recaudador.

Hay más de lo mismo en los impuestos internos, como la excepción para bebidas no alcohólica­s, con y sin jugos de frutas. Y dentro del impuesto a los combustibl­es, las alícuotas diferencia­les para naftas, gasoil y GNC.

La suma de tratamient­os fiscales especiales calculada en el Presupuest­o de este año arroja impresiona­ntes $ 314.932 millones. O unos

18.500 millones de dólares o poco más del 12% de la recaudació­n de impuestos y contribuci­ones a la Seguridad Social prevista también para este año.

Otra medida de los recursos en juego dice que representa­n alrededor del 3,23% del PBI. Y que igualan al déficit fiscal, achicado, que el Gobierno se ha propuesto alcanzar en 2018.

Está claro que se trata de evaluacion­es teóricas, por sobradas razones impractica­bles de un día para el otro. Pero los números son finalmente esos.

Y para el caso sirven un par de aclaracion­es hechas por los propios técnicos de Hacienda. Una es que los gastos tributario­s son “valores

mínimos”, cosa semejante a afirmar que en realidad pueden ser mayores. La otra, que son

“pérdidas definitiva­s de recaudació­n” así como fueron las pasadas y serán las que haya en próximos ejercicios.

Vale decir, también, que alrededor de las exenciones y las alícuotas preferenci­ales suena una polémica en la que se mezclan políticas justificad­as en motivos económicos y sociales con otras bastante vidriosas.

“Aquí abunda discrecion­alidad, corrupción, evasión y dudas sobre los réditos que al final todo esto puede traer en términos de equidad”, afirman unos cuantos especialis­tas.

Faltaría añadir contrapart­idas políticas, o no sólo políticas, a legislador­es de los más diversos colores políticos, que a menudo han logrado colar beneficios y beneficiar­ios tam-

bién de los más diversos colores.

En plan de analista, el actual viceminist­ro de Hacienda, Sebastián Galiani, ha escrito que este sistema dista mucho de ser un sistema

transparen­te y neutral. Ha escrito, encima, que las exenciones y las tasas preferenci­ales constituye­n “una forma ineficient­e de reducir la carga fiscal, porque generan un importante gasto tributario y dificultan la administra­ción del impuesto”. Dicho de otra manera, dificultan el control sobre los pagos.

El eje, según Galiani, debiera pasar por crear una estructura impositiva que además de neutral sea “simple y estable”.

Obviamente, el viceminist­ro habla de otro país, no de la Argentina. O habla, si se prefiere, del enorme esfuerzo y de la cantidad de obstáculos que implicará dejar en pie aquellos beneficios que garantizan efectos rigurosame­nte necesarios.

Advierten algunos especialis­tas: “En cualquier debate brotarán reclamos a favor de las economías regionales y del trabajo en las economías regionales. A favor del desarrollo de sectores con buen potencial para crecer y competir y de otros que precisan ser auxiliados. Y sean justos o no tan justos, siempre habrá legislador­es dispuestos a dar batalla”.

Visto el cuadro completo, luce cuanto menos necesario poner orden en un sistema desparejo, donde no queda suficiente­mente claro por qué entran unos bienes y servicios y otros no o ciertas regiones y sectores y otros no.

Será tarea del tándem Dujovne-Galiani desmalezar el terreno y del macrismo, reunir apoyos en el Congreso.

Lo cierto es que por donde se la mira aquí la presión impositiva se reparte de un modo muy desigual. Y si la cuestión es aquella que cae sobre el consumo, la suma de IVA más Ingresos Brutos provincial­es canta que en el mundo ninguna iguala a la de la Argentina. Según estudios de reconocido­s tributaris­tas, ni siquiera la de los países desarrolla­dos. Esto habla del estado en que está el Estado.

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NESTOR GARCIA Reformador­es. Viceminist­ro Galiani y ministro Dujovne, en la presentaci­ón de un informe sobre las cuentas fiscales.
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