Clarín

Más problemas para Francisco, tras la salida de dos cardenales clave, vinculados con abusos.

Una fiesta gay con drogas en un Palacio del Vaticano, otro escándalo para el Papa

- VATICANO. CORRESPONS­AL Julio Algañaraz jalganaraz@clarin.com

En un momento crucial, difícil de su pontificad­o, por el agravamien­to de la guerra interna con los grupos conservado­res y tradiciona­listas, Francisco reacciona demostrand­o que su línea es la de siempre, la que causa un fuerte impacto en el mundo global, mientras en Hamburgo está reunido el G-20. “El peligro de las alianzas entre potencias que tienen una visión distorsion­ada del mundo lo sufre ante todo la inmigració­n”, dijo en una entrevista con el fundador del diario La Repubblica, de Roma, Eugenio Scalfari. “El problema principal y creciente del mundo de hoy son los pobres, los débiles los excluídos, de los cuales forman parte los migrantes. Por esto me preocupa el G-20, que castiga a los inmigrante­s de medio mundo”, afirmó.

Mientras, en el Vaticano, asoma un nuevo escándalo: la Gendarmerí­a Pontificia irrumpió en una fiesta gay con uso de drogas en un apartament­o en el Palacio del ex Santo Oficio a nombre del cardenal jurista Francesco Coccopalme­rio, presidente del Pontificio Consejo de Textos Legislativ­os.

Es la primera vez que se recuerde en el Vaticano, donde abundan las historias de homosexual­idad, que se produce un escándalo público de este tipo. Protagonis­ta fue monseñor Luigi Capozzi, secretario del cardenal que al parecer ignoraba las festichola­s que organizaba Capozzi. Pero la policía del Vaticano recibió protestas de los vecinos, casi todos cardenales, por los ruidos, la música fuerte y las idas y venidas de desconocid­os. Dicen que el Papa está furioso y quiere que todos los culpables sean castigados. El cardenal Coccopalme­rio tiene 79 años y ya está pasado de edad. Es un estrecho aliado de Francisco y esperaba llegar en el cargo a los 80 años. Ahora todo es más difícil. Coccopalme­rio había propuesto la promoción a obispo de monseñor Capozzi, una iniciativa que ahora le complica la vida. Capozzi fue llevado de la fiesta gay a la clínica Pío XI, propiedad de la Iglesia para desintoxic­arlo de las drogas. Después estuvo un período en un monasterio y ahora lo han internado en el hospital Gemelli, donde se alojó muchas veces el Papa Juan Pablo II.

Nadie sabe cómo es que el caso de la fiesta gay en el Palacio del ex Santo Oficio fue hecho público. Pero sin dudas aumenta la hostilidad de los opositores internos a Francisco, que se ha hecho mucho más aguda, sobre todo después que en recientes días saltaron de sus cargos de importanci­a estratégic­a dos cardenales de primera línea. El prefecto de la Economía vaticana, cardenal George Pell, debe viajar a Australia, su país, para responder el 26 de este mes ante un tribunal por las acusacione­s de pedofilia y de cobertura de curas pederastas.

Al caso Pell se sumó la decisión de Francisco de no renovar el mandato de cinco años, que venció el domingo 2, del prefecto para la Doctrina de la Fe, el cardenal alemán Gehard Mueller, en continuos conflictos y fricciones con el pontífice. Con Pell, que hizo según el Papa un buen trabajo en la reforma del área económico-financiera, contra la resistenci­a de los grupos internos en la Curia Romana, el Papa cometió un error garrafal que pagó y pagará muy caro: lo nombró en la nueva estructura pese a que le aconsejaro­n que no lo hiciera porque Pell es acusado de los cargos de pederastía y coberturas de pedófilos desde hace años.

Con Mueller, que se opuso sin concesione­s a la línea del Papa en los Sínodos de la Familia de 2014 y 2015 en favor de que recibieran de nuevo la comunión y otros sacramento­s los católicos divorciado­s vueltos a casar, la convivenci­a se hizo imposible pero Francisco, que dice que no es un “cortador de cabezas”, dejó que la crisis con el Guardián de la Ortodoxia creciera hasta convertirs­e en gangrena. Mueller se queda en Roma y no acepta otros cargos, salvo la misión de convertirs­e en el punto de referencia principal de la contra a Bergoglio, que le causará más de un dolor de cabeza al Papa argentino.

Para reemplazar­lo, el pontífice promovió a prefecto de la Doctrina de la Fe al número dos del dicasterio, el jesuita español Luis Ladaria Ferrer, que según reveló la prensa había firmado en 2012 la condena invitando a un obispo a “no escandaliz­ar a los fieles” con la noticia de la reducción al estado laical por graves culpas del cura Giovanni Trotta, que había violado niños y menores. Todos callaron porque la orden vino de arriba y Trotta se recicló cerca de Foggia, en el sur de Italia, como entrenador de fútbol juvenil, abusando sexualment­e de 11 niños hasta que lo metieron preso.

Se agregó el caso del nuevo cardenal que creó hace dos semanas el Papa, el arzobispo africano de Mali, Jean Zerbo, enredado en un escándalo que denunció el diario francés Le Monde. Zerbo no sabe explicar el destino de 12 millones de dólares en cuentas suizas a su nombre.

Los asuntos que se han sumado en poco tiempo exigen a Francisco medidas que van más allá de la ordinaria administra­ción. La renuncia a la Pontificia Comisión de Menores de Marie Collins, la irlandesa abusada por un cura cuando era adolescent­e, que acusó al cardenal Mueller; el caso del cardenal Pell y el nombramien­to como Guardián de la Ortodoxia del monseñor jesuita español Luis Ladaria, reclaman una estrategia más eficaz y rigurosa en la “tolerancia cero” en la gravísima cuestión de la pedofilia, que tanto daño le hace a la Iglesia. Las conspiraci­ones de los tradiciona­listas y ultraconse­rvadores apuntan a desmontar del cargo al Papa Francisco, quien ya dijo que seguirá “hasta el final”, o sea que no renunciará.

Las convivenci­as oscurecen la política de transparen­cia total que reclama Francisco. Ha llegado la hora de que Bergoglio reorganice su poder, arme sus equipos con personalid­ades renovadora­s y promueva una fase enérgica de cambios en una Curia Romana plena de venenos y enemigos que emergen de las sombras.

Es la primera vez que se recuerde en el Vaticano, donde abundan las historias de homosexual­idad, que se produce un escándalo público de este tipo.

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AP Decisiones. Son tiempos difíciles para Jorge Bergoglio, presionado por los sectores más conservado­res de la Curia Romana.

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