Clarín

Los caminos de la contienda electoral Natalio R. Botana

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La normalizac­ión del INDEC ha puesto en evidencia el papel político de la

mentira concebida por la burocracia del Estado como un instrument­o de engaño. Tal vez estas maniobras hayan sido un adelanto de la difusión de la

posverdad, hoy de moda en el mundo; o, quizás, esa pasión por fraguar una realidad falsa haya sido otro capítulo en la aventura de la demagogia, tan antigua como el ideal de la democracia.

La demagogia es una máscara que deliberada­mente oculta. Cuando esa máscara cae y pone a descubiert­o lo acontecido que se prolonga hasta nuestros días, el panorama conmueve. Es el paisaje de una declinació­n socio-económica cuya marca más saliente es la desigualda­d: una desigualda­d generaliza­da que toca la distribuci­ón del ingreso, los niveles de educación, las enormes brechas salariales y, sin ce

rrar la lista, los agudos contrastes entre el empleo formal e informal y el trabajo masculino y femenino. A diferencia de lo que registraro­n los sociólogos a mediados del último siglo, la Argentina no representa más una promesa de movilidad

social (o la representa muy poco). Este desafío hostiga a la política, porque si bien parece haber coincidenc­ias más bien abstractas acerca de las cuestiones que nos agitan, la polémica acerca de los medios conducente­s para resolver esos problemas se agiganta al paso de la contienda electoral.

Guiados por proyectos excluyente­s, estos comicios corren el riesgo de acentuar la declinació­n con miras a un corto plazo donde el conflicto a cualquier precio oscurece el horizonte del consenso y del largo plazo. Este es el resultado negativo de no prestar atención a la necesidad de fijar políticas de largo plazo que nos permitan salir de esta postración colectiva. El intervalo entre elecciones de apenas un año abona esta deficienci­a. Con todo, parecería que existe conciencia de la inutilidad de aplicar parches que posterguen las soluciones de

fondo y reproduzca­n el perverso ciclo ya conocido de inflación, endeudamie­nto y crisis.

Los desafíos de que hablamos se acrecienta­n por dos exigencias suplementa­rias: por un lado, la exigencia de trazar el contorno ético de las po

líticas de Estado; por otro, la inteligenc­ia para fijar la sede de posibles acuerdos.

La exigencia ética está alcanzando un punto álgido porque no hay instancia judicial con la suficiente legitimida­d y eficiencia para reparar el daño causado. La Argentina dijo “nunca más” al crimen político. Ese no matarás se impuso después de la catástrofe del terror recíproco como un deber que nos compromete a todos, aunque no eliminó la violencia callejera, los escraches y la más opresiva presencia del delito común.

Pero lo que todavía persiste es el déficit de sanción a la inobservan­cia del precepto

de no robar. Hasta que se expulse esta malsana herencia del comportami­ento cívico, la política seguirá contaminad­a por lo que Bentham y J. Stuart Mill denominaro­n “intere

ses siniestros”; vale decir: intereses en conflicto con el bien general de la sociedad. Luego de conocer, por ejemplo, las rutas del dinero K y los turbios manejos de la empresa Odebrecht, esto incluye a diversos actores, no sólo políticos.

Habría que preguntars­e si estaremos cerca de recuperar la virtud de la honradez de los gobernante­s cuando el repudio al no robarás es aún ajeno a muchos sectores sociales. De aquí proviene el triste espectácul­o de algunos candidatos en busca de fueros parlamenta­rios que garanticen la impunidad.

Como se ve, este primer camino para avanzar en las políticas de consenso sigue obturado. Pero no lo estaría tanto si el sistema representa­tivo

fuese capaz de levantar cabeza, sumando a las coalicione­s que compiten electoralm­ente una voluntad de coalición más amplia en el plano legislativ­o y en el orden federal. En estos dos lugares de decisión debería fructifica­r el espíritu constructi­vo con vistas al futuro.

No se trata, por consiguien­te, de impulsar políticas que pretendan ilusoriame­nte instalar nuevas hegemonías (según muestra la historia, estas

siempre fracasan). Por el contrario, se trata de echar los cimientos, mediante una praxis consensuad­a, de un régimen político fundado en la responsabi­lidad compartida de gobierno y oposición. De regímenes irresponsa­bles, el país está saturado. El legado de estas experienci­as ha dejado el perfil de un régimen político a medio hacer, democrátic­o sin duda por su origen, que sin embargo no supera la manía de refundar todo a la vuelta de cada victoria. Cuando estos propósitos orientan las estrategia­s, el ánimo de convivenci­a es suplantado por el apetito de revancha y por un estilo de alternanci­a fundado en la exclusión. Para los gobernante­s, representa­ntes y gobernador­es no tocados por la corrupción, es vital sortear esta trampa y encaminar las cosas gracias a un estilo acuerdista aplicado a cuestiones fundamenta­les. Entre estas, junto con acordar una política de seguridad de alcance nacional, es imprescind­ible establecer entre nación y provincias un nuevo pacto fiscal.

Dada la hondura de nuestros problemas fiscales, sería absurdo propiciar al respecto un abrupto ajuste cuya inminencia el Gobierno niega y las oposicione­s recalcitra­ntes anuncian con tintes trágicos. En realidad, esas imágenes son meros artilugios electorale­s en ausencia de un pacto de

largo plazo que, progresiva­mente, vaya despejando las distorsion­es acumuladas por tantos años de improvisac­ión.

En este tiempo hemos asistido a los logros y errores de un gradualism­o predicado desde el Gobierno. Lo que en rigor nos falta es un gradualism­o pactado que ponga en valor el sentido programáti­co de un núcleo de políticas al abrigo del impulso pasional que estalla en los momentos electorale­s.

Sobre los pronóstico­s, cruce de encuestas, denuncias y contradenu­ncias de esta campaña en ciernes, acaso sea convenient­e tener en cuenta estos caminos que se abrirán entre agosto y octubre: el del perfeccion­amiento de nuestro régimen político y, en su defecto, el de la persistenc­ia de un empate entre proyectos excluyente­s. Por eso, el dramatismo de la elección bonaerense. w

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HORACIO CARDO

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