Clarín

Una gloriosa tarde de 1816

- Daniel Balmaceda Historiado­r

Recién el 24 de marzo de 1816, cuando dos tercios de los diputados habían arribado a Tucumán y se alcanzó el quórum, el Congreso pudo abocarse a resolver los cuatro temas capitales: elegir un Director Supremo, declarar la Independen­cia, establecer la forma de gobierno y redactar una Constituci­ón. En resumen, lograr un orden institucio­nal.

Una cantidad de temas menores fue demorando las decisiones. El fraile Cayetano Rodríguez, diputado por Buenos Aires, había acuñado la frase: “Estamos fernandean­do”, cuyo significad­o todos entendían. Significab­a que, al no tratar los asuntos graves, estaban favorecien­do a Fernando VII.

Por fin, la noticia de la renuncia de Álvarez Thomas al directorio en Buenos Aires obligó a enfrentar el primer desafío y el 3 de mayo se resolvió que su reemplazan­te fuera el diputado por San Luis –aunque porteño– Juan Martín de Pueyrredon. El próximo paso fundamenta­l era declarar la Independen­cia.

¿Por qué demoraron dos meses más? Porque los diputados artiguista­s buscaban dominar las decisiones de todos, aun siendo minoría, y porque la cuestión de la declaració­n estaba ligada a la definición de una forma de gobierno. Más allá de ciertas posiciones intermedia­s, unos impulsaban la república mientras que otros querían ser independie­ntes, pero vivir en un estado monárquico.

Se continuó fernandean­do. Hasta que un hombre –abogado, economista, militar, héroe– arribó a Tucumán para desatar todos los nudos. Nos referimos a Manuel Belgrano.

Llegó a la ciudad el viernes 5 de julio, se reunió en sesión secreta con los diputados al día siguiente. Su exposición fue determinan­te: el lunes se hicieron los preparativ­os y el martes 9 de julio, a las dos de la tarde, se declaró la Independen­cia por unanimidad.

Belgrano les había brindado un panorama de la situación general, la visión que se tenía en Europa y había expuesto las ventajas de adoptar el sistema de monarquía constituci­onal, a la inglesa. Pero había ido aún más lejos: propuso que el monarca surgiera de la dinastía incaica y que la capital del nuevo estado se instalara en el Alto Perú, el actual territorio de Bolivia. A pesar de cierta resistenci­a, sobre todo de algunos diputados de Buenos Aires y de Cuyo, se logró el acuerdo para dar el gran paso.

La discusión acerca de la forma de gobierno y de los términos de la Constituci­ón demandaría décadas. Pero la institucio­nalidad ya era un hecho: comenzó a forjarse aquella tarde gloriosa del 9 de julio de 1816.

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