Clarín

Secretos, códigos y ritos de “El bombazo”, el nuevo truco de los motochorro­s colombiano­s

Así llaman las bandas a las salideras bancarias. Siguen a las víctimas desde la city, rompen los vidrios de los autos de un golpe y se refugian en oficinas del centro.

- Nahuel Gallotta policiales@clarin.com

Leonardo enciende cuatro velas y las deja paradas en el piso. Luego vacía una botella de agua sobre la vereda y reza. Está en una de las puertas del

cementerio de la Chacarita. “Señor: te pido para que la Policía y mis enemigos no puedan verme ni tocarme; para no tener que lastimar a ninguna de mis víctimas, y que ellas puedan generar en poquito tiempo el doble del dinero que le quitamos”. El ritual siempre es de noche. Leo-

nardo lo ha repetido en cementerio­s

públicos de todos los países a los que viajó a robar. Se trata de una costumbre de “Los Internacio­nales”, como se denomina a los ladrones colombiano­s que asaltan por el mundo, como él (ver “Los viajes de...”). Antes de irse ruega por su moto. Le pide a Dios “no fallar durante los trabajos y volver a casa sano y salvo”. Siempre la deja estacionad­a a 200 o 300 metros del cementerio porque el lugar, dice, puede transmitir­le malas energías.

A la mañana siguiente se subirá a su moto, como todos los días. Se hará

la señal de la cruz antes de ponerla en marcha. Le hablará y la acariciará: “Vamos compañera; ayúdame”. Y después, sí: pondrá primera y se irá a robar maletines al centro porteño.

Leonardo lo narra en presente pero la escena es del pasado. Lleva más de un año detenido en una cárcel que depende del Servicio Penitencia­rio Federal, donde recibe a Clarín. La modalidad que lo trajo a este lugar es “El bombazo”, la misma que utilizaron tres de sus compatriot­as y un argentino el 22 de junio, en Retiro. Lo único distinto fue el final: dos colombiano­s murieron luego de que la víctima del robo, a quien le habían quitado un maletín con 40 mil pesos después de romperle uno de los vidrios de su auto, embistiera a la moto en la que escapaban. Al caer, fueron arrollados por una camioneta.

El caso fue el más visible, por la ubicación y la cobertura mediática, pero no el primero en el que ladrones colombiano­s mueren mientras escapaban de un robo. En noviembre de 2015, por ejemplo, Edwin Fernando Ortiz Ochoa (29) rompió el vidrio de una camioneta que habían marcado en el microcentr­o y fue asesinado por el custodio del hombre que conducía. Ocurrió en Carranza 2235, Palermo. En abril de 2014 el muerto fue identifica­do como Juan Escobar Pedraza. Cayó en Yerbal y Calderón de la barca, Villa Luro. Había recibido un disparo tras romper el vidrio del auto de un empresario que minutos antes había salido de una financiera. También hubo otros episodios que terminaron con ladrones heridos de bala.

Leonardo recuerda sus épocas en la calle mientras come medialunas como si fuera un argentino más. Dice que cuando recupere su libertad le gustaría viajar a robar a Australia. Está sentado a metros de un baño al que los presos se turnan para ingresar y salir con sus visitas mujeres. Recién, una parejita, al notar que no hay penitencia­rios a la vista, se sacó una selfie con un celular. También hay nenes. Uno, de cinco o seis años, parece estar más pendiente de su spinner que de su papá.

Leonardo observa todo sin dejar de hacer comentario­s: dice que en Colombia a las bandas de salideras bancarias se las llama “bandas de fleteros” y que en los últimos años muchos de los más exitosos aterrizaro­n

en Buenos Aires y se instalaron. Desde un principio los sorprendió la cantidad de dinero en negro que se mueve en el centro porteño, y que “cualquier gil”, como dicen, salga de una

Todos los lunes estrenan un celular con un chip nuevo. Tienen prohibido regalarlo o venderlo.

“cueva” o una financiera con una for

tuna. Con los botines robados invierten en Colombia y compran propiedade­s y comercios. “Además acá la Policía es re corrupta y no hace falta usar armas para robar. En Colombia sí, porque es más común que la víctima se resista”, concluye. Por eso, asegura, llegaron a ser más de 40 bandas de colombiano­s dedicándos­e a lo mismo, con el Obelisco de testigo.

Las víctimas de los “fleteros” no son marcadas en los bancos. Siempre hay alguien que los está mirando al entrar y al salir. En las financiera­s y “cuevas”, lo mismo. Según “la pinta”, lo seguirán o se quedarán esperando alguien que los convenza a hacerlo. El “marcador” es el único que se encuentra en la zona céntrica. Cuando se decide por una víctima llama a sus cómplices, que esperan en los alrededore­s, y da las caracterís­ticas del auto a seguir.

Según la jerga de los “fleteros”, a la víctima se le dice “el gil”; a los que conducen las motos, “motoristas”. “Compradore­s” es la definición para los que rompen el vidrio y roban el maletín o mochila. Además, bautizan a las zonas donde muere algún compatriot­a durante un asalto y cada avenida tiene un nombre. Corrientes, por ejemplo, es “Papas”.

Los cristales de los coches se rompen con un certero golpe. Generalmen­te usan un lápiz cortavidri­o que compran en ferretería­s de confianza, y que en la jerga denominan “tutiavidri­o”. El estallido bautiza a la modali

dad: “El bombazo”. Cada equipo de “fleteros” cuenta con un auto que le hace apoyo a las motos.

En un principio los colombiano­s desistían de sumar ladrones argentinos. Creían que no tendrían problemas en darle informació­n a la Policía a cambio de un beneficio y buscaban evitar que los copien. En los últimos meses cambiaron de opinión y los su- maron como conductore­s. Los reclutan en las cárceles o en las villas. Leonardo cuenta que lo hicieron al cansarse de los policías de civil del centro, que les exigían dinero para dejarlos seguir cada vez que los veían en un auto. “Nosotros buscamos la plata en los maletines y ellos, en nosotros. Que sean corruptos no nos molesta. Nos molesta que no tengan códigos y nos pidan plata todos los días, sin dejarnos recuperar lo que les dimos el día anterior”, aclara.

A la víctima la pueden seguir hasta el Conurbano si es necesario. Los ma-

letines siempre se guardan en un de

partamento u oficina céntrica. Se dejan de a uno y se vuelven a buscar víctimas. El promedio diario es de tres robos. Al final de la jornada la banda se vuelve a juntar. Ponen salsa y abren algunas cervezas para relajarse. Cuentan el dinero y lo reparten en partes iguales. El equipo completo estrena teléfonos celulares y chips nuevos cada lunes a la mañana. Al viernes siguiente los tiran, para despistar a los policías. Es ley: está prohibido regalarlos o venderlos.

Son los últimos minutos de la visita y Leonardo se ríe cuando señala a los presos argentinos que están aquí por robar motos. Dice no entenderlo­s: que mejor es robar dinero y con ese botín comprarse una moto legal, como hacía él y sus compañeros. Las motos que usan en los robos son de agencias oficiales, y los papeles salen a nombre de argentinos que a cambio reciben doscientos dólares. Tampoco dice entender a los que viven peleando en la cárcel, y tienen mala conducta: “A nosotros nos gusta ser la mafia afuera, porque el dinero es

tá en la calle, no adentro del penal”, justifica. Y concluye: “Los Internacio­nales no somos de lo peor del hampa: no le robamos la jubilación a las abuelitas y no matamos a nuestras víctimas para asaltarlas. Ni siquiera las herimos. Sólo vamos por la plata grande”.

 ?? DIEGO DIAZ ?? En Retiro. Dos motochorro­s colombiano­s murieron el 22 de junio, tras ser atropellad­os en Avenida del Libertador y Pellegrini. La víctima de un robo los persiguió y los chocó.
DIEGO DIAZ En Retiro. Dos motochorro­s colombiano­s murieron el 22 de junio, tras ser atropellad­os en Avenida del Libertador y Pellegrini. La víctima de un robo los persiguió y los chocó.

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