Folclore para quedarse a vivir
Piano solito, el flamante álbum de Sebastián Macchi, es de esos discos que una vez que uno los hace sonar invitan a quedarse ahí, atendiendo a cada nota con las que acaricia los sentidos a lo largo de sus 39:05 minutos.
Tras haber encabezado varios proyectos compartidos -con Lucas Nikotian, Fernando Silva y Claudio Bolzani- y haber colaborado en los de otros músicos -Carlos Aguirre, Silvia Iriondo y Mario Gusso, entre otros-, el pianista nacido en La Plata y radicado en Entre Ríos expone en su trabajo en solitario una mirada personal de diferentes estilos de la música folclórica argentina.
El resultado es una especie de viaje imaginario a través diferentes geografías sonoras, aunque sin perder jamás contacto con su punto de partida, que hace de eje entorno al cual se desarrolla cada "excursión".
La primera, Huella de arena, respeta el estilo y se apaga dejando un final abierto a la amable irrupción de
Alma matinal, un festejo en el que el desarrollo se simplifica para emprender una segunda vuelta en la que el sonido adquiere su mayor robustez. El abordaje del carnavalito Canten
señores cantores presagia un modo diferente de transitar el género. Y una vez más, prevalece la melodía por sobre un ritmo cuya intermitente insinuación es más que suficiente para definir el carácter de la pieza.
Quizás sea el origen urbano de Macchi, que encuentra en la nocturnal Invierno y en Verdad su expresión más, el que funcione como nexo de tantos paisajes que se conectan en su discurso musical, que va de un anónimo popular a 20 Trajes verdes, de Charly García, y en su manera de transmitirlo.
Entonces, el litoral no es tan litoraleño, ni la puna tan extrema; el vals no es tan obvio ni la chaya es tan festiva. Sin embargo, ninguna de esas expresiones pierde su identidad; en todo caso, Macchi las reformula según su propio concepto de lo folclórico que lejos de 'minimalizar 'su obra, la exalta.