Clarín

Condenan a Lula a 9 años y medio de cárcel por una causa de corrupción

Lo hizo el juez Sergio Moro. Es por el caso de un departamen­to en la playa. El ex presidente lo habría recibido como coimas de una constructo­ra para favorecerl­a con negocios con Petrobras. El líder del PT puede apelar y por eso seguirá libre.

- SAN PABLO. CORRESPONS­AL Eleonora Gosman egosman@clarin.com

El juez Sergio Moro, que investiga el Lava Jato, lo condenó por un departamen­to en Guarujá que le habría cedido una constructo­ra a cambio de contratos para Petrobras. Además, lo inhabilitó para cargos públicos por 19 años. Pero no irá preso y podrá ser candidato a presidente en 2018 mientras no lo sentencie un tribunal superior.

El juez federal Sergio Moro cumplió el “gran sueño” que había albergado desde un primer momento del caso Lava Jato. Condenó al ex presidente Lula da Silva a 9 años y medio de prisión por delitos de corrupción pasiva

y lavado de dinero. La causa que llevó al magistrado a incriminar­lo fue la compra, nunca concretada, de un departamen­to de tres pisos en Guarujá, en el litoral marítimo paulista. Según deduccione­s del juez de Curitiba y sus fiscales, Lula y su familia habrían buscado hacerse de esa propiedad como parte de pago de sobornos de la constructo­ra OAS, a cambio de recibir “ventajas indebidas”. Ocurre que el inmueble permaneció, siempre, a nombre de esa empresa que inclusive lo empeñó, junto a otros bienes, como garantía para la obtención de créditos.

La sentencia contra el ex jefe de Estado, que gobernó Brasil por dos períodos consecutiv­os entre 2003 y 2010 y el el más popular de la historia reciente, impone también el pago de 200 mil dólares de multa y la caducidad de los derechos políticos del ex líder sindical por 19 años; lo que de hecho llevaría a restituírs­elos cuando cumpla los 90.

El juez de Paraná adquirió su fama actual al desentraña­r la existencia de una mafia corrupta que actuaba en el seno de la petrolera estatal Petrobras, en conjunto con las grandes constructo­ras del país y con los principale­s políticos brasileños.

Dos actores claves a lo largo de las investigac­iones fueron, por un lado, los ejecutivos de Odebrecht –entre ellos su ex titular Marcelo Odebrechty por el otro más de un centenar de legislador­es que sin embargo todavía continúan activos como miembros del parlamento actual. En la perspectiv­a de Moro, Lula habría recibido en “donación” el departamen­to de Guarujá por interceder a favor de OAS en contratos realizados con la petrolera pública.

Con todo, algo le impidió a Moro avanzar con más “rigor” contra el ex gobernante. Fue precisamen­te la evaluación de ese juez de que una detención preventiva de Lula da Silva sería “traumática”.

Así dejó en manos de la Corte de Apelación que podrá, o no, tomar medidas para el encarcelam­iento. Moro sencillame­nte no quiso cargar con el “bonus” de semejante decisión, porque como bien dijo en el largo escrito para justificar la condena, “el momento recomienda prudencia”.

Y no fue “prudencia” lo que le faltó al hombre del Lava Jato. Ayer, la seguridad de la Justicia Federal de Para-

ná donde Moro tiene su sede, fue reforzada al máximo. Temían, y con razón, una ofensiva de manifestan­tes frente al lugar, a favor de Lula y contra Moro.

La resolución condenator­ia, eximida de prisión, puede sin embargo oficiar de chispa para una crisis galopante. Por de pronto, las organizaci­ones sociales y la izquierda comenzaron a convocar a movilizaci­ones. Para estos sectores, Lula es víctima de una intención política aviesa: la de impedir que se presente en las elecciones presidenci­ales de 2018.

El líder del Partido de los Trabajador­es venía en un proceso de meteórico crecimient­o en las encuestas. Todas ellas lo daban como ganador en la primera y segunda vuelta. La última consulta, de Vox Populi, reveló que había conquistad­o 40% de los votos espontáneo­s entre los encuestado­s. Le seguía a distancia el diputado derechista Jair Bolsonaro y luego la ex senadora Marina Silva.

El espectro político de la izquierda condenó la “maniobra judicial”. La presidenta del PT, la senadora Gleisi Hoffmann, sostuvo que “la condena fue política”. El objetivo, dijo, fue “incriminar al presidente para impedir que él participe del proceso político brasileño” en 2018.

“Es una decisión sin pruebas. Es lamentable que un magistrado se preste al papel de hacer política a través del sistema judicial”. Para los dirigentes de la Central Unica de Trabajador­es, una “elección sin Lula será un fraude”. En el mismo sentido se pronunció la destituida presidenta Dilma Rousseff.

En cuanto la sentencia recorría la Tierra a la velocidad de la internet, con títulos en las tapas de los principale­s diarios del mundo, en el Palacio del Planalto no ocultaron sus temores por el impacto directo que podrá aportar a la angustiosa incertidum­bre que vive el presidente Michel Temer.

Para sus colaborado­res, es un momento que llama a la cautela. Si bien momentánea­mente este caso saca del foco al jefe de Estado, al menos por ahora, por otro lado es difícil pensar cómo harán los diputados para votar en contra de la denuncia por corrupción que pesa sobre la cabeza presidenci­al como una filosísima espada. “La decisión de condenar a Lula abre precedente­s para otros políticos”, analizaban en las oficinas de Brasilia. Entre ellos, claro está, el propio Temer y varios de sus ministros. Se prevé que el lunes próximo la Cámara de Diputados proceda a votar si autoriza o no una investigac­ión contra el gobernante por corrupción pasiva, que denunció el procurador general Rodrigo Janot. Si admite el juicio contra Temer, este tendrá que apartarse de inmediato de la presidenci­a. Al anochecer de este miércoles, la defensa del líder petista sostuvo que Lula fue blanco “de una investigac­ión movida por motivos políticos. No hay ni una sólo evidencia creíble de la culpa de Lula. Y las pruebas de su inocencia fueron descaradam­ente descartada­s”.

 ?? REUTERS ?? Serio. El ex presidente entre 2003 y 2010, Lula da Silva, la semana pasada en una reunión del directorio del Partido de los Trabajador­es.
REUTERS Serio. El ex presidente entre 2003 y 2010, Lula da Silva, la semana pasada en una reunión del directorio del Partido de los Trabajador­es.

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