Clarín

La sociedad de los valores muertos

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Lo malo del mal no es sólo el mal, lo malo es que crea hábito.

La gobernador­a de Buenos Aires vive en un búnker, dentro de una base militar. Y dice, muy suelta de cuerpo: “Si tengo que vivir cuatro años en una base militar, lo haré”. Se supone que es por su lucha contra el narcotráfi­co, contra la corrupción política y policial que su vida, su integridad al menos, corre peligro. Dice la gobernador­a de sus antecesore­s en el cargo: “En los últimos años muchos se hicieron los boludos o eran parte”.

La sociedad se apiada, pobre mujer, vivir en una base militar… Y bueno, después volverá a su vida normal todo será mientras sea gobernador­a, ¿no? Y sí, debe ser verdad, los de antes se hicieron los boludos o eran parte. O se hi

cieron y eran parte. Las cosas son así. Un policía al que la sociedad confió armas y poder para que enfrente a la delincuenc­ia, se asocia al narco, le vende por dinero su alma, la vida de quienes descansaro­n en él y las de sus propios compañeros de armas: le da al narco hasta la chapa de los autos policiales que lo siguen. Un amor, el tipo. Y nosotros ¿qué pensamos? Que el narcotráfi­co maneja mucho dinero, que es difícil resistir la tentación. Está mal lo que hace el poli, pero bueno…

La ex presidente insulta por teléfono a un rival político y lanza una amenaza al más puro estilo López Rega, para que el trabajo sucio lo haga otro: “Hay que embocarlo al hijo de pu

ta”. ¡Qué pícara ésta Cristina…! ¡Es incorregib­le! Y bueno, acá se hace política así, ¿viste?

Entre paréntesis, la ex presidente tiene los teléfonos más pinchados que el narco, o es que halló una nueva estrategia de comunicaci­ón, siempre tan preocupada por los medios. Y bueno, si tiene los teléfonos pinchados serán los servicios… Viste cómo son esos muchachos: nunca descansan.

Hace ya más de cuatro décadas la sociedad sintió la misma increíble fascinació­n por el mal, por la violencia, por las reglas quebradas y por el adversario de rodillas. La disfrazó entonces de causas justas, de ansias por la libe- ración, de revolución de las ideas. No cedió en ese empuje hasta que el monstruo se hizo in

gobernable, amenazó con devorarla y le hizo padecer, dolida y abatida, sus brutales desgarrone­s.

El hábito por el mal alcanza hoy hasta los insondable­s caminos de la fe. Una nota de este diario reveló que los delincuent­es, en especial motochorro­s, los tipos que por nada te meten una bala en la frente, rezan al Altísimo antes de sus fechorías. Es un rito pagano que practican en los arrabales de los cementerio­s, donde encienden velas y murmuran: “Señor: te pido para que la Policía y mis enemigos no puedan verme ni tocarme; para no tener que lastimar a ninguna de mis víctimas, y que ellas puedan generar en poquito tiempo el doble del dinero que le quitamos”. ¿No son un amor estos criminales? Es de esperar que Dios, para parafrasea­r a la gobernador­a, ni se haga el boludo ni sea parte. Por las dudas, elevemos hacia Él nuestras oraciones.

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