Clarín

Los taxistas, ese mundo aparte

- Roberto Pettinato

¿Desde cuándo los taxistas son la temperatur­a del mundo? ¿Desde cuándo son los termómetro­s de la temperatur­a política?

Araíz del conductor de Uber sordo, que terminó con una mujer lanzándose del vehículo presa del terror, empecé a meditar sobre el mundo de los taxis. Desde los tiempos de la llamada “mafia de los taxis de Ezeiza” que nadie pudo contra ellos. Es como si fueran un sindicato que lo puede todo, cuando que son humanos repletos de reflexione­s y problemas y un mundo aparte. Aparte, pero encerrado. Aparte, pero muy poco atractivo. Aparte... ¡Y qué bueno que así sea!

Uno los quiere tener cerca, siempre a mano, y a la vez pedirle a Dios que nunca más te vuelva a tocar el chofer del que te acabás de bajar.

Siempre pienso quién banca a quién. ¿El me banca a mí, con mi silencio o mi jueguito en el celular o respondien­do un llamado que él siempre, atento, mira por el espejo como si yo le hubiese hablado? ¿O yo lo banco a él, siguiéndol­e la charla que no me interesa? ¿Su filosofía de vida? Su separación tremenda de una novia, que aterra por la violencia con la que terminó, pero a la vez intenta convertirt­e en su cómplice como diciendo: “¿Ven que hay otros a los que les pasa lo mismo”?

¿Desde cuándo los taxistas son la temperatur­a del mundo? ¿Desde cuándo son considerad­os los termómetro­s de la temperatur­a política o los sabelotodo­s o bien los que tienen el putísimo mismo problema que vos?

¿Tienen sus encuestado­ras propias? ¿Sabían que ganaba Macri? ¿Saben cuánto tiene De Vido? Pueden decirlo todo con tal fundamento, que me bajo del taxi y a los cinco minutos se lo estoy contando todo a mi abogado o en mi programa de televisión, como si fuera algo que descubrí yo mismo.

¿Qué hacemos con los distintos modelos? El taxista hippie, por ejemplo, que te dice: “Círculos en los ojos... Por lo tanto siempre tenés que buscar al sol y el sol es un círculo. ¿O la luna y el sol qué tienen? Energía. ¿Ves esa gente que va caminando ahí?”. Mientras, vos escuchás atónito. “Van caminando mirando al suelo y no miran para arriba, donde están los círculos que no son sus ojos. ¡Son el sol y la luna!”. ¿Se están riendo? ¡¡¡Fue verdad!!! ¡Y aún lo recuerdo! ¿Y qué tal el que te cuenta siempre un dilema, situación, o anécdo- ta sexual? Uno me contó que con los amigos iban a prostíbulo­s y tenía un amigo cocainóman­o, que cuando entraba no podía hacerlo porque no conseguía erección.

¿Hay necesidad de quedar trabado en Corrientes al 400, en medio del tránsito, escuchando esta historia, con la confianza de un hermano que no somos?

¿Y qué del taxista tanguero, que espera durante varias cuadras a que le preguntes: “¿Qué estamos escuchando?”, para lanzarse a la historia de la música y en qué coche se estroló Julio Sosa? No sin antes ir anotando sobre el volante las pistas de un concurso de tango que escucha y al que llamará para participar.

¿Qué hacemos con aquel que sabe toda tu vida? ¿Cómo es que siempre son del barrio en el que ensayabas con Sumo y conocían a Luca y todas esas historias que ni siquiera vos recordaría­s?

¿Y el que te diagnostic­a enfermedad­es o curas? ¿Puede un taxista tener curas para todo, simplement­e porque su madre zafó de un cáncer de garganta?

¿Y el que tiene estampitas por todos lados?

¿Y los que no pueden contener el intestino? ¡Entrás al taxi y te da vergüenza bajar las ventanilla­s, que de hecho tiene las cuatro cerradas, para que lo huelas y lo cates!

¿Cuándo sucedió el misterioso momento en el que todos los taxistas tiraron el asiento de adelante hacia el reloj para que no veas correr los números rojos? Uno me llegó a decir: “Es una ley, sino te joden”.

“¿Pero no es muy viejo el sistema de tapar el reloj para que el pasajero no lo vea?”, le pregunté.

“Es que es una ley, te digo. Tenemos que tener el asiento así”.

Mira vos, ¿en serio? ¿De un día para el otro? ¡Cientos de miles de respaldos taparon los relojes, y aún no tengo el número de expediente del juez que dictó esa ordenanza!

Por Dios, un mundo aparte. Un mundo de 1000 taxistas.

Y qué bueno que así sea. A menos que llueva.

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