Clarín

Palacios, arte y un disparo en la oscuridad

- Judith Savloff jsavloff@clarin.com

Ni bocinazos ni el canil donde los perros te sacan sonrisas. En 1835, todo esto, la Plaza Rodríguez Peña y alrededore­s, entre Recoleta y Retiro, era campo. La quinta de Juan Antonio Rodríguez, inmigrante gallego, próspero comerciant­e. Un lugar tranquilo en teoría.

En teoría porque una noche de aquel año a Rodríguez lo despertaro­n ruidos. Había algo ahí por donde crecían las bergamotas. Tomó una escopeta, disparó de lejos y todo se quedó mudo. Mudo y quieto. Volvió a la cama. Y a la mañana descubrió que había matado: su vecino estaba muerto.

La justicia lo absolvió. Pero Rodríguez no pudo con la culpa y mandó a construir una capillita en homenaje a la víctima.

Petronila, su hija, tenía 20 años cuando ocurrió ese desastre. En 1884, donó el terreno y ordenó en su testamento que la capilla se convirtier­a en iglesia y que construyer­an una escuela para 700 señoritas. La iglesia es la Nuestra Señora del Carmen (1888). Lo de la escuela se complicó. Carlos Altgelt construyó un palacio (1886). Pero lo ocuparon los tribunales hasta 1894. Y después –salvo un breve lapso–, el Ministerio de Educación. El palacio se llama Sarmiento aunque le decimos Pizzurno. Pizzurno es el pasaje al que da, bautizado en honor a tres hermanos maestros. Y hay una Escuela Petronila Rodríguez en Parque Chas. Acá lleva su nombre la plazoleta de Rodríguez Peña y Paraguay.

La zona guarda otras historias. La de la escultura El sediento, de la argentina Luisa I. de Motteau (1886-1942), inaugurada en 1914. Recatada, generó críticas igual: “¡¿Un joven desnudo en

la vía pública?!” Y la zona esconde, entre cables y vorágine, una casa con el frente decorado por un collage de azulejos pintados en Milán (1911).

El sol languidece. Varios homeless terminan de orear frazadas. Una chica emponchada, de leer bajo un árbol. Y el desfile de perros sigue, por suerte. Es que en algo atenúa, como El se

diento, como la vecina pizzería El Cuartito (1934), como los templos y los palacios, el eco de las balas en la oscuridad.

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