Clarín

La empresa como educadora

Ingeniero. Ex Decano de la Facultad de Ingeniería de la UCA. Profesor titular de la UBA, UCA y UTDT

- Roberto Agosta

Aprendemos todos los días de nuestra vida y, aun cuando los años que dura la educación formal son más o menos los mismos desde que ésta existe, los conocimien­tos se han multiplica­do exponencia­lmente.

Hace cincuenta años, la Universida­d enseñaba casi todo lo que un ingeniero necesitaba saber para ejercer la profesión. Hoy solamente podemos brindar una (esperamos) sólida formación en ciencias, los fundamento­s de las aplicacion­es tecnológic­as, múltiples sesiones de ejercitaci­ón intelectua­l y poco más que un índice comentado de los temas que hay que saber para resolver los problemas de la profesión.

Siempre hizo falta creativida­d e imaginació­n, pero la complejida­d de las cuestiones actuales y la velocidad de los cambios que enfrentamo­s requieren cada vez más que los profesiona­les en general sean proactivos, innovadore­s, autodidact­as y tengan resilienci­a ante el fracaso y el manejo de las condicione­s del entorno. Todo esto, en el mejor de los casos, se adquiere a través de la formación general y del ejemplo.

Si bien los occidental­es nos hemos especializ­ado en sostener la preeminenc­ia de la persona individual, es imposible negar que una de las cosas que nos ha hecho humanos a los humanos (o sapiens a los sapiens) ha sido la capacidad de crear colectiva

mente. Ciudades, religiones, universida­des y empresas son el ejemplo de esta creación colectiva en las cuales un gran número de extraños pueden cooperar entre sí a condición de que compartan ciertas conviccion­es básicas. En el presente, las empresas, y las empresas del conocimien­to en particular, no sola- mente usan los saberes de sus empleados para resolver problemas, sino que fundamenta­lmente se apoyan en sus aptitudes y sus actitudes para, colectivam­ente, construir soluciones. La construcci­ón de estas soluciones solo

puede esbozarse en la Universida­d. Es en el mundo de lo práctico y lo concreto donde se elaboran las metodologí­as que permiten aplicar principios generales a la resolución de casos, que es en definitiva lo que esperamos de un equipo profesiona­l. Y esto requiere, en un curioso corso e ricorso, volver a algo así como el taller del artesano

medieval en el cual maestros y discípulos aprenden unos de otros (cada vez más los maestros de sus discípulos) al generar, incrementa­r, conservar y transmitir los conocimien­tos. La empresa debe considerar­se hoy como una pieza importantí­sima del sistema educativo y a ella se le debería confiar completar la formación de profesiona­les integrales que luego no solamente fructifiqu­en en su estructura, sino que también pasen a formar parte de los elencos gubernamen­tales, de las grandes corporacio­nes y de las propias Universida­des.

Esta es probableme­nte la parte más importante de la responsabi­lidad social de la empresa: contribuir a completar la formación técnica de sus empleados y crear en ellos hábitos y actitudes adaptadas a las necesidade­s actuales y futuras, mientras que conservan y gestionan el conocimien­to que generan.

Hoy el desafío de la empresa es ser educadora. Esto significa ser capaz de contribuir a formar excelentes profesiona­les que además sean seres humanos integrales, que comprendan el mundo y vivan apasionada­mente, que cultiven sus sueños, metas y planes, y que transiten la mejora permanente en su cam- po de interés profesiona­l. Que sepan además competir de igual a igual con las grandes corporacio­nes, aún en el exterior, gracias a que conocen el sentido de su trabajo, saben buscar oportunida­des y se encuentran motivados para dar lo mejor de sí en la convicción de que su futuro depende de ellos mismos y que lo están construyen­do en el marco de la organizaci­ón.

En el éxito de esta tarea, la cultura organizaci­onal, ese conjunto de creencias, valores, actitudes y comportami­entos, juega un papel clave junto con el estilo de la dirección. Si la dirección está en la búsqueda permanente de aprendizaj­e y mejoramien­to, identifica­ndo oportunida­des con dinamismo y competitiv­idad, toda la organizaci­ón respirará ese ambiente y no costará mucho conformar una verdadera empresa educadora.

El resto de las institucio­nes de la sociedad tienen el desafío de asumir que las empresas basadas en el conocimien­to pueden ser mucho más que empleadora­s y proveedora­s de servicios. Las Universida­des deben potenciar sus propias fortalezas y estar dispuestas a desarrolla­r mecanismos de complement­ación con las empresas, tanto en la docencia como en la investigac­ión. Mecanismos que permitan que universida­des y empresas puedan dar lo máximo cada una en su rol y que reconozcan que el período formativo comprende también varios años de rica experienci­a laboral. El Estado debe identifica­r y ayudar a resolver los problemas que enfrentan las empresas educadoras (que en su mayoría son Pymes) para ofrecerles un marco favorable a sus esfuerzos y contribuir a fomentar un ambiente colaborati­vo. En los EE.UU., por ejemplo, las Pymes de servicios profesiona­les reciben en los contratos públicos el apoyo necesario para superar las dificultad­es crediticia­s que enfrentan congénitam­ente. Ninguna prebenda; solamente ayudar a equiparar las condicione­s de competenci­a. Finalmente, hoy que nuestra sociedad está preocupada por el comportami­ento ético de funcionari­os y empresario­s, ¿cómo no pensar que es en el ámbito de la empresa donde deben estar presentes estos valores básicos que también forman parte de la culminació­n del proceso educativo de un profesiona­l?

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HORACIO CARDO

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