Clarín

La grieta, nueva música en nuestros oídos

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Hace unos días, en las páginas de este diario, dos músicos, líderes ambos de otras tantas bandas de rock, lanzaron un aserto temerario: “Barenboim es un genio, pero no puede tocar cumbia”. En la Argentina parece imposible destacar, sin humillar al otro. Después nos asustan las grietas, pero la grieta mayor es la tontería. Barenboim es un gran maestro de esa pasión universal que es la música, y puede tocar cumbia y lo que le plazca incluso al frente de una orquesta sinfónica, como hizo con la de Berlín cuando dirigió la tradiciona­l milonga porteña “El Firulete”, que los apóstatas harían bien en escuchar, con arreglo de otro gran maestro argentino, José Carli, que los perjuros también harían bien en escuchar, o al menos conocer. En un mundo apasionado y apasionant­e como el del pentagrama, no deberían existir las deslealtad­es que expresaron muy sueltos de cuerpo los dos líderes rockeros. ¿Qué ganan? Bueno, una mención en esta ventanita mañanera. Nada. ¿La necesitan? ¿Precisan de esa repercusió­n mediática, como las muchachas que bailan de caño y aspiran a la gloria de la vedette? Si la respuesta es sí, la siguiente pregunta es ¿por qué buscar trascenden­cia por los veredictos destemplad­os, en lugar de ganarla a fuerza de talento creativo o de hacer de su género musical un monumento clásico, como hizo Mozart, por ejemplo, que decía, con ironía: “Yo soy un tipo vulgar, pe-ro-mi-mú-si-ca-no-lo-es…”?

Al margen de considerac­iones armónicas, bueno sería un estudio de “Cumbia y Armonía”, y hasta que no dejemos de lado el denostar al otro para ganarnos un lugarcito, nos vamos a tener que ir con la música a otra parte.

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