La grieta, nueva música en nuestros oídos
Hace unos días, en las páginas de este diario, dos músicos, líderes ambos de otras tantas bandas de rock, lanzaron un aserto temerario: “Barenboim es un genio, pero no puede tocar cumbia”. En la Argentina parece imposible destacar, sin humillar al otro. Después nos asustan las grietas, pero la grieta mayor es la tontería. Barenboim es un gran maestro de esa pasión universal que es la música, y puede tocar cumbia y lo que le plazca incluso al frente de una orquesta sinfónica, como hizo con la de Berlín cuando dirigió la tradicional milonga porteña “El Firulete”, que los apóstatas harían bien en escuchar, con arreglo de otro gran maestro argentino, José Carli, que los perjuros también harían bien en escuchar, o al menos conocer. En un mundo apasionado y apasionante como el del pentagrama, no deberían existir las deslealtades que expresaron muy sueltos de cuerpo los dos líderes rockeros. ¿Qué ganan? Bueno, una mención en esta ventanita mañanera. Nada. ¿La necesitan? ¿Precisan de esa repercusión mediática, como las muchachas que bailan de caño y aspiran a la gloria de la vedette? Si la respuesta es sí, la siguiente pregunta es ¿por qué buscar trascendencia por los veredictos destemplados, en lugar de ganarla a fuerza de talento creativo o de hacer de su género musical un monumento clásico, como hizo Mozart, por ejemplo, que decía, con ironía: “Yo soy un tipo vulgar, pe-ro-mi-mú-si-ca-no-lo-es…”?
Al margen de consideraciones armónicas, bueno sería un estudio de “Cumbia y Armonía”, y hasta que no dejemos de lado el denostar al otro para ganarnos un lugarcito, nos vamos a tener que ir con la música a otra parte.