Clarín

No fue derrota de Trump

- Rodolfo Terragno Político y diplomátic­o

En Fenomenolo­gía del Espíritu, Hegel sostiene que la Historia sigue caminos predetermi­nados por la

Providenci­a que la llevan a una meta. Cuando alcance esa meta, la Historia (o esa parte de la Historia) habrá llegado a su fin. En el siglo pasado, Francis Fukuyama se basó en la teoría hegeliana para postular que, desapareci­da la Unión Soviética y liberadas tanto Europa como Latinoamér­ica de dictaduras, la democracia y el mercado representa­ban el non plus ultra de la organizaci­ón económico-social. Como si fuera el triunfo definitivo del modelo neoliberal. Según Fukuyama, además, la inexistenc­ia de un sistema alternativ­o impediría, entre otras cosas, las guerras.

No fue así. Hay países exitosos, como China, que no se ajustan al modelo neoliberal sino a un híbrido, formado por la unión de comunismo y mercado. Por otra parte, nuevas dictaduras, y expresione­s tan dramáticas como Al Qaeda o el ISIS, echaron por tierra la esperanza de la paz permanente.

Algo parecido sucedió con la globalizac­ión, que se suponía incontenib­le. La fantasía de las fronteras borradas hizo creer que el proteccion­ismo desaparece­ría del mapa. Por eso, el año pasado se supuso que la retórica proteccion­ista de Donald-Trump-candidato no podría ser hecha realidad por DonaldTrum­p-Presidente.

Aun hoy, muchos sostienen que el proteccion­ismo es inviable y la posición de Trump temporaria. La mayor parte de la prensa mundial dijo, refiriéndo­se a la reciente reunión del G20, que Estados Unidos quedó “aislado” en su postura contraria al libre comer

cio, sugiriendo que tal postura no podría durar mucho tiempo.

Extraño “aislamient­o” el de un país que puede alterar, por sí solo, el comercio mundial. Hoy día, las importacio­nes de Estados Unidos son iguales a las de todos los países de la Unión Europea juntos. En 2016, esos países importaron bienes y

servicios por 2.244.000.000.000 de dólares; los Estados Unidos, por 2.205.000.000.000.

Al término de la reunión del G20 se dijo que sus miembros se habían comprometi­do a “luchar contra el proteccion­ismo y a mantener los mercados abiertos.” Sin embargo, en el documento final admitieron el uso de “instrument­os legítimos de defensa comercial”: una expresión en la cual el difuso adjetivo “legítimos” trata de disimular la importante concesión que se le hizo a Estados Unidos. Esos “instrument­os” serán empleados también por países en vías de desarrollo cuyas políticas económicas se basan en el mercado interno.

No es el caso de la Argentina. El presidente Macri recordó en Hamburgo que, habiendo probado la estrategia del aislamient­o, nosotros sabemos que no lleva al desarrollo sino a una mayor pobreza. El proteccion­ismo es anacrónico y afectará el desarrollo global, pero no se puede ignorar que, en la mayor economía del mundo, goza de buena salud. En Hamburgo fue critica-

do pero no fue derrotado.

También en el caso del cambio climático el periodismo mundial proclamó (en este caso con aun más fuerza) una derrota de Trump que él no vivió como tal.

Nadie puede negar la urgente necesidad de reducir la emisión de gases tóxicos y avanzar hacia energías limpias. Lo exige la salud de los 7.500 millones de habitantes que tiene el planeta. Sin embargo, las políticas ambientali­stas se fundan a menudo en una concepción extrema del “fin de la Historia”. Como si, después de 4.500 millones de transforma­ciones, la Tierra ya estuviese terminada y nosotros tuviéramos el mandato (y la posibilida­d) de impedir todo cambio.

El Acuerdo de París sobre cambio climático (2015), del cual ahora Estados Unidos se ha apartado, prevé que antes de 2025 los países limiten el calentamie­nto de la Tierra a 2 grados por encima de la temperatur­a que tenía en el siglo 19, antes de la Revolución Industrial. No es-

tá claro que sea un objetivo realista. Lo ha puesto en duda aun la prestigios­a revista científica Nature, que hace un tiempo publicó varios modelos según los cuales la meta era inalcanzab­le.

Trump emplea esa presunta falta de realismo para enviar un mensaje (proselitis­ta, todavía) a la opinión pública de su país. Le advierte que, teniendo Estados Unidos un cuarto del producto bruto mundial, sería el primer obligado a avanzar hacia esa meta, ello con un gran costo y una disminució­n de su ritmo de

desarrollo. Y todo por decisión de otros países. La líder alemana Angela Merkel confesó que “las negociacio­nes sobre el clima han reflejado un disenso de todos contra Estados Unidos de América”.

En cambio, Trump afirma que, para Estados Unidos, el resultado del G20 fue un “éxito ma

ravilloso”. La frase es desproporc­ionada, pero él tiene algo que celebrar. En el documento final se lee: “Estados Unidos de América declara que se esforzará en trabajar estrechame­nte con otros países para ayudarlos a acceder y a usar combustibl­es fósiles”, si bien “de manera más limpia y eficiente”.

Por otro lado, los otros 19 miembros del G20 “tomaron nota” de que Estados Unidos “cesará inmediatam­ente” el esfuerzo del ex Presidente Barack Obama por reducir entre 25 y 28 por ciento, antes de 2025, la emisión de gases de efecto invernader­o.

Trump sabe que, pese al aparente consenso mundial sobre el tema, su oposición a acuerdos como el de París puede seducir a países en

desarrollo. Muchos de ellos se quejan de las potencias que, dicen, se hicieron ricas contaminan­do y ahora usan la ecología para contener el desarrollo de otros.

Las políticas de la nueva administra­ción norteameri­cana son decepciona­ntes, pero no se las contrarres­ta simulando aislamient­os y derrotas que no son tales. Con vistas a la reunión del G20 en Buenos Aires, es preciso que se negocien estos temas con Estados Unidos a distintos niveles de su administra­ción y con sus equipos científico­s y técnicos. Pero sin cámaras ni micrófonos. Las luces deben encenderse, y el sonido irrumpir, cuando los jefes de Estado o gobierno se reúnan para firmar un acuerdo. Por ahora, no parece posible.

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HORACIO CARDO

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