Se crió en un antiguo mercado y lo homenajea con sus cuadros
Memorias porteñas. Gustavo Reinoso dibujaba en la fiambrería del padre en el Urquiza, de Monroe y Triunvirato. “Busco rescatar detalles, sonidos, olores”, dice.
El Mercado Urquiza fue, para el arquitecto y artista plástico Gustavo Reinoso, el espacio vital por el que transcurrió su niñez. Allí trabajaban sus padres, compartía las tardes con vecinos y amigos, leía la Billiken y jugaba con el Topolín, el kinder de los años 70. En ese mismo sitio comenzó a dibujar una historia que se transformó en una muestra individual, “Aromas de Mercado”, que presentará en el Centro Cultural Borges. Ubicado en Triunvirato y Monroe, es uno de los mercados de abasto que funcionan en la Ciudad.
A principios del 1900 los mercados se establecieron en una Buenos Aires que se transformaba de aldea en ciudad. Eran punto de encuentro, con una fuerte impronta vecinal. Los cambios en el consumo, la aparición de los supermercados, los empujó a un letargo que para muchos fue el final. El Urquiza es uno de los que continúan, con un puñado de locales.
Reinoso recuerda el mercado en los años 70: “Había una división imaginaria. Estaban los comerciantes de Triunvirato y los de Monroe. Mi zona era Triunvirato, en donde mis padres tenían una fiambrería. Estaba también la pescadería de Don Saverio, la verdulería de los Sassone, la carnicería de Luis, el quiosco de diarios”, enumera este arquitecto y artista plástico, nacido en Villa Urquiza, hoy vecino de Saavedra. En base a los recuerdos de su infancia, armó una se--
rie de 14 cuadros de gran tamaño en los que recrea ese espacio y sus experiencias. Y que invitan a buscar y descubrir los detalles que se pueden “leer” en esta historia. “"En mis cuadros me gusta contar situaciones. Que se genere empatía entre las personas y la obra. Rescatar olores, detalles, sonidos, palabras. Que puedas volcar un recuerdo”, sintetiza.
Trabaja con una estética pop muy original. Las obras tienen texturas y relieves; se trata de una técnica mixta en la que mezcla acrílico con cola vinílica y papel picado o en polvo. Luego aplica ese material con pomos de diferente grosor. “Me parece que la textura enriquece. El blanco sobre blanco aporta dramatismo y clima. La idea es que el color lo ponga el espectador”, dice Reinoso. Antes de llegar a las texturas, recurre a técnicas que utilizaba para trabajar como arquitecto, profesión que ejerció durante 20 años: compone y dibuja de manera digital y luego proyecta la obra sobre el lienzo, aumentando su tamaño. Algo similar realizó en la mega obra que tiene en la estación Pueyrredón de la línea D: allí trabajó durante tres meses, de madrugada, y llenó las paredes de escenas bien porteñas.
El Urquiza tiene tres puestos, a los que se accede por Monroe: almacén, verdulería y pescadería, estos últimos dos, atendidos por los hijos de los dueños originales. “Yo salía de la escuela y antes del mediodía ya estaba en el mercado. Me pasaba la tarde allí. Trabajé en la pizzería de la esquina, vendí jazmines y también, dibujos. Allí estuvieron mis primeros clientes”, cuenta divertido. Detrás del mostrador de su padre, colocaba un cajón, se paraba arriba y dibujaba en el papel con el que se envolvían los fiambres, ése que tiene cara lustrosa. Inventaba historias, imaginaba super héroes, dibujaba a Mickey y a jugadores de fútbol que salían en revistas y figuritas. Y con chinches, los colgaba.
Durante la muestra -20 de julio al 6 de agosto- se proyectará parte de un documental de Diego Monk con historias del mercado. Y se escucharán audios con recuerdos que Reinoso fue juntando a través de redes sociales y entre sus conocidos. Voces de vecinos, de vendedores, de clientes; voces de la vida cotidiana en los mercados porteños.