Una fantasiosa evocación
El caballero de la rosa es una de las óperas más amadas del repertorio alemán, y consecuentemente de las más representadas. Richard Strauss la escribió en 1910, inmediatamente después de Electra.
Ambas óperas llevan libreto de Hugo von Hofmannsthal, pero sus mundos no podrían ser más diferentes. En El caballero de la ro
sa Strauss deja a un lado el mito griego y se transporta a la Viena de María Teresa; el autor deja también de lado las ásperas sonoridades, casi atonales, de su ópera anterior, y se embarca en una nostálgica y fantasiosa evocación del siglo XVIII. Como se ha notado, los personajes centrales de Octavian y La Mariscala son casi una réplica de la pareja Querubino y la Condesa de Las bodas de Fígaro. Como el Querubino de Mozart, el Octavian de Strauss estará casi todo el tiempo disfrazado de doncella, y además se representa doblemente travestido, ya que debe ser interpretado por una voz de mezzo.
El caballero de la rosa está escrita en tres actos. La obra comienza con una escena amorosa entre la Mariscala y su amante Octavian. El es ardiente; ella, esposa de un Mariscal eternamente ausente y sin duda uno de los personajes más adorables de Strauss, es una armoniosa combinación de placer y serena aceptación: quince o veinte años mayor que Octavian, sabe que “hoy o mañana o pasado mañana llegará el instante de la despedida”. Ese mañana no tarda en llegar.
El nudo central de la ópera lo constituye un matrimonio concertado entre el grotesco Barón Ochs y Sophie, la hermosa hija de una familia advenediza. El “caballero de la rosa” es el propio Octavian, que por una circunstancia fortuita le tocará presentarse en la casa de los padres de Sophie con una escolta de húsares y una rosa de plata para pedir la mano de la joven en nombre del barón Ochs.
Previsiblemente, Octavian y Sophie se enamoran. Luego de una sucesión de enredos, farsas y juegos de identidad, Sophie se saca de encima al barón Ochs y queda el libertad para amar a Octavian. Hacia el final del tercer acto tendrá lugar uno de los tercetos de voces femeninas más memorables de la historia (Mariscala, Octavian y Sophie), que abre la Mariscala con conmovedora nobleza: “Hace algún tiempo decidí que le amaría honestamente, incluso aunque él amase a otra. Pero verdaderamente yo no podía imaginar que tendría que sufrir por ello tan pronto”.