Clarín

Madre formadora y pianista con fineza instrument­al

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Con 103 años cumplidos el 27 de mayo pasado, falleció ayer al mediodía Elizabeth Westerkamp, probableme­nte una de las pianistas más queridas del ambiente musical de Buenos Aires.

Elizabeth –apodada Schul por su padre, y argentiniz­ada Chul por sus alumnos y amigos - fue la alumna dilecta de Vicente Scaramuzza, el severo maestro que formó también a Martha Argerich y Antonio De Raco.

Casada con De Raco, formó un dúo de pianos con el que llevó su fineza instrument­al a los puntos más remotos del país, entre los años 1940 y 50. “Hemos recorrido la República entera porque había sociedades de con- ciertos en cada provincia y en alguna de ellas, había hasta dos y tres. (...) Cuando veo los programas de los conciertos que se hacen –muy poquitos-actualment­e en Buenos Aires, me da esa nostalgia de la que te hablaba”, le decía a Carlos Manso en una entrevista publicada en Música Hoy, sobre los conciertos de diciembre del 2009. Preparaba con el mismo entusiasmo un concierto como cada uno de sus encuentro con sus alumnos, a los que formaba mucho más que como instrument­istas. “Un músico debe ser una persona cultivada”, aconsejaba siempre. Especialme­nte considerad­a con cada uno de esos jóvenes que llegaban a Buenos Aires desde el in- terior, no tenía reparos en alojarlos en su casa por el tiempo que necesitara­n. Ingrid Flitter, Diego Fedeli, Javier Anderlini, Edith Bernardez, Alicia Belleville, Leticia Corral, Gabriela Martínez, Ana Chaves, Alan Kwiek, son algunos de sus discípulos. Aun a los 90 años seguía dando clases con el mismo entusiasmo y entrega que a los 50.

“Recuerdo especialme­nte el ciclo de las 32 sonatas de Beethoven que organizó para presentar con todos sus alumnos en el Conservato­rio Nacional y en el Teatro Argentino de La Plata”, cuenta Ana Chaves, una alumna a quien Chul conoció con solo 13 años y con quien sostuvo, como con muchos otros, un vínculo afectivo hasta el final de sus días. “Fueron años increíbles porque me tomó toda la adolescenc­ia la formación con ella. Hizo conmigo un trabajo de hormiga. Las clases eran de mucha simbiosis. Ella me mostraba como hacer las cosas y yo copiaba sus gestos. Y cuando notaba una tensión, me tocaba los puntos exactos para que yo me relajara”.

Era habitual encontrarl­a en el Colón cada vez que se presentaba alguna figura de las grandes que pasaron por el teatro durante el siglo XX. “La cultura musical no existe como entonces, cuando íbamos tres, cuatro veces por lo menos, o todas las noches al Teatro Colón a escuchar a los mejores artistas que venían de todo el mundo”, confesaba a Manso .

Elizabeth tuvo dos hijos: Alejandro y Lyl, quien siguió con entusiasmo la tradición musical de sus padres y formó un gran número de pianistas, entre ellos sus hijos, y ahora también nietos. Con su sonrisa hermosa y el humor finísimo, Elizabeth se acercaba a los camarines luego de cada una de las presentaci­ones de sus nietos Karin y Sergio, y de su bisnieta Natasha. En el pasillo del Colón, familia y amigos esperaban el ritual de abrazarse con ella, sentir el calor de sus manos, escuchar sus palabras de aprobación y cariño, además de espejarse en esa mirada que los años no habían logrado opacar.

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Maestra. Elizabeth Westerkamp.

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