Clarín

Venezuela es una sola

- Ricardo Kirschbaum P.2

Las votaciones simbólicas en Venezuela de un lado arrojaron un dato contundent­e y del otro, un relato. El dato duro fueron los 7.600.000 venezolano­s que en el plebiscito informal organizado por la oposición “vetaron” la reforma constituye­nte programada por Maduro para sostenerse en el sillón en el que tambalea, como el país bajo su gobierno.

Es un resultado que no tiene valor oficial, pero es bien elocuente. Maduro subió al poder en 2013 con 7.500.000 votos, cuando la crisis actual se avizoraba pero el chavismo insistía en que su larga revolución estaba llegando a las puertas de riqueza para todos. Pero ya en las legislativ­as de 2015, el chavismo cosechó el rechazo: 5.600.000 votos, contra 7.600.000.

Desde entonces no ha hecho otra cosa que cerrar los ojos a la realidad y nada anticipa que los abra. Según sus organizado­res, el voto opositor del domingo sumó apenas 100.000 votos menos que en aquellas legislativ­as yendo a muchas menos mesas que las de una votación legal, desafiando el miedo real y no de campaña ejecutado por el chavismo.

Desde abril, cuando empezó a movilizars­e la oposición contra la reforma constituci­onal programada a la medida de Maduro, Venezuela suma alrededor de un centenar de muertos, una cantidad indefinida de ellos, pero mayoritari­a, ejecutada por paramilita­res. La votación del domingo resultó una especie de masiva manifestac­ión de protesta activa.

Maduro respondió con relato. Escribió: “Este domingo 16 de julio hemos escrito el preámbulo de la gran victoria patriota que obtendremo­s el 30 de julio en la elección de la Asamblea Nacional Constituye­nte”. Alude al “ensayo” de votación que hasta el 27 de julio permanece abierto, del que, como está en curso, carece de números. Y alude a la votación de los 550 constituye­ntes por fuera de los par- tidos.

Ocurre que se elegirán aspirantes anotados en una web, que es otra forma de elección sui generis, a la que el domingo pasado la oposición, cada vez más unificada, respondió con su plebiscito también sui generis. Lo que anticipa la actual situación es la permanenci­a de la crisis, las manifestac­iones opositoras y la búsqueda de permanenci­a de Maduro.

Aunque ya era claro, ahora lo está más aún que Maduro está muy lejos del 55 % con el que ganó Chávez su cuarto mandato, del que lo apartó la muerte en 2013. Maduro no aspira sólo a terminar el suyo en 2019, sino que todas las señales que da apuntan a que quiere seguir en el poder. Es increíble que haya tantos políticos que aspiren a la eternidad en el poder. Maduro no solo cierra los ojos ante la oposición que lo desafía cada vez más. Los cierra ante la crisis de alimentaci­ón, medicinas, inflación o insegurida­d en la que su obstinació­n ha sumido al país. Los cierra también ante el aislamient­o internacio­nal.

Trump ha prometido sanciones económicas en una amenaza que no se sabe si golpea o ayuda a Maduro, quien puede ahora decir que todo este estofado se cocina en Washington. Quizá haya que observar con atención las gestiones del presidente colombiano en Cuba, principal sostén del régimen venezolano.

La Mesa de Unidad Democrátic­a que aglutina a la oposición hará mañana un paro general, para reforzar el impacto del domingo. Denomina a ésta como la “hora cero” contra la

constituye­nte, bastión al que apuesta el Presidente cada vez más asediado. Hay un gobierno que pugna por querer ver dos países, porque no sabe serlo para todos. A pesar de Maduro, Venezuela es una sola.

Maduro, asediado, juega sus cartas en la elección constituye­nte que es ampliament­e rechazada.

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