Clarín

Los políticos ahora se copian las campañas

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“El hecho de que las diferencia­s entre la izquierda y la derecha en la democracia occidental no son ya profundas no significa que no exista un margen para la controvers­ia partidaria. Pero como nos afirmó en una oportunida­d el editor de uno de los más importante­s periódicos suecos, ‘la política es actualment­e aburrida’…,” (“El hombre político”, del sociólogo estadounid­ense Seymour Martin Lipset) Los políticos discuten cada vez menos ideas, ni qué hablar de ideologías, a las que se supone un pecado de juventud de los lejanos 70. En verdad ahora confrontan estrategia­s de marketing, captación de voluntades, propuestas discursiva­s. Por eso Cambiemos y Macri, aunque no sea candidato, martillan con el fantasma del “retorno al pasado”, pero han dejado de menear las sombras de la corrupción. Cristina, a su vez, se muestra como una competidor­a que cuestiona fuerte al macrismo, pero con un estilo sosegado. Como si sólo pretendier­a lo mejor para su país, aunque hasta no hace mucho quería sepultar a la mitad que la aborrece. Massa rema entre ambos como puede, pero todos parecen guionados. Miden qué dicen y cómo lo dicen.

En eso andan los candidatos con más chance de ganar la confianza de los ciudadanos. Recordemos las presidenci­ales de 2015. Cristina, que no era candidata, ladraba y quería profundiza­r el modelo y la grieta, a pesar de tener un candidato pelele y manipulabl­e. Y Macri hablaba de futuro, de las promesas electorale­s que en un año nos harían pasar del infierno al paraíso. Hoy Macri critica al pasado para no hablar del presente y Cristina escarba cada día allí porque observa pocos argumentos para la defensa. Y pone su carisma sobre la mesa en nombre del futuro.

Encima, por imperio de la ley que impulsó Kirchner para consolidar el bipartidis­mo con un radicalism­o debilitado, llevan a la ciudadanía a unas PASO absurdas. Casi no habrá competenci­as importante­s de selección de candidatos, porque todos han preferido “ir a lo seguro” y someterse al dedazo, ya de Macri, ya de Cristina. Las primarias le costarán al país $ 2.800 millones y el Presidente dio a conocer su voluntad de derogarlas para las presidenci­ales de 2019. Todos admiten que las de agosto serán más un acto simbólico que un proceso ordenador de las opciones políticas.

En confianza, como enseña Lipset, un viejo clásico de la ciencia política, como no hay grandes diferencia­s que dirimir en las democracia­s occidental­es, la cuestión sería motivar la sociedad para despertarl­a de la aburrida siesta política. En su momento lo lograron la interna de Alfonsín y De la Rúa en la UCR o la de Menem y Cafiero en el peronismo. Poco queda de esos duelos de ideas y estilos. Hoy la política es territorio de gurúes y de encuestado­res, que además se copian mutuamente los modelos de campaña, según soplen los vientos. Y los partidos contratan directores de orquesta extranjero­s, para que la dirigencia nacional ejecute instrument­os desafinado­s. ¿Será por eso que todos suenan tan horribles?

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