Clarín

Rosario en el corazón

- Eduardo Van der Kooy nobo@clarin.com

Esta memoria debió haber sido escrita por Caloi. Carlos Loiseau, decía su documento de identidad. Pero al otro negro se le ocurrió irse de la vida también demasiado temprano. En mayo del 2012. Me avisaron con un llamado de celular mientras estaba en México. Caloi fue amigo íntimo del Negro. De Roberto Fontanarro­sa, que incluso madrugó más que él: falleció en julio del 2007.

Caloi se dio hasta el lujo de participar, alguna vez, en la Mesa de los Galanes que aún se conserva como un monumento rosarino en el mítico bar El Cairo, en el vértice de Sarmiento y Santa Fe. Allí Roberto disertaba, jamás con lenguaje académico. Siempre con mordacidad y humor. Hablaba sobre la vida o la política, de la cual nunca hizo una religión. O de mujeres y de fútbol. De Rosario Central. Para el Negro, el fútbol era sólo un rodar incesante de rayas azules y amarillas. Aunque con los años hizozo una excepción: se animó a elogiar el rojo y negro de los tiempos bautismale­s ismales de Marcelo Bielsa.

Yo, en cambio, par-articipé de aquella Mesa de los Galanes sólo desde la orilla. Una vez tomé un café en ellaa con otros amigos, por una na gentileza de los dueños de El Cairo. Roberto ya no estaba. Pero supe e compartir con el Negro otras cosas. Treinta reintay y cinco años de trabajo cotidianoo en Clarín. Cuando era un rito empezarzar la lectura por la contratapa del diarioio para disfrutar de Inodoro Pereyra. Cuando sus dibujos llegaban por correo especial dos veces por semana. De verdad. En la bolsa que despachaba la correspons­alía de Cla

rín de calle Córdoba. Desde este pre- sente de modernidad parece que nos remontáram­os al tranvía o al lechero. También compartimo­s y disfrutamo­s, por supuesto, los amores infinitos por Rosario. Su ciudad natal y, por adopción, la mía.

Roberto ha sido y es –diez años después—uno de los mayores emblemas de Rosario. Una urbe enorme y extendida que, ante la falta de otros rasgos distintivo­s, creció y forjó una identidad n nacional en base a la pasión, la cultura turayy el orgullo de su gente. La ciudad ha funcionado­fu como una usina de talentosle­nto en la cual Fontanarro­sa arrancó ventajaven­ta a los demás. Se hizo popular e inexpugnab­leinexp desde esa cuna. No le interesóin­tere ni necesitó cruzar otras fronteras. De adentro o de afuera. Lo eternizó Ma Martín Caparrós en su libro El Interior. La gran Fontanarro­sa fue haberse comido el mundo sin haber dejado nunca a Rosario, se ocu

pó de destacar. El ElN Negro fue un imborrable compañero de trabajo a la distancia desde 1973, cuando empezó a publicar sus primeraspr­im historieta­s. Ya estaban Ca- loi, Altuna, Dobal. Su figura tuvo siempre una presencia fantasmal en la redacción. No la debe haber pisado más de cuatro o cinco veces. Pero su humor despertó entre todos un afecto contagioso. Un sentido de pertenenci­a y solidarida­d. La redacción de Cla

rín se cubrió de congoja el día de su muerte.

La obra del Negro creció en pocos años de un modo tal que de dibujante, humorista y periodista saltó a escritor. ¿Quién no se prendió con sus novelas?.¿Quién no se terminó haciendo amigo de sus personajes memorables?. ¿Quién no disfrutó de los innumerabl­es cuentos de extravagan­tes poetas y futbolista­s?

Esa capacidad para alternar las alturas literarias con la llanura periodísti­ca, el bronce de Jorge Luis Borges o Ernest Hemingway con la materia rústica de algún ignoto jugador, lo juntó en una ocasión en una charla de café con su espejo: Osvaldo Soriano. Fue en mayo de 1996, ocho meses antes de la muerte del Gordo. Existe por fortuna testimonio de esa obra cumbre.

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EDUARDO GROSSMAN En casa. Fontanarro­sa en la costanera de Rosario, la ciudad que fue su lugar en el mundo.
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 ??  ?? En Clarín. Arriba, primer el chiste de Fontanarro­sa, 1973. Abajo, uno de los que Crist dibujaba con sus ideas.
En Clarín. Arriba, primer el chiste de Fontanarro­sa, 1973. Abajo, uno de los que Crist dibujaba con sus ideas.

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