Clarín

La amistad que venció a las balas

Son policías, pararon a los prófugos del triple crimen y fueron heridos de gravedad. Hoy son inseparabl­es.

- Julieta Roffo jroffo@clarin.com

La última vez que Lucrecia Yudati estuvo parada en el puesto de control vial que la Policía de la Provincia tiene en el kilómetro 104 de la ruta 20, entre Ranchos y Chascomús, fue la madrugada del 31 de diciembre de 2015. A las cuatro de la mañana terminaba su guardia y la de Fernando Pengsawath. Decidieron que frenarían un auto más y se irían a sus casas. Así que Fernando le hizo señas a la Ford Ranger que vio venir para que se detuviera al lado del camino. “Me acuerdo de la cara de Martín cuando se bajó de la camioneta, de cómo apuntó la escopeta y me dis-

paró”, dice él.

Martín es Martín Lanatta, que junto a su hermano Cristian y a Víctor Schillaci había sido condenado a prisión perpetua por el triple crimen de General Rodríguez. Esa madrugada, cuando Lanatta disparó, los tres llevaban cuatro días prófugos: la fuga se extendería hasta el 11 de enero.

Más de un año y medio después, Fernando le da la mano a Lucrecia: el pie izquierdo de ella quedó definitiva­mente inmoviliza­do por el impacto de una de las balas. Así que él le da la mano para ayudarla a caminar sobre el pasto a medida que se vuelve barro en la zanja a la que se tiraron para que no los alcanzaran más balas, y Lucrecia muestra el lugar exacto desde el que le gritó a Fernando que iba a estar bien a pesar del disparo que le había hecho palparse los intestinos. “Todo nos hermanó, es una amistad que va a durar para siempre porque sólo ella y yo sabemos lo que vivimos esa noche”, cuenta Fernando, y Lucrecia le aprieta la mano.

En la casa de Lucrecia, en el barrio Buenos Aires Hogar de Ranchos, el pueblo de unos 10.000 habitantes en el que ella y Fernando crecieron, algunas fotos se ganaron lugar en la repisa del living. Están sus sobrinas y también hay una imagen del día que logró volver a pararse, cinco meses y tres días después de que los balearan en la ruta.

Al lado suyo, en el gimnasio de rehabilita­ción de la Clínica Fitz Roy de Villa Crespo, Fernando la mira. Los dos sonríen. Los dos interrumpe­n los ejercicios para disfrutar ese momento. “Cuando Fer se despertó del coma y volvimos a vernos los dos nos pusimos a llorar, fue muy emocionant­e, y nos hicimos compañía durante toda la recuperaci­ón, fue fundamenta­l contar con el otro para sentirnos mejor”, dice ella. Fernando, que vive con su novia a sólo dos casas de la de Lucrecia, estuvo en estado reservado luego de la agresión: el escopetazo que le dio Lanatta le lesionó el intestino, el hígado y la vejiga. “Yo estuve peor que ella, pero ella pasó 51 veces por el quirófano y yo sólo 35”, dice él, y se ríen los dos.

Ninguno puede volver a trabajar como policía en la calle: la lesión permanente en el pie se lo impide a Lucrecia, que necesita descansar cada tres cuadras de caminata, y un gabinete psicológic­o determinó que Fernando no vuelva a portar armas. “Quedé muy asustado, me doy cuenta de que desconfío de la gente y es peligroso que esté armado”, cuenta él. Aunque ambos tienen licencia médica aún, sólo podrían cumplir tareas administra­tivas.

Así que mientras esperan que sus tratamient­os médicos terminen, comparten tiempo y también duelos. “Yo me hice policía para estar en la calle, para prestar un servicio ahí”, dice Lucrecia, y Fernando cuenta que quería ser parte del Grupo Halcón. “Ya no va a ser como lo habíamos soñado”, se lamenta él. Vivir a dos casas de distancia acerca a estos amigos, que habían pedido que les otorgaran viviendas contiguas. “Hablamos todos los días, nos preguntamo­s cómo nos va con los médicos, nos visitamos, comemos juntos; estamos muy pendientes del otro, lo que nos pasó generó una amistad que no se puede romper”, cuenta Lucrecia.

Cuando Fernando se incorporó a la Policía en Ranchos quedó en el mismo grupo de trabajo que Lucrecia: “Ya nos llevábamos muy bien porque patrullába­mos juntos”, cuenta ella. La madrugada que los atacaron él tenía 23 años y ella, 33. “Cuando estuvimos internados yo necesitaba verlo porque me decían que estaba bien pero yo necesitaba comprobarl­o, y cuando se despertó, vinieron a decirme ‘Tu amigo quiere verte’ y me puse a llorar”, se conmueve Lucrecia.

Ya no patrullan juntos. Pero, dice ella, él cocina un tuco “diez puntos” y buenos asados. La mamá de Fernando prepara tortas fritas por partida doble: algunas van para la casa de su hijo, otras quedan para Lucrecia, la chica que gritaba “no te vas a morir” esa noche por la que cada uno cobró 120 pesos por las cuatro horas de guardia adicional en el puesto de control vial en el que ahora caminan de la mano y del que quieren irse rápido. Y juntos.

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 ?? ANDRÉS D’ELÍA ?? Después de la pesadilla. Fernando y Lucrecia en el lugar donde sufrieron el ataque de Martín Lanatta. El pasado ha quedado atrás.
ANDRÉS D’ELÍA Después de la pesadilla. Fernando y Lucrecia en el lugar donde sufrieron el ataque de Martín Lanatta. El pasado ha quedado atrás.
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Recuperaci­ón. Fernando y Lucrecia durante la internació­n.

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