Clarín

Instruccio­nes (japonesas) para bajar un cambio

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

“Cada vez que se pierde la atención, se hiere a alguien”, dice Flavia Company en Haru, su última novela, que tiene casi 400 páginas, editada por Catedral y que acaba de llegar al país. Cada vez que se pierde atención se hiere a alguien: la frase nos vuelve, pega, en las calles donde vivimos y que tienen todas el mismo paisaje: la pantalla del teléfono; en autos donde vamos, hablamos, mandamos mensajes, contestamo­s mails. En camas dobles donde ni te enterás cuándo se durmió el de al lado. En trabajos de dedos en el teclado y auriculare­s en los oídos, viva el streaming musical que me separa de todos los vivos que me rodean.

Cada vez que se pierde atención se hiere a alguien. ¿Sí? ¿Quién dice? Porque, en fin, no es ella, no es Flavia Company -Buenos Aires, 1973quien lo dice sino uno de sus personajes, el maestro Sho. Haru transcurre en un ”dojo”, una escuela de budismo zen donde se enseña tiro con arco pero, claro, mucho más que eso, se enseña a vivir. ¿Y quién es alguien para eso?

Company, dijimos, nació en Buenos Aires pero a los diez años se fue -ella dice que “se la llevaron”- a Barcelona. Le dijeron que era por dos años: era mentira. Escribió mucho -unas 12 novelas- y ahora dice que quiere volver. Porque hace falta un pasado, porque “la gente va por ahí y dice: ‘Acá vivió mi abuela, acá trabajó mi tío...’ y porque Buenos Aires le mueve todo.

Pero antes llega con esta novela que nunca sale de Japón. La protagonis­ta, Haru, ha perdido a su madre y la mandaron al dojo, donde pasará años. Se siente -¿como la autora en 1973?expulsada.

“El tiempo pasa de la misma manera para todos los que creen en su existencia, pero sólo los que sufren lo perciben”, le dirá la maestra cuando Haru lleve siete semanas en la escuela y cuente los días para irse. ¿Quién no puede, si cierra los ojos, evocar situacione­s que confirman esta frase?

Va otra: “Nuestro destino no es el que creemos sino más bien lo que se nos cruza en el camino cuando nos desviamos por razones impensadas”. La maestra le da a Haru ¿y a los lectores? inquietud y, a la vez, alivio con esta frase. Tranquilos, el destino es el que es.

Entre las novelas de Company hay una Da-

me placer, que es el monólogo desgarrado de una mujer abandonada. Un sufrimient­o explícito, detallado, con metáforas, extenso. ¿Ha pasado, de una novela a otra, de la desesperac­ión causada por los sentimient­os a un rechazo total en el que todo sentimient­o será reprimido con sabiduría? En un café porteño, Company dice que las emociones se suelen confundir con los sentimient­os. ¿Para pensar estas cosas es que ha situado a sus personajes en Japón? ¿Hacía falta ser oriental para buscar el equilibrio, la austeridad, el centro? ¿Es Oriente -donde se fabrica casi todo porque se trabaja por centavosel lugar de donde viene la calma? Company dice que no, que esto es ficción, literatura, que su Japón es como Macondo, un lugar imaginario. y que si hubiera situado la escuela en la antigua Grecia le hubiéramos creído también.

Días atrás, en un artículo sorprenden­te, el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer habló de la vigencia del yoga y sostuvo que las ideas budistas se oponen a la revelación bíblica. “Occidente ha perdido su identidad cultural, forjada por la sabiduría griega, el derecho romano y el cristianis­mo, con el que entraba también el pensamient­o semítico. Ahora mira, deslumbrad­o y menesteros­o, al Oriente no cristiano”, escribió. Que en la meditación uno se mira el ombligo. “Existe otra manera de sentirse bien. Sin yoga ni mandalas”.

Sin religión ninguna y apuntando a la propia intuición, Company muestra Oriente como metáfora, como la necesidad de bajar un cambio y aprender. Sin sumisión pero con disciplina porque “hay momentos en que la enseñanza te duele y tenés que pasar por esos lugares”. Y ojo con distraerse, que alguien puede salir herido.

“Existe otra manera de sentirse bien. Sin yoga ni mandalas”, escribió el arzobispo de La Plata hace unos días

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