Sepúlveda, experto en sortear dificultades de las serias, avanza en el Tour
La picadura de una abeja es sólo el último problema. Una carrera signada por desafíos afrontados y resueltos.
“Con mucha montaña y a la espera de encontrar buenas sensaciones. Pero es una sensación rara, como si la cabeza quería pero las piernas no. Difícil de explicar porque uno se prepara para intentar hacer buenas cosas pero a veces no salen como las desea. Gracias a todos por los mensajes y a las banderas argentinas al costado de la ruta”, publicó ayer el ciclista argentino Eduardo “Balito” Sepúlveda en su cuenta de Facebook.
También había un video y una foto con un ojo totalmente inflamado. En medio de una de las etapas de montaña del Tour de Francia, el patagónico -nacido en la ciudad de Rawson, en Chubut- sufrió la picadura de una abeja que lo dejó algo maltrecho pero no lo suficiente como para terminar la etapa en el puesto 106 y, al final del día, ascender al 65 en la clasificación general.
Lo describió de una manera sencilla: “Para continuar la mala racha me picó una abeja en la ceja. Tengo una inflamación, pero seguro va a desaparecer”, declaró “Balito”, quien debió ponerse hielo en la zona afectada. Pero no fue el único incidente que lo puso a prueba en esta nueva participación en la emblemática carrera. El do-
mingo sufrió una caída en Col de Berentin, cuando bajaba a 70 kilómetros por hora. Un golpazo que dejó consecuencias: 18 puntos de sutura en un brazo y moretones en las pier
nas y la espalda. De todos modos, también pudo completar aquella novena etapa.
Sepúlveda es el único argentino compitiendo. Sabe “Balito” que no es poco lo que está construyendo después de partir y alejarse del viento y el frío patagónicos cuando todavía era un adolescente que heredó la pasión por el ciclismo de su padre, Eduardo “Balo” Sepúlveda, reconocido y querido en todos los ambientes deportivos de la capital de la provincia.
Sabe de estas cosas a pesar de sus jóvenes 24 años. No todo ha sido fácil para él, aun en las competencias. El año pasado, y mientras disputaba La Drome Classic -también en Francia- y a sólo 200 metros de la meta, un insólito accidente lo dejó con heridas de las que cualquier mortal parece destinado a no reponerse: fractura múltiple del radio, fractura del escafoides, dos piezas dentales rotas, el labio superior partido, heridas en el rostro. Fue operado en Lyon y tuvo que esperar tres meses para intentar volver a las pistas.
“Balito” transitaba tranquilo los últimos metros de carrera cuando un golpe de viento hizo volar una de las vallas del costado de la ruta, que impactó de lleno en este especialista en escalar montañas.
Se repuso y volvió. Con la fuerza de su pasado al sur del planeta, cuando tenía que juntar peso por peso para poder competir. Sigue siendo el mismo aun en estas dificultades que tal vez lo hagan regresar un ratito al pasado y recordar otro accidente, el más duro de su historia.
Fue en octubre de 2007, cuando regresaba en auto junto a su padre y en una recta de la desolada ruta 251, a la salida de una curva entre General Conesa y Río Colorado, el coche se despistó y volcó. “Balito” volvía consagrado campeón argentino infanto-juvenil tras una carrera disputada en Bragado. Su padre murió en el accidente. En su memoria, “Balito” siguió sobre una bicicleta intentando hacerle realidad los sueños a ese hombre que tanto luchó para que hoy, pese a las caídas, las vallas, los vientos y las abejas, surja entre los nombres indestructibles del ciclismo del mundo.
Vivo en Andorra diez meses al año. Mi vida se adapta al deporte: las comidas, los viajes con el equipo, las concentraciones”. El Tour de Francia es un sueño. Se puede comparar con la Champions League. Es una carrera que se disfruta y se sufre”.