PASIONES ARGENTINAS

La lección de los gimnastas del geriátrico

Tomados de las rejas del geriátrico hacen flexiones de piernas. Ejercitan del lado de afuera. Sobre la vereda. Deben andar por los 80. El y ella. Ella y él. Los brazos extendidos. La columna recta. La cola hacia afuera y hacia atrás. La postura correcta para no dañar las lumbares. A los gimnastas del geriátrico les salen perfectas las sentadillas. Parece no importarles la edad. Mucho menos la ola polar en un domingo gris. Tampoco las miradas de los poquísimos vecinos. Los árboles vacíos. El mediodía desierto. Y ellos en una danza particular. Suben y bajan. Bajan y suben. Sincronizados. Elegantes. Divinos.

Estuve tentada de frenar el auto. Detenerme unos segundos a escondidas para observarlos mejor. Capturar con el teléfono la escena. ¿Para las redes? ¿Para mí? ¿Para qué? Esa mañana helada, había hecho un esfuerzo para poner un pie fuera de la cama. Estaba contenta con mis diez cuadras -¡en auto!- para ir a comprar unos canelones y una torta de maracuyá. Volvía para devorar sin culpa el almuer- zo cuando me topé con la escena. Ahora me preocupa que todavía debo los abdominales y los dorsales de ayer y los de hoy, y seguramente los de mañana. ¿Les dolerá algo a los gimnastas del geriátrico? ¿Tomarán antioxidantes? ¿Se quejarán? Ella, suéter rojo. El, buzo azul. Pantalones de vestir claros y zapatillas blancas. Colgados de la reja como de la barra del mejor salón de baile. ¿Serán amigos? ¿Pareja? ¿Amantes? ¿Recibirán visitas hoy?

Los pelos plateados al viento. Ajenos a todo. Concentrados. Sonrientes. Llegué a casa. Suspendí los canelones. Arriba uno, arriba dos, arriba tres. Arrancaron los abdominales.