Clarín

El cambio mágico

- Jorge Lanata

Cuando un político miente, es reaccionar­io.Poco importa que mienta para uno u otro partido: es reaccionar­io porque su mentira clausura la posibilida­d de la esperanza del otro. Lo mismo sucede cuando nos proponen,a sabiendas,cosas que jamás van a ocurrir. Es tonto tener melancolía de algo que nunca va a suceder. Pretendemo­s cambiar la Argentina hace décadas, pero no hemos hecho demasiado para lograrlo. Y en todo caso, ¿en cuánto tiempo?. Nos gusta, en el fondo, que nos mientan: salariazo, país en

serio, hambre cero. Nos encanta. Votamos a Hamelin encantados y a los pocos meses, le estamos reclamando: ¿Cómo no pudieron arreglar el hambre en un año? ¿Qué pasa que no se modificó el sistema de justicia en nueve meses? ¿No son capaces de volver honesta a la policía en veinte días?. O quizás sea peor: apoyamos imposibles porque, en el fondo, no queremos que nada cambie. Mucha gente gana mucho dinero con las cosas quietas.

Esta semana Nadin Argañaraz, titular del Instituto Argentino de Analisis Fiscal, contó que pasaría con la baja de impuestos. La pregunta respondía a una expectativ­a muy difundida: “Si el gobierno gana las elecciones, habrá una baja de impuestos para que la eco-

Votamos a Hamelin, encantados. Y a los pocos meses, ya la estamos reclamando. La idea de cambio y la idea de trabajo para lograrlo están escindidas.

nomía despegue”.

Argañaraz hizo números: ”Si la Argentina creciera 2% anual acumulativ­o en trece años cumpliendo con las pautas del déficit y generando un pequeño superávit del 2% que permitiera pagar los servicios de la deuda, en trece años no habríamos bajado nada la presión tributaria. Si creciera el 4%, la presión tributaria podría empezar a bajar en 2023. Si el país creciera 6%, bajaría ocho puntos recién en 2030”

Si el gobierno gana en octubre, en noviembre todos reclamarem­os por la baja de impuestos. Y lo haremos con razón, porque la presión impositiva es delirante. Con razón, pero en vano.

La falsa expectativ­a generada por el político y promovida por el público termina erosionand­o el poder de turno: no pudo hacer lo que nadie podría.

Cuando el poder cambia de manos lo que cambia es la expectativ­a. Pero la realidad sigue estancada: a poco de que el buen humor social levanta los números, la realidad se empantana. Es que, simplement­e, nadie podría hacerlo. La idea de cambio y la idea de trabajo para lograrlo están escindidas: vivimos pensando que los cambios se producen solos o, en todo caso, los hace otro mientras dormimos. Pensamos que aumentar el gasto y bajar la deuda o los impuestos puede ser posible. Y que los cambios son mágicos y rápidos. Es una lástima, pero no. Me encantaria mentirles (básicament­e porque sé que les gusta),

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