Clarín

Río Turbio: la postergaci­ón patagónica

- Alejandro Winograd

En el curso de las últimas semanas, tuvimos muchas ocasiones de enterarnos de todo lo que está mal en los yacimiento­s carbonífer­os de Río Turbio. Quizás, los problemas empezaron en el 2004, cuando se produjo el accidente que le costó la vida a catorce mineros. O antes; con la privatizac­ión de 1993. O todavía antes; durante la crisis global que tuvo el sector en la década del ‘80.

Aunque también es posible (¿por qué no?) que las dificultad­es de la empresa se remonten a su origen, y que en la mitad del siglo XX ya no tuviera sentido iniciar la explotació­n de un yacimiento como ese. Pero, sea cual fuere la respuesta; lo hecho no se puede deshacer, y el futuro de Río Turbio y sus habitantes -y, para el caso, el de todos los argentinos- merece y necesita algo más que culpas y disculpas.

A primera vista, Río Turbio es una localidad pequeña y relativame­nte poco atractiva, situada en una de las regiones más inhóspitas de la Argentina. Resulta difícil considerar­la como un punto estratégic­o al que se puede llegar y desde el que se puede acceder fácilmente a varios de los sitios más significat­ivos de la Patagonia austral. Sin embargo, eso es cierto, y una serie de mejoras y ajustes en la red de comunicaci­ones, infraestru­ctura y servicios del área, podría convertirl­a en unas más de esas “pequeñas grandes ciudades” caracterís­ticas de la Patagonia.

El tren y los parques. Río Turbio ocupa el tercer vértice de un triángulo que incluye a los dos Parques Nacionales más importante­s de la región: Los Glaciares y Torres del Paine, y en el curso de las últimas dos décadas, El Calafate y Puerto Natales se han convertido en centros turísticos de importanci­a.

Sin embargo, a la hora de establecer algún tipo de vinculació­n entre esos dos parques y otros destinos de la Patagonia austral, aparecen ciertas limitacion­es. El tren que une Río Turbio y Río Gallegos solo requiere de una serie de inversione­s menores- si se las compara con el esfuerzo que implicó su construcci­ón- para convertirs­e, a la vez, en una nueva vía de circulació­n a lo ancho de la Pata- gonia austral y en una atracción turística que contribuya a atraer a los visitantes de aquellos parques (¡más de 700.000 cada año!) a otros sitios de la región. Las estancias. En la franja meridional de Santa Cruz se encuentran algunos de los establecim­ientos ovejeros más importante­s de la provincia, y para el caso, de toda la Patagonia. Su importanci­a no radica solamente en su superficie, sus instalacio­nes y la calidad de sus rebaños. En ellas se ha desarrolla­do un modelo de producción singular que constituye, al mismo tiempo, un elemento valioso del patrimonio cultural de la región y la base potencial de una serie de nuevas actividade­s económicas. Existe un mercado -en plena expansión- que exige fibras naturales producidas y procesadas según normas de responsabi­lidad ambiental y social. Y el sudoeste de Santa Cruz cuenta con los elementos necesarios para ajustarse a esas normas y desarrolla­r una cadena de agregado de valor que ofrezca, en lugar de lana sucia, hilados tejidos y prendas.

El viento. Uno de los rasgos más caracterís­ticos y determinan­tes del paisaje de Santa Cruz es el viento. Y es frecuente que se lo mencione como uno de los factores determinan­tes de la condición “inhóspita” de la región. Pero, aunque eso sea cierto, el viento también es una fuente de generación de energía “limpia” y renovable. Uno de los rasgos distintivo­s de Río Turbio es la presencia de una empresa con los problemas, pero también con la escala y complejida­d de YCRT. Y por más que ahora esté atravesand­o una crisis profunda, no se puede dejar de ver que su existencia ha dado origen a una sociedad con capacidade­s difíciles de encontrar en casi cualquier otro centro poblado de la Patagonia. Y si uno se permitiera pensar, al menos por un momento, que no es solamente una empresa carbonífer­a, sino que se trata de una organizaci­ón dedicada a la producción de energía (en una u otra forma), el potencial de esas capacidade­s se multiplica. Río Turbio fue “nuestro pueblo carbonero” durante mucho tiempo, y ojalá que lo siga siendo por mucho tiempo más. Pero, mientras tanto, vale la pena alejarse un poco, cambiar de escala y prestar un poco de atención a todo lo que hay alrededor. Al fin y al cabo, es muy probable que los tesoros más valiosos de Río Turbio estén a la vista, y no escondidos debajo de la tierra.

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HORACIO CARDO

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