Clarín

Carlos Leeb: “Tuve que amenazar con una huelga de hambre para que me dejaran salir de Irán”

El Gato trabaja hoy en Bolivia, a más de 4.000 metros de altura, pero tiene una experienci­a más extrema: haber dirigido al Shahrdari Bandar de la liga iraní. Amenazas, el pasaporte retenido y la violencia como parte de lo cotidiano.

- Mariano Verrina mverrina@clarin.com

-Decile que no me puede preguntar eso, que es una pelotudez. -No, Carlos. No puedo decirle eso. - ¡Foad, decíselo! Cómo me va a preguntar eso, lo voy a matar. - Pero no, Carlos, no puedo, se van ofender.

Foad está en el medio. Es el traductor que sigue al Gato Leeb por todo Irán. Y el filtro entre lo que los dirigentes preguntan y el entrenador responde. Foad otra vez está incómodo. Trata de calmar al Gato mientras el presidente del Shahrdari Bandar y sus ayudantes esperan una respuesta que nunca llegará.

“Después de cada entrenamie­nto venían los dirigentes y querían saber qué habíamos hecho. Pero esa vez me hicieron calentar. Fue el día posterior a un partido que habíamos ganado 4-3 después de ir perdiendo 3-1 y los tipos venían a cuestionar­me por qué nos habían hecho tres goles. Lo habíamos dado vuelta y me rompían las bolas por los goles, ¿entendés? Me los quería comer. Para colmo el traductor no se animaba a encararlos. Me miraba con cara de asustado. Y yo que no sabía cómo decirle las cosas al presidente... Así era todos los días”.

Carlos Fabián Leeb sale de su casa, va hasta la esquina y se toma el colectivo “A”, paga un boliviano con cincuenta centavos y recorre las 12 cuadras que lo separan del predio del Club Atlético Nacional Potosí. A la vuelta, el camino

inverso lo hace caminando. La explicació­n es simple. “Para volver, la calle está en bajada. Te lleva el envión. Pero a la ida es imposible, te agitás mucho. Tenés que parar cada 30 metros, tomar unos mates y después seguir”.

Vive a 4.090 metros sobre el nivel del mar y dirige en la cancha con más altitud del mundo. Allí recibió a Estudiante­s por la ida de la segunda fase de la Copa Sudamerica­na. Todavía está con bronca por las oportunida­des de gol perdidas antes del 0-1 final. Siente que también era una buena oportunida­d para él. Para mostrar su trabajo. Para mostrarse. Es que cada vez más lejos le queda en el retrovisor su salida de Banfield en 2006. De ahí en más, salvo por un corto paso por Chacarita (2013/2014), todo fue como la calle, cuesta arriba. Guaraní-Universita­rio de Sucre-Shahrdari Bandar-Nacional Potosí-Ayacucho Fútbol Club-Sport Boys- Ayacucho Fútbol Club-Nacional Potosí.

-¿Cómo es vivir en Bolivia a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar?

-Con frío. Mi mejor amiga es la estufa. Me compré una eléctrica que llevo a todos lados. Voy por los bares buscando enchufes. “¿Para cargar el celular?”, me preguntan. No, para la estufa.

-¿Hay mucha diferencia entre el futbolista boliviano y el argentino?

-Sí. En Bolivia no hay Inferiores y eso se nota. Los jugadores no tienen la base que necesitan. Acá ves a un chico de 18, 20 años y no sabés que es futbolista, no te das cuenta.

Potosí es una ciudad colonial de calles angostas y andar manso. Amanece con temperatur­as bajo cero, después del mediodía el termómetro puede llegar hasta los 20 grados y luego vuelve a marcar el brusco descenso al anochecer. Toda la economía se resume a una industria: la minería. De la misma forma, todo lo que pasa en Nacional Potosí pasa por las manos de Wilfredo Cóndori, el presidente. “El día que Wilfredo no tenga más ganas de estar acá el club desaparece”, admite el Gato.

Leeb tuvo 48 horas para analizar la propuesta más extraña que jamás hubiera imaginado. Y la aceptó. Se fue a dirigir a Irán, en 2010. Una aventura que ahora recuerda con una sonrisa.

Su equipo se concentrab­a en hoteles cinco estrellas pero él no podía comer la misma comida que los futbolista­s. Foad, el traductor, le explicaba que el cuerpo técnico estaba a otro nivel y que podía elegir entre la variedad de menúes que ofrecía la carta.

En un cuadernito que usaba en cada entrenamie­nto se armó un listado de palabras en persa. En la columna de la izquierda ponía cosas como: “presionar”, “buenos, días”, “quiten la pelota”, “gracias”, “dar la vuelta rápido”, “muy bien”, “buenas tardes”. Y al costado de cada una su traducción fonética. Salía a caminar y se sentaba a tomar mates en el Golfo Pérsico. Por allí veía pasar a mujeres con el rostro tapado. Dirigía a musulmanes ortodoxos que detenían la práctica para rezar a la hora señalada.

Pero había algo que no dejaba de sorprender­lo. A unas pocas cuadras de donde el Gato vivía, en una plaza como cualquiera, el pueblo se juntaba a ver cómo ejercían la pena de muerte con alguien que había cometido un delito. O cómo le cortaban los dedos a un hombre que había robado. O cómo torturaban a una mujer que le había sido infiel a su marido. “La enterraban ahí nomás. Y la gente se iba acercando para tirarle piedras”.

La religión, obviamente, tuvo varios capítulos en esta historia. El climax ocurrió el día que el Gato tuvo que plantarse ante un dirigente que le estiró el cuello de su remera para ver si seguía teniendo el obsequio que le habían dado. “Yo soy católico y usaba mi rosario. Un día, el hermano del alcalde, que era un musulmán extremista, me regaló uno de los rosarios que usan ellos (tasbih) y me lo puso. Desde ahí, todos los días me bajaba el cuello de la remera a ver si lo tenía puesto. Hasta que lo paré, le dije que no podía hacerme eso y me saqué el rosario”.

-Se hacía difícil pensar en lo deportivo.

-Es que con los jugadores estaba todo bien. Con la gente también, me trataban bárbaro. El problema era con los dirigentes. No me pagaron nunca. Para colmo, el día que llegué me pidieron el pasaporte y no me lo devolviero­n más. Según ellos era para que no me escapara, pero después se complicó.

-¿Qué pasó?

-Se los pedía y no me lo daban. Yo me quería ir porque la temporada terminaba y no me habían pagado nada. Pero no tenía manera, se habían quedado con mi pasaporte. Eso no es todo, también tenían la llave de mi casa.

-¿Entraron a tu casa?

-Nunca los encontré pero varias veces me di cuenta de que faltaban cosas. Me robaron pendrives y entraban a la computador­a a ver qué tenía. Me perseguían, de eso estoy seguro. Era como una cárcel.

-¿Y cómo lograste salir?

-Llegó un límite en que el que tuve que amenazar con hacer una huelga de hambre. Y estaba dispuesto, eh. Agarré al traductor, lo llevé a hablar con el presidente y le hice decir eso. Estábamos en una sala de reuniones. Se pusieron blancos. Les cambió la cara.

-¿No tuviste miedo?

-Es que no me quedaba otra. Foad les explicaba que la cosa iba en serio, que yo iba a hacer la huelga de hambre, que la empezaba al día siguiente, que no me importaba nada. Al día siguiente vinieron y me entregaron el pasaporte. Me dieron 24 horas para salir del país.

 ??  ?? Exótico. Carlos Leeb, hoy de 49 años, pasea en camello por tierras iraníes, vestido para dirigir un entrenamie­nto de su equipo. Una de las particular­idades de una vida extraña.
Exótico. Carlos Leeb, hoy de 49 años, pasea en camello por tierras iraníes, vestido para dirigir un entrenamie­nto de su equipo. Una de las particular­idades de una vida extraña.
 ??  ?? Pasado. Con la camiseta de Banfield, donde también es querido. Surgió de Independie­nte.
Pasado. Con la camiseta de Banfield, donde también es querido. Surgió de Independie­nte.
 ??  ?? La actualidad. Leeb, en estos días, dirigiendo un entrenamie­nto de Nacional de Potosí.
La actualidad. Leeb, en estos días, dirigiendo un entrenamie­nto de Nacional de Potosí.
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Arraigo. El técnico con sus colaborado­res y una bandera de Chacarita, donde es ídolo.

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