Los diálogos con Lola, mi adorada perra
El otro día, en una de mis habituales charlas con Lola, mi perra Beagle, le decía que había lectores, perrita, que no creen posible nuestros diálogos; bueno, vos hablás con gestos y con los ojos, que son más elocuentes que muchos de los discursos de campaña que se avecinan. Campaña electoral, perrita, ya te explicaré. Uno de esos lectores, Lola, me decía que era tonto que yo hablara con vos, y que los perros son focos de infección. ¡Pero habráse visto semejante desfachatez! Está muy bien que gruñas, pero no te malhumores.
La gente ha perdido capacidad de abstracción, Lola. Imagina menos, mirá qué pena. ¿Cómo explicarte qué es la abstracción? El hueso que pensás sin tenerlo delante, para simplificar. La abstracción es una gran pasión humana, perrita. Y perruna, a juzgar por cómo movés la cola. En buena medida, la abstracción ha hecho avanzar al mundo. Sin ella, ni los viajes al espacio, ni los trasplantes hubiesen sido posibles. Ni el humor. Ni gran parte del arte. De hecho, hay un arte abstracto, Lola, del que no sos muy admiradora. Lo tuyo es el impresionismo.
Te diría, perrita, que hay gente que niega la abstracción. Eso no habla bien de los humanos. Quien niega la abstracción, es porque tiene la facultad de abstraerse: un privilegiado; y sin embargo, rechaza ese privilegio y lo hace público. Casi una exhibición orgullosa de su ignorancia. Algunos llegan a ser candidatos, no creas, o a ocupar importantes cargos públicos, perrita. En un mundo con un acceso cada vez mayor a la cultura, los rústicos y obtusos, para ser piadosos, se empeñan en atrasar el reloj. Eso, ladrá nomás, lo tienen merecido.