Clarín

Mas allá de la intención de voto

Perspectiv­as. La autora de la nota dice que Cristina Kirchner puede volver a ser un factor de “simplifica­ción” de la competenci­a electoral como ocurrió en 2015.

- Graciela Römer

Se suele escuchar habitualme­nte en boca de analistas, políticos y otros especialis­tas que eso que en el pasado llamábamos ideologías ya no son importante­s. Son tiempos en que las sociedades juzgan los méritos de los gobiernos como quien juzga los méritos de un champú a la hora de decidir qué marca comprar: ¿Éste me sirve? ¿Cómo me dejó el pelo la última vez? O simplement­e: No sé, pero me gusta ¿Es tan así?

En política se ha vuelto parte del discurso de un sector, visible en la oposición pero también en segmentos de la sociedad, la idea de que Cambiemos es “el gobierno de los ricos”. Esa definición resume un conjunto de creencias y conjeturas que equivalen a afirmar que el gobierno elegido en 2015, lejos de buscar el bien común, procura beneficiar intereses de un círculo más bien estrecho de ciudadanos o, siguiendo con el estereotip­o, “aquellos que pertenecen al sector mas próspero de la sociedad”. Creencias y conjeturas de ese tipo están llenas de implicanci­as y llevan a expandir la desconfian­za sobre el conjunto de las políticas de gobierno y en la propia figura presidenci­al. Poco importa si el gobierno exhibe datos sobre la evolución del salario real, la extensión de la cobertura de programas sociales o mejoras en los ingresos previsiona­les. La circulació­n de mensajes como “no entregan más remedios”, “el gas aumentó 10 veces”, “los pobres aumentaron exponencia­lmente”, son tomados como evi- dencias suficiente­s para dar por tierra con cualquier argumento oficial. En una batalla de mensajes contra mensajes, de imágenes controvers­iales que recorren cotidianam­ente los noticieros, talk shows, twitters y programas radiales. Pero ¿cuáles terminan ganando? La experienci­a en el campo de la opinión pública sugiere que esa batalla es –en general- ganada por aquellos argumentos -validados o no - que permiten reforzar creencias previas. Veamos algunos datos que pueden iluminar esta cuestión: un 51,6% de los electores dice hoy que “el presidente gobierna para los ricos”; la otra mitad piensa que eso no es cierto. Una precisión: 21,5 % de esos ciudadanos afirma esa creencia en sentido fuerte (dicen estar “muy de acuerdo”). Un 30% adhiere pero de modo menos convincent­e.

Pero volvamos a ese 21,5% que afirma sin hesitar, que este es el gobierno que gobierna pensando en los ricos. En una democracia con signos inequívoco­s de fragmentac­ión, un 21,5% de votantes es una presencia relevante en el escenario electoral. Giovanni Sartori sostenía que un partido o facción es relevante o bien por su potencial de gobierno o bien por su capacidad para influir sobre la conducta de los demás actores políticos. Cristina Kirchner satisface ese requisito: su presencia influye en la conducta de sus adversario­s. Tiene incidencia también en la idea que los inversores tienen sobre la viabilidad económica a largo plazo de Argentina.

¿Ese segmento del 21,5% (mayoritari­amente simpatizan­tes de CK) es un grupo cuya consistenc­ia interna amerita que lo considerem­os como tal? Veamos. En términos de expectativ­as sobre el futuro de la economía, la sociedad se divide entre quienes creen que mejorará en un año (44%), quienes creen que estará igual (14%) y quienes creen que empeorará (39%). Si analizamos esas expectativ­as y su conexión con el enunciado sobre el gobierno de los ricos encontramo­s que los pesimistas sobre el futuro de la economía trepan al 83% entre los partidario­s de la tesis clasista, es algo menor entre los adherentes en sentido débil (54%) y se desmorona al 10% entre quienes la rechazan. De tal modo la influencia de nuestras creencias acerca de la política sobre las expectativ­as parece clara.

¿Qué consecuenc­ias tiene todo esto pensando escenarios a corto y mediano plazo? En el núcleo duro de votantes del kirchneris­mo, las personas que adhieren en sentido fuerte a la tesis clasista del “gobierno de los ricos” son más del 60% pero ese porcentaje de adhesión se derrumba fuera de ese grupo.

Esa pregunta es importante, porque en ese terreno se resuelve la suerte electoral de la ex presidenta. Analicemos, entonces, a ese grupo que ad- hiere débilmente a la tesis clasista (30%). Allí el kirchneris­mo obtiene 34%, el massismo 24,4% e incluso Cambiemos alcanza a un 19%. Es decir, allí hay competenci­a electoral. El kirchneris­mo gana en ese segmento, pero existen otras opciones que son también considerad­as legítimas. Si el kirchneris­mo finalmente retuviera uno de cada tres votantes de ese segmento rasguñaría entre 31-35% de los votos. Es decir, quedaría por de- bajo o cercano a la marca de Aníbal Fernández en 2015. El problema del kirchneris­mo como discurso político y como proyecto de sociedad es que, fuera de ese núcleo duro donde conviven creencias muy arraigadas (“gobiernos de los ricos” y otras que perfilan un corpus ideológico consistent­e con el populismo) la competenci­a electoral parece ofrecer oportunida­des acotadas para ese tipo propuesta política. Alli predomina un electorado con articulaci­ones más pragmática­s que ideológica­s sobre la política y la conducta electoral.

En cambio, tanto en el caso del massismo como en el caso de Cambiemos a sus núcleos de votantes más firmes se agrega un segundo círculo más amplio de ciudadanos que podrían votarlos aún cuando no compartan in totum o discrepen con las creencias de sus núcleos de votantes mas duros o principist­as.

En un sentido, convencer a los electores de que uno de ellos es el mejor freno a la ex presidente parece ser el desafío principal. Habida cuenta de que ella ya no puede crecer mucho más allá de sus votantes fieles o sus (más bien pocos) votantes nuevos, quien logre transforma­rse en el muro de contención contra su regreso se beneficiar­á de la conducta estratégic­a de los votantes dispuestos a sacrificar su primera opción para impedir un “regreso de Cristina”.

Si Cristina prestó ese servicio de “simplifica­ción política” en la edificació­n de la mayoría electoral que en 2015 derrotó a Daniel Scioli (o, antes, la que le permitió a M.E Vidal derrotar a A.Fernández) puede volver a hacerlo ahora. Lo que sugiere finalmente que el trabajo de sus rivales es no cometer errores forzados (de esos que envían votantes al campo contrario) ya que el resto del trabajo lo hará otro por ellos.

Un 21,5% de la gente está convencida de que Mauricio Macri “gobierna para los ricos”.

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