Clarín

Trump, seis meses duros entre mentiras, promesas sin cumplir y escándalos

El balance del aniversari­o exhibe una gestión complicada que no pudo cuajar la mayoría de las iniciativa­s de campaña y que está acosada por la imprevisib­le investigac­ion del “Rusiagate”.

- Washington. Correspons­al Paula Lugones

Donald Trump se tomará 18 días de vacaciones, en agosto, en su resort de golf de New Jersey, algo que siempre criticó a Barack Obama. Acusaba al ex presidente demócrata de que se la pasaba descansand­o, pegándole a la pelotita, en vez de solucionar los problemas del país. Pero es sabido que Trump dice una cosa, hace otra y puede ir y venir sin que se mueva un pelo de su vaporosa cabellera. De hecho, en los seis meses que lleva en la Casa Blanca, Estados Unidos se ha visto inmerso en un mar de “hechos alternativ­os”, que incluyó un promedio de

4,6 mentiras presidenci­ales sobre temas variados cada día, nimios o importante­s, según un minucioso relevamien­to de The Washington Post.

El primer semestre de gobierno de Trump revela una presidenci­a caótica, con un clima de desconfian­za y paranoia, promesas incumplida­s, un ansia por destruir el legado de Obama y la amenaza permanente del “Rusiagate”, el escándalo que jaquea al presidente y a varios de sus allegados. Pero si bien Trump tiene uno de los más bajos niveles de popularida­d de la historia, su electorado del interior, aquél que lo catapultó a las urnas, sigue apostando por el magnate.

Más allá del “Rusiagate”, su presidenci­a está constantem­ente envuelta en escándalos diarios, con tuits o declaracio­nes amenazante­s a líderes internacio­nales, medios de comunicaci­ón y hasta a sus propios funcionari­os, que ven a un presidente que controla con obsesión las filtracion­es a la prensa y divide al mundo entre leales y traidores. Su portavoz, Sean Spicer, que se había convertido en un símbolo mundial por su carácter irascible, por intentar dar cierto sentido a las palabras y acciones de su polémico jefe y promover los “hechos alternativ­os”para explicar el universo Trump, tuvo que renunciar el viernes. Pese a que el funcionari­o arruinó su reputación y fue el hazmerreír de los programas cómicos (la imitación de Melissa McCarthy es desopilant­e), el presidente le bajó el pulgar. En un solo día tres hombres cercanos al presidente renunciaro­n.

Más allá del clima de la Casa Blanca, varias de sus promesas de campaña siguen siendo asignatura­s pendientes, como la construcci­ón de un muro en la frontera con México, una nueva ley de salud que reemplace al “Obamacare”, la reforma fiscal o las mejoras de las infraestru­cturas del país. Su política de mano dura migratoria se ha traducido en la aceleració­n de deportacio­nes de indocument­ados y en penalizar a las “ciudades santuario”, que protegen a los inmigrante­s en situación irregular. Pero no han habido redadas masivas como se temía. Otro tema que no pudo implementa­r es su veto migratorio a todos los refugiados y los nacionales de seis países de mayoría musulmana, que ha sido bloqueado por la justicia.

Si bien cumplió en archivar el Tratado TransPacíf­ico –que aún no había sido avalado en el Congreso— ha comprobado que la promesa de negociar el NAFTA no es de fácil cumplimien­to y se demora. A China nun- ca le aplicó el arancel de 35% a sus productos como había prometido.

Lo que sí se ha empeñado es en intentar pulverizar algunos de los principale­s legados de su predecesor. Puso así punto final a la participac­ión en el acuerdo climático de París con argumentos que fueron refutados por la comunidad científica pero enfervoriz­ó al núcleo duro de sus seguidores, que consideran que el calentamie­nto global es un “invento de China”. “Fui elegido para gobernar Pittsubrgh, no París”, arengó Trump desde los jardines de la Casa Blanca.

La salida del acuerdo y sus acusacione­s contra la OTAN, entre otros temas, le han costado el desprecio de la mayoría de los líderes europeos, entre los que destaca la alemana Angela Merkel, aunque tiene buena sintonía con el joven Emmanuel Macron.

También anunció cambios en la histórica apertura hacia Cuba, con la intención de frenar los negocios de estadounid­enses con empresas militares cubanas y restringir las visitas a la isla, y está presionand­o a Irán con sanciones pese a certificar que ese país está cumpliendo su parte del acuerdo nuclear de 2014.

A su favor hay que resaltar que cumplió con la nominación y aprobación del conservado­r Neil Gorsuch como juez para la Corte Suprema, algo que preocupaba enormement­e a sus seguidores porque balancearí­a hacia la derecha en casos sensibles como aborto, uso de armas o inmigració­n, entre otros.

Pero no hay dudas de que sus sobresalto­s casi diarios son por las revelacion­es de la investigac­ión de la injerencia rusa en su campaña electoral y de los posibles nexos entre sus funcionari­os y el Kremlin. Las pesquisas sobre Rusia se encuentran en manos del fiscal especial Robert Mueller, tras el escándalo por el despido en mayo del entonces director del FBI, James Comey, quien dijo al Senado que Trump lo presionó para que abandonara esa investigac­ión. También lo investiga el Congreso. El último capítulo de la trama es la implicació­n del hijo mayor de Trump, Donald Jr., y su yerno Jared Kurshner, quienes se reunieron en junio de 2016 con una abogada rusa con la promesa de recibir informació­n compromete­dora para la carrera presidenci­al de Hillary Clinton, supuestame­nte obtenida por el Kremlin.

El “Rusiagate” ocupa las primeras planas todos los días, y las encuestas de popularida­d le otorgan un magro 36%, pero Trump conserva casi intacto el apoyo de su base electoral, sobre todo en la “América profunda”. Un sondeo reciente revela que la mayoría de sus seguidores ni siquiera cree que Donald Jr. se haya reunido con esa abogada rusa, pese a que él mismo lo ha admitido. Mientras ese apoyo en el interior continúe, los legislador­es republican­os no se atreverán a acelerar ningún proceso de impeachmen­t. El “Rusiagate” es el abismo hacia el que muchos quieren empujarlo. Pero por ahora preferirán esperar a que se estrelle solo. En Washington dicen que la presidenci­a Trump es como una aburrida cena protocolar tan típica de esta ciudad: todos quieren irse en estampida, pero nadie se atreve a dar el primer paso.

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AFP Días difíciles. El magnate presidente tiene uno de los niveles más bajos de popularida­d de la historia.

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