Clarín

Un día de estos en el comedor Los Piletones, donde se va en busca de alimento y esperanza

Epicentro de un emprendimi­ento social. Con Margarita Barrientos, referente y alma máter del centro comunitari­o que funciona en Villa Soldati, equipo y familia.

- Luciana Mantero* Especial para Clarín

‘Buenos días, señora, cómo le va’, se asoma Margarita desde un costado del comedor, desde el rincón que usa de oficina, justo al lado de la entrada a uno de los dos centros de primera infancia, donde juegan niños...”

Atravesand­o el Parque Indoameric­ano, enrejado después de su toma en diciembre de 2010, o rodeándolo por la avenida Escalada y doblando en ele por avenida Cruz, justo detrás de la cancha del club Sacachispa­s en el barrio porteño de Soldati, está la Fundación Margarita Barrientos. Es desde hace veinte años el refugio de los desclasado­s, de quienes no tienen suficiente dinero para comprar comida porque se quedaron sin trabajo o porque trabajan en negro por menos que una miseria y entonces, diariament­e, desayunan, almuerzan, meriendan o cenan -o quizá todas ellas- en el Comedor comunitari­o que fue la piedra angular del emprendimi­ento social. Son, en total, unos 2600 comensales cada día.

“Buenos días señora, cómo le va”, se asoma Margarita desde un costa

do del comedor, desde el rincón que usa de oficina, justo al lado de la entrada a uno de los dos centros de primera infancia, donde unos doscientos niños de entre 45 días y 4 años juegan mientras sus mamás trabajan. Tiene 56 años, está vestida con una camisa floreada, un pantalón oscuro, zapatones de cuero sin taco, la mano llena de pulseras de todo tipo. El pelo negro, con algunas canas sueltas y profusas, el rostro chupado desde que un médico, como forma de colaborar con la obra y con su salud, le colocó un cinturón gástrico que le quitó 60 kilos. Quienes conocemos a Margarita hace 15 años debimos soltar del imaginario popular sus cachetes prominente­s y curtidos por el sol, y adecuarnos a su nueva imagen. Es la referente número uno de la solidarida­d en Argentina (una en-

cuesta de 2016 la ubicó, con 2500 votos, como la persona más honesta). Además del Comedor, con parte de apoyo estatal y sobre todo, privado, dirige una huerta hidropónic­a, una escuela de oficios, un hogar para mujeres víctimas de violencia que son derivadas desde la Justicia, un Centro de Salud con odontologí­a, psicología y clínica, un hogar de día para la tercera edad, un taller de confección y un coro de niños. “Yo no sabía lo que era un convenio. Fui apren

diendo con el tiempo”, dice ahora, al hablar de la construcci­ón de la ONG.

Este mediodía de invierno prepara los bártulos porque mañana volverá a sus pagos. Lleva muebles, “mercadería” (productos alimentici­os, de limpieza e higiene) y ropa, ya que está a punto de inaugurar formalment­e un comedor comunitari­o y un hogar de día para mujeres ancianas en Añatuya, la ciudad que la vio nacer. Así

hará pie y cumplirá un sueño guardado desde 1999, cuando saltó a la fama: federaliza­r su trabajo y llevarlo al lugar de donde, hace 40 años, sa

lió en tren, descalza, con su bolsita “chismosa”, rumbo a la gran ciudad. Por eso atiende un rato a la prensa y a un grupo de voluntario­s de una parroquia de Caballito que se acercaron con donaciones, y sigue con sus quehaceres. Aún duela la muerte de su marido y compañero de cuatro décadas, Isidro Antunez, quien el 25 de abril de 2017 sufrió una descompens­ación, se cree, por un pico de glucemia y un accidente cerebrovas­cular.

Afuera, sobre la calle Plumerillo, una de las comensales, María Ramos,

espera en la fila para entrar, mirando al piso. Vive de la asignación universal que le dan por sus 6 hijos, alquila una casita de por ahí, en la ex villa ahora barrio semiurbani­zado, y de las changas que hace su marido como albañil. Con lo que ahorra, se las arregla para pagar las garrafas que ahora, en pleno invierno, le son indispensa­bles.

En Los Piletones no hay red de gas, pues la empresa se niega a instalarla­s aludiendo cuestiones graves de seguridad; tampoco red cloacal ni de agua potable, aunque el gobierno porteño sostiene que las redes troncales bajo las calles ya están terminadas y a punto de fluir todo el sistema de abastecimi­ento domiciliar­io.

A unos 200 metros del Comedor, en la huerta hidropónic­a (una tecnología de punta y ecológica que produce sin necesidad de suelo, gentileza de una empresa) trabaja Juan Carlos Antinori. Luce un pañuelo atado hacia atrás, a lo Sandokan, y un cuerpo enorme. Nació hace 39 años en Rodeo de Soria, Santiago del Estero, y desde los ocho fue peón rural. A los 15 dejó tercer año de la escuela técnica y se vino a Buenos Aires con “expectativ­as de trabajo”. Entró por un conocido en una metalúrgic­a, después fue chofer en una empresa de camiones y luego en otra de colectivos. Conoció a su primera mujer, tuvo dos hijas, después a la actual y tuvo uno más. La vida venía bien hasta que a fines de 2014 lo despidiero­n de la línea de colectivos en un recorte de personal, y tuvo que salir a buscar de nuevo. Pero no conseguía nada.

“Vendí el Taunus para estirar la cosa pero no sirvió de mucho. Me echaron de la casa y dejé las cosas en lo de una vecina y otro vecino al que le rogué por favor, nos dejó hasta ahora vivir en su casa”, cuenta. Estaba desesperad­o. “¿Sabés lo que es no tener qué darle de comer a tu familia?”. Dice que no se sentía hombre, que no se sentía marido ni padre, que no se sentía persona. Que sentía que no era nada. “Yo soy muy creyente y Dios me trajo a Margarita. La venía viendo en la televisión, y anoté su teléfono”. Llamó, se acercó a la Fundación y cuando vio la forma en la que ella lo miraba, cómo lo saludó, se largó a llorar. Con la voz entrecorta­da le fue explicando que estaba desesperad­o. Ella lo tranquiliz­ó y le dijo que lo iba a ayudar, que se calmara. Que en algo iban a pensar. Juan Carlos dice que Margarita, sobre todo, lo ayudó a volver a creer en él.

* Autora de Margarita Barrientos (Paidós).

 ?? GUILLERMO ADAMI ?? Inclusión. En los comedores comunitari­os de la Fundación Margarita Barrientos, se atiende a 2600 comensales cada día.
GUILLERMO ADAMI Inclusión. En los comedores comunitari­os de la Fundación Margarita Barrientos, se atiende a 2600 comensales cada día.

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