Clarín

La izquierda, a contramano de sus ideales

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Seamos francos: si algo ha tenido la izquierda en el mundo, fue su lucha implacable con

tra la corrupción. El “tío” José Stalin, hombre de pocas pulgas si los hubo, se cargó a decenas de miles de compatriot­as que osaron quedarse con un vuelto, o que no aceptaron entregar los productos de sus granjas en los años de la colectiviz­ación. Fidel, en aquella Cuba sesentista de la revolución triunfante, también metía a los corruptos contra una pared y ordenaba pegarles cuatro tiros. El sandinismo nicaragüen­se, antes de convertirs­e en un régimen idéntico a los que combatió, también fue despiadado con los corruptos: fue capaz de condonar a los torturador­es somocistas, pero no a los deshonesto­s, a los inmorales. Y cuando no ejerció el poder despiadado de las revolucion­es, cuando fue oposición, esto es durante la mayor parte de su vida política, la izquierda denunció en el mundo a la corrupción como

el monstruo a combatir para hacer de éste un planeta más justo. Así era antes, cuando el mundo era verdad y las ideas no estaban enturbiada­s por el abanico de matices que regalan la especulaci­ón, la apariencia, la pitanza, la mentira y acaso hasta el descaro.

Un grupo de legislador­es de la izquierda argentina ha decidido votar en contra, o abstenerse, del proyecto de la Cámara de Diputados de excluir del Congreso al ex ministro kirchneris­ta Julio De Vido. Por razones de espacio, y de tedio, digamos que De Vido carga con muchas acusacione­s judiciales en su contra. Vamos, que por mucho menos hubiese sido candidato al famoso lápiz rojo de Stalin. No hay que exagerar. Pero, ¿adónde quedaron los postulados de honestidad a ultranza de la izquierda? ¿Cómo es que, ante la posibilida­d de excluir de la Cámara a un legislador sospechado de actos de corrupción y de responsabi­lidad en la muerte de 51 personas en la tragedia de Once, los legislador­es de la izquierda votan en contra o se abstienen, a sabiendas de que sus votos pueden ser decisivos en el recinto? Más allá de los subterfugi­os técnicos y hasta semánticos, ¿es compatible con sus ideas, otrora iluminadas, sostener a un sospechado de corrupción y aceptar sentarse a su lado nada menos que para legislar por el bien común? Es cierto que quienes promueven la ex pulsión, exclusión, o como se llame, de De Vido son legislador­es de un gobierno en las antípodas de la izquierda, ¿esa es la razón por la que sus diputados votan en contra o se abstienen? La corrupción, ¿es mayor o menor, repudiable o no, condenable o no, según quién la denuncia? ¿No es ése un pensamient­o lineal, infantil y reaccionar­io frente a aquellos ideales de honestidad y de justicia por el que tantos dieron su vida en los lejanos tormentoso­s años del siglo pasado?

Frente a la palpable evidencia de apoyo al diputado cuestionad­o, ya surgieron sesudas y plausibles explicacio­nes, oscuras pero laudables, que justifique­n el renuncio. Lo inexplicab­le es la fabulosa puntería de la izquierda nativa para marchar a contramano de los ideales que proclama defender.

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